VOLVER AL FUTURO, VOLVER A PERÓN

 


*Por Claudio Díaz

Pensando en las nuevas generaciones, en esa juventud que no encuentra un destino y descree de casi todo, con sobradas razones; que mantiene rasgos de espiritualidad pese a la sociedad de consumo alevosa que le hace creer que en la vida todo es una mercancía, incluso el amor; y que pese a la escasez de valores realmente dignos y humanos busca un mundo menos decadente; habría que decirles que Perón, del que seguramente conocen poco o nada (más que la caracterización y categorización del sistema como monstruo), era un tipo de alta espiritualidad, idealista, odioso con todo lo superfluo y vacío, que perseguía fines altruistas y tenía por delante, como objetivo de vida, una condición casi desaparecida y olvidada: el ejercicio de la virtud.

Para Perón, el paso del hombre por la tierra debía darse sobre el desarrollo armónico entre el ser y el tener (ahora es nada más que tener), en el disfrute de algunas cosas materiales e incluso en su posesión, pero no más que las imprescindibles, las que se necesitan para asegurar un mínimo de bienestar. Perón no veía un mérito en el hecho de acumular por acumular. Bienes materiales, se entiende. Porque a la larga ese amontonamiento de cosas pierde sentido espiritual. Como el viejo refrán de nuestras abuelas: “todo lo que se guarda se pudre…” Lo que equivale a decir que se echa a perder, se oxida, se deshace, se esfuma… Justamente lo que no terminan de entender los seducidos por la sociedad de consumo, la sociedad de consumo que nos consume. Como personas…

Esta idea sencilla de hacer repartir la riqueza y los bienes para asegurarle a la persona lo indispensable, que -parece mentira- en miles de años de existencia el hombre ha sabido entender muy pocas veces, Perón la llevó a la práctica. Y por eso su actitud y búsqueda política quedará grabada en la historia argentina como la era del Justicialismo. Es que nada lo indignaba más que el egoísmo. Porque él no compartir lleva a la injusticia. Y la lucha por superarla, a la falta de armonía. Que casi siempre termina en la violencia y el desorden, que es lo mismo que decir: en el no disfrute de esas mismas cosas materiales que se desean para todos. (…)

Perón aparece en un momento calamitoso del mundo. En un tiempo en que las tres cuartas partes del planeta, incluyendo varios estados europeos, no pueden decidir por sí mismas a la vez que a esos pueblos les dan a “elegir” entre la medicina capitalista imperial y la comunista. El resuelve romper con esas opciones y opta por crear un modelo de Nación que sea dueña de sus actos. Perón piensa, dice (y actúa en consecuencia) que, si nuestro país, como proyecto que un pueblo se da para existir en la historia política del mundo, no es capaz de tomar sus propias decisiones y de construir por sí solo su futuro y su destino, la vida no vale la pena ser vivida.  Esto lo aplica no sólo por el ideal de hacer valer el derecho a la independencia y la soberanía que nos asiste como pueblo, sino además por el chantaje al que se ven sometidos los países para cuadrarse ante dos modelos, dos formas de ver la vida, patéticamente materialistas y deshumanizadoras, que llevan a que el hombre deje de ser eso para pasar a ser apenas un número, una ficha en el ajedrez del tablero político, un robot o directamente la nada. (…)

Pero, de regreso a Perón y a su empresa quijotesca, hay que decir que en la Argentina y en toda Suramérica, en ese momento clave para nuestra región hacía falta, en verdad, un hombre de su estatura. (…) El 12 de octubre de 1947 hablaba de la necesidad de tener una identidad, de la obligación de buscar y ofrecer a los pueblos otra cosa que no fuera la vulgaridad decadente del mundo que entonces se estaba armando. También hablaba de la convicción que debía tener la Argentina para vivir en armonía, sin embromar a nadie, pero al mismo tiempo advirtiendo que para defender lo que ya se había conseguido de la avaricia o la codicia de los egoístas, había que prepararse y estar dispuesto a hacerlo con toda la fortaleza física y moral que da el derecho a la existencia.

“De este sentido primario de la justicia debe arrancar la paz del futuro”, dice Perón la misma tarde que homenajea a Cervantes.

Poco después, en La Comunidad Organizada, busca respuestas sobre el misterio de la existencia en la filosofía, es decir: en lo más profundo que tiene el hombre para pensarse como tal. ¿Qué dirigente político hace eso?  Y entonces se pregunta, y pregunta al pueblo, qué mundo vamos a ser capaces de construir, qué queremos hacer de la vida. Dice una cosa maravillosa respecto al ideal de acabar con el egoísmo material. Explica que el camino es…

“difundir la virtud inherente a la Justicia y alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del bienestar sino por la difusión de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez más grandes de la humanidad”.

Hay que volver a leer esta definición para comprender cabalmente lo que está diciendo y proponiendo: que el egoísmo es lo más infame que puede haber en la humanidad. Y que la felicidad es, sí, compartir las cosas materiales de tal modo que disfrutemos nuestro bienestar, el que nos corresponde como seres, como individuos, pero que al mismo tiempo hagamos todo lo que haya que hacer para que ese estado de placer les llegue a todos. Porque Perón ve que… “la felicidad es el objetivo máximo, y su maximación una de las finalidades del afán general”, pero advierte que… “se hace visible que unos hallaron medios y recursos para procurársela y que otros no la tuvieron nunca”.

Y ve venir lo que pasa, o sea: el conflicto, la puja, cuando “…aquellos han tratado de retener indefinidamente esa condición privilegiada y ello ha conducido al desquiciamiento motivado por la acción reivindicativa, no siempre pacífica, de los peor dotados”. Por eso termina diciendo que… “el sentido último de la ética consiste en la corrección del egoísmo”. Y va más allá cuando afirma que “… el grado ético alcanzado por un pueblo imprime rumbo al progreso, crea el orden y asegura el uso feliz de la libertad”.

Perón quería demostrar, simplemente, que se puede ser feliz si cada uno tiene lo que necesita y sabe compartir las cosas materiales, porque el que pocos tengan mucho y el que el muchos tengan poco es lo que determina la relación de insatisfacción que termina produciendo el conflicto y el rencor. Y va un paso más adelante de lo conocido hasta ese momento, cuando demuestra que el mal capitalista tiene un espejo en otro tipo de materialismo como el que propone el marxismo a través de la lucha de clases, porque si bien esa idea parte de un deseo de redención del hombre, explotado y tratado con indignidad, comete el  mismo error de ver a la especie humana como anónima pieza de una maquinaria que le hace perder su individualidad y su espíritu, para dejarlo  anulado en aras del funcionamiento de otra estructura mecanizada como es la del comunismo. Habla allí de la insectificación del hombre, que es como decir: un bicho…

“La sociedad tendrá que ser una armonía en la que no se produzca disonancia alguna, ni predominio de la materia ni estado de fantasía (…). Lo colectivo, el nosotros, está cegando en sus fuentes al individualismo egoísta. Es justo que tratemos de resolver si ha de acentuarse la vida de la comunidad sobre la materia solamente o si será prudente que impere la libertad del individuo solo, ciega para los intereses y las necesidades comunes, provista de una irrefrenable ambición también material”.

Definiendo al hombre en su integridad: cuerpo y alma, materia y espíritu, en armonía, proporción y justa medida de sus ambiciones (que por eso basa en la justicia general todo el valor de la especie humana), Perón propone trasladar a lo colectivo lo que se desea en lo íntimo, es decir, pasar del yo al todos. Pero en un desafío con uno mismo que debe llegar por conciencia y ética, porque -como afirma en otro pasaje de su obra cumbre- el progreso social… “…no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de la inexorabilidad…”. Dijo también: “…al impulso ciego de la fuerza y al impulso frío del dinero, la Argentina quiere oponerle la supremacía vivificante del espíritu”. Claro, tantos tecnicismos endiosados como resultado del progreso científico y la tecnología llevan a la sociedad contemporánea a pensar y a creer que en la vida todo tiene que partir de una explicación “racional”, lógica, científicamente calculada. Pero en tanto sigue creciendo una flor que nadie sembró, en la medida en que a cada minuto se produce el nacimiento de decenas de criaturas a lo largo de todo el mundo, “lo divino”, lo inexplicable para la mente humana, vuelve a presentarse con su resplandor de misterio, como una corona insondable a la que no se puede llegar ni siquiera con esa afirmación petulante del “pienso, luego existo…”. (…)

En oposición a un modelo de sociedad en franca ruina moral, falto de contenido espiritual, la idea de Perón, el proyecto de Perón, es altamente inconveniente. Por eso, a la tarea de descatolizar y deshispanizar la fe y las creencias de las mayorías le seguirá la nueva cruzada antinacional y antipopular del siglo XXI: la desperonización de la Argentina.

 

*Periodista y escritor. | Fragmento del Cap. 3, publicado en su último libro, “Diario de Guerra: Clarín, el gran engaño argentino”, Editorial Gárgola, 2009.

Comentarios