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Imagen tomada de internet |
*Por Lic. Pablo Adrián Vázquez
Es complejo hablar de alguien pasado más de un siglo
de su nacimiento y más de setenta años de su paso a la inmortalidad.
Más si se trata de Evita…
Testimonios que se cruzan, miradas interesadas,
prejuicios sin sentido, operas que falsean y discursos que la utilizan.
Hablan todos de ella y nadie la conoce
verdaderamente.
Me acerqué a ella a través de la razón, cuando
todos me decían que era mejor desde el corazón, que era más fácil.
Claro que así era fácil… Venir de familia
peronista, recordar la sonrisa de Perón y la dulzura de Evita, agradecer algún
nombramiento, la casa propia, los juguetes y la máquina de coser. Y la
dignidad, eso que se gana a golpes en la vida.
A mí me tocó venir de una familia no peronista,
por lo que me hice peronista estudiando, ver el origen del peronismo con el
movimiento obrero, los forjistas y los nacionalistas, analizar su doctrina, su
obra y sus logros, sopesar sus beneficios y sus falencias, luchar contra
prejuicios de cultura, de educación, de clase y de cuanta tilinguería anduvo
suelta.
Hoy reconocerla y amarla es más fácil que en
los años de plomo, donde su figura estaba vedada, como estaba vedada la
disidencia.
También, es justo decirlo, en el peronismo la
disidencia se vedaba. Hasta Evita la vedaba, equivocada pero genuinamente fanática.
Absoluta en lo que creía y defendía, casi en clave partisana.
Siempre me pregunto si sería peronista en la
“época” de Evita, donde Cooke y los forjistas fueron separados y los alcahuetes
fueron banca. Quizás hubiera tomado a Jauretche cuando hablaba de lo posible y
no de lo idealizado, y que a pesar de errores y contradicciones, como la pelea
con la Iglesia, el camino de lo nacional se dio en el Peronismo, y la tuvo a
Eva, junto a Perón, como bandera.
O de estar en los ’70 un fusil hubiese sido mi
respuesta a este interrogante, sea como víctima o victimario.
Vaya a saber… Se que en los ’90 y post 2001 me
tocó presenciar su utilización para justificar las privatizaciones o tener la
impresión actual que el tibio “giro a la izquierda” del oficialismo
justicialista en sus formas progresistas esconde una continuidad de fondo.
También sé que hice poco y nada, un par de
protestas, garabatos en papel e intentos de pretenciosa pluma digital por
Internet, como también puedo hacer en estos tiempos de zozobra.
Evita hoy me pasaría, y pasaría a varios, por
arriba organizando, arengando y llevando calor de pueblo, para cambiar la
realidad impuesta por la derecha radical de Milei y compañía. Estaría en un
piquete, en una manifestación, ordenándonos en las estructuras partidarias,
buscando a los mejores para liderar un proyecto superior.
Y quizás hoy no habría “renunciamiento”, arrasaría
en las elecciones, sería presidenta, sería poder popular… Sólo una especulación
de historia contra fáctica.
Sensibilidad y furia, puños crispados y
caricias delicadas, elementos del carácter de Evita, que hoy viven en cada
argentino y argentina que busca transformar nuestra realidad con la pasión y
vitalidad.
*Editor
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