REMATE DE INFANCIAS

 

Imagen tomada de internet

*Por Ludmila Chalón

La desaparición de Loan lleva casi un mes en todos los titulares y en el prime time de los medios del país. El niño de 5 años, "perdido", comenzó como un misterio angustiante y, poco a poco, parece tomar un rumbo poco feliz que enmascara complejas tramas de delitos aberrantes cubiertos por enmarañadas redes de corrupción política, policial, judicial y, sobre todo, humana.

Pensar en que existe una parte de la familia dispuesta a servir en bandeja de plata a los niños del círculo, por algo de dinero o algunos favores, hiela la sangre. Sin embargo, esta horrorosa realidad no es una anécdota mediática.

En Argentina, todos los años se pierden alrededor de 10 menores de edad, de los cuales nunca volvemos a conocer rastro. Sin embargo, estos casos tan dolorosos representan apenas un pequeño porcentaje, el porcentaje de los denunciados.

Nuestro país acumula una lista sin fin de niños sustraídos, vendidos y adoptados de manera ilegal año tras año. Un mercado millonario y robusto que se alimenta de la marginalidad, la necesidad, las carencias, la falta de educación, de escrúpulos y, sobre todo, del vacío de legislación y control.

Cientos de mujeres en situaciones de extrema vulnerabilidad económica y psicosocial entregan a sus bebés por algo de dinero y la esperanza de que sus hijos tendrán un futuro mejor, lejos de la marginalidad que les tocaría sortear junto a ellas. Otras tantas, en cambio, son ultrajadas de la forma más cruel, y sus bebés son sustraídos contra su voluntad, muchas veces entregados por otros familiares o engañadas por matronas que incluso llegan a fingir la muerte del niño para llevárselo sin levantar sospechas.

Pero, ¿cómo es posible que esta enmarañada y perversa trama suceda frente a nuestras narices y circule como un mito urbano entre todos nosotros sin consecuencias?

Para comenzar, la venta de menores de edad no es un delito tipificado en nuestro código penal. Y si bien, en reiteradas oportunidades, organismos internacionales han solicitado al Estado Argentino que regularice esta situación aberrante, hasta el día de hoy se ha hecho oídos sordos a esta demanda.

La ausencia de esta tipificación dificulta la investigación y la condena para los partícipes de estas redes. La carátula de trata de personas muchas veces no encuadra correctamente las acciones y objetivos de estas inmorales transacciones. Y, a su vez, la adopción ilegal se enfoca en los apropiadores del menor, pero deja fuera a todos los nexos que construyeron y monetizaron la posibilidad de que eso exista.

El oscuro y doloroso pasado de nuestro país, vinculado a las apropiaciones de menores en la época de la última dictadura militar, no parece haber sido suficiente para movilizar las voluntades políticas para perseguir este mercado de personas.

Habiendo sido un país modelo en la restitución del derecho a la identidad, es difícil entender cómo, fuera del periodo que va entre 1976-1983, los miles de niños adoptados ilegalmente desde 1984 hasta el día de la fecha no parecen correr con la misma suerte en cuanto al compromiso social y estatal que debería velar por su integridad psicoemocional y, sobre todo, su fundamental derecho a la identidad.

La farandulización del caso de Loan tiñe de amarillismo una situación dolorosa y llena las horas de TV de contenido de baja calidad periodística. Sin embargo, todos los menesteres que se desprenden de este caso parecen cerrar sobre sí mismos y no tomar un curso rico para abordar las discusiones importantísimas que podríamos plantear de ahora en más.

Hablar sobre el cuidado, la correcta estimulación de sus cuerpo y mentes, la alimentación y la protección de su integridad física y emocional para garantizarle un desarrollo pleno a los niños, no parece tener mucho lugar en una agenda publica donde solo se habla de la asistencia y la educación como un gasto a ser recortado.

Pero debatir y regularizar la ausencia de legislación sobre la venta de niños y su posterior adopción ilegal, sería una buena forma de comenzar a subsanar algunos de los agujeros más oscuros que este país proyecta sobre sus niños.

La enorme deuda que Argentina tiene con las infancias olvida la vulnerabilidad natural del primer episodio de la vida de los humanos, además, se ve alimentada por la pobreza que golpea a uno de cada dos niños en nuestro país, el deterioro del sistema educativo y la situación delicada en la que se encuentran las familias argentinas. Todas estas situaciones exponen.

La protección de las infancias no es solo una deuda moral, es una deuda con el futuro.

 

*Politóloga

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