*Por Dante Augusto Palma
Gran Hermano, minutos
de odio, telepantallas, policía del pensamiento, Ministerio de la Verdad,
neolengua. No hay antecedentes de un libro que haya ofrecido tantas
categorías para comprender el fenómeno del totalitarismo. Y
lo más curioso es que se trata de un texto literario, el cual, a su vez, está
cumpliendo 75 años desde su lanzamiento. Hablamos, por supuesto, del célebre 1984,
la novela de George Orwell que,
a propósito de este aniversario, ofrece nuevas ediciones incluso en español,
incluyendo una bastante particular a la que me referiré hacia el
final.
Nacido en 1903 en la
India ocupada por Gran Bretaña y educado en Eton gracias a una beca, apenas
terminado el colegio, Orwell decide enrolarse en la policía imperial británica
que, por aquella época, ocupaba Birmania, actual Myanmar. Gracias a
aquellos años, Orwell escribirá textos de una crudeza y una profundidad únicas,
como el reconocido relato Matar a un elefante.
Tras un interregno de
algunos años en los que intenta construir su vida como escritor y vive
prácticamente como un pordiosero entre Londres y París, su acercamiento a las
ideas socialistas crece a punto tal que, recién casado, decide, junto a su
mujer, trasladarse a España para luchar contra Franco. Sin embargo, pronto vive
en carne propia el modo en que la interna entre estalinistas y trotskistas se
replica en España, con denuncias falsas y sus consecuentes purgas
constantes, vivencia que marcaría a fuego al Orwell ya escritor maduro.
Fruto de ello contamos con su Homenaje a Cataluña.
A pesar de que no era
común por aquella época que un escritor de izquierdas fuera crítico de la URSS,
ya en la segunda mitad de los 40, Orwell publica Rebelión
en la Granja (Animal Farm), la
extraordinaria sátira contra el estalinismo y, un año antes de morir de
tuberculosis, en 1949, el libro que nos convoca cuyo título, 1984,
refiere a un futuro más o menos lejano en el que el Partido, liderado por la
figura mítica de El Gran Hermano, controla los destinos de Oceanía en un mundo
en guerra permanente.
Más allá de la trama
que cuenta la tragedia de Winston Smith, un oscuro empleado del Ministerio de
la Verdad que es capturado y salvajemente torturado por complotar contra el
Partido, lo más rico son las categorías antes mencionadas que Orwell ya expone
casi en su totalidad en el primer capítulo. De hecho, en las primeras páginas
aparecen los «Dos minutos de odio», un ejercicio del que participaban los
miembros del partido y que suponía sentarse frente a una pantalla gigante para
hacer catarsis repudiando todas las fechorías y atropellos cometidos por el
enemigo del pueblo. Se trataba de un tal Goldstein, líder también mítico de
La Hermandad, autor de un libro maligno y poseedor de un «rostro judío» al que
se le adjudican reivindicaciones de la tradición liberal como la libertad de
prensa.
Ministerio
de la Verdad
Demostrando poseer la
capacidad para poder proyectar lo que sería la influencia de los medios
de comunicación de masas, Orwell elabora también un elemento de enorme
actualidad, esto es, el doble carácter de las pantallas. Lo hace cuando refiere
a lo que en el libro son las «telepantallas», aquellas que permitían proyectar
el mensaje elegido por el Partido, pero que, al mismo tiempo, distribuidas a lo
largo de la ciudad y en el interior de las propias casas, vigilaban cada una de
las acciones de sus usuarios.
Asimismo, digno de
mención, por supuesto, es el trabajo del ya destacado Ministerio de la Verdad.
Los empleados de esta dependencia eran los encargados de modificar la
historia para ponerla al servicio de los intereses del Partido porque «quien
controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el
pasado». Así, si en un momento era necesario afirmar que se entraba en
guerra contra Eurasia, los empleados trabajaban a toda velocidad modificando
los archivos de modo tal que no quede ningún vestigio que dijera lo contrario.
En el mismo sentido, el ministerio se ocupaba de borrar toda huella de las
personas que eran «vaporizadas», esto es, desaparecidas. Era como si nunca
hubieran existido.
Esta necesidad de
modificar la historia era complementada por «la policía del pensamiento» y por
otra gran idea a la cual subyace una verdadera teoría del lenguaje. Se trata
de la neolengua, la lengua que se hablaba en Oceanía, la cual era
constantemente modificada por unos burócratas cuya finalidad era reducir el
lenguaje lo más posible bajo el supuesto de que controlando el lenguaje
se controla el pensamiento y la realidad. Más actual no se consigue.
Dicho esto, podemos
mencionar dos grandes paradojas sobre el legado de la obra de
Orwell que, imaginamos, hubieran generado su indignación. La primera y más obvia
es la apropiación que se ha hecho de la figura del Gran Hermano. No hay, en
este sentido, una lección más precisa del cambio de época: si, en el libro, el
Gran Hermano era sinónimo de un sistema totalitario panóptico que se servía de
un sistema de cámaras para controlarlo todo y del cual los rebeldes querían
escapar, ingresando al siglo XXI, el Gran Hermano deviene un formato
televisivo de enorme éxito en el que los jóvenes pugnan por ingresar a una casa
para poder ser vistos.
Nueva
versión feminista
La segunda es todavía
más increíble, porque ha sido impulsada por los propios herederos de Orwell. Se
trata de una suerte de «reescritura» del original, pero realizada desde la
perspectiva de la coprotagonista, llamada Julia. Efectivamente, los
actuales dueños de los derechos consideraron que 1984 merecía
una versión desde la perspectiva de la mujer y, para ello, convocaron a una
escritora feminista, Sandra Newman, quien ha afirmado en varias entrevistas
que Orwell era un misógino. De aquí se seguiría que, para desexorcizar la obra,
habría que poner una protagonista mujer que hiciera al menos lo mismo que el
protagonista varón. Por cierto, quizás en un futuro lleguen versiones en las
que el protagonista sea un Smith negro o una Julia trans, no lo
sabemos.
Lo cierto es que en
esta nueva versión, que por momentos reproduce fielmente el original y
que se titula, justamente, Julia, por lo pronto,
se dice que el verdadero problema del protagonista, Smith, es su poco
apasionamiento sexual, cuya responsabilidad, según él, sería de las mujeres.
También se afirma que la coprotagonista, Vicky, sufre un aborto producido por
una sustancia que ha ingerido obligada por el padre de la criatura, un alto
funcionario; que estaba penada la homosexualidad femenina pero no la masculina;
que Julia evita demostrar su intelectualidad para no asustar a los
varones; que el Estado totalitario actúa principalmente sobre el cuerpo de las
mujeres, tal como lo padece la propia Julia cuando, como parte de un
plan del gobierno, es inseminada con el supuesto semen del Gran Hermano. Por
último, en la nueva versión de 1984 firmada por Newman, los
jerarcas del Partido tienen como esposas a mujeres sub30 a las cuales luego
descartan e incluso aparece un documento de La Hermandad en el cual la principal
acusación contra el Estado Totalitario es la de cometer delitos sexuales contra
mujeres.
Asimismo, frente
a una Julia que en el original esbozaba una suerte de astucia y liberalidad
sexual aunque algo casquivana y desideologizada, en esta nueva versión Julia es
todo: es víctima del Partido que la obliga a trabajar de prostituta para
captar a los traidores como Smith, pero también trabaja como mecánica y escribe
novelas en una de las secciones del Ministerio de la Verdad; es una de las
niñas delatoras que llevó a su propia madre a la muerte, pero también es lo
suficientemente sensible para salvar a su compañera con la cual finalmente
tendrá un amorío.
Tiro
de gracia
Además, mientras que en
el original Smith no resiste la escena de las ratas atacando su rostro,
en Julia la protagonista abre la boca, hace que la rata
ingrese y luego la cierra para decapitar al roedor. Todo eso hace Julia, además
de tener sexo frente a las telepantallas para erotizar a los fisgones de la
policía. Sinceramente, si buscamos distopías en clave feminista,
Margaret Atwood lo ha hecho mucho mejor.
Por último, en un gesto
de incomprensión de la obra original, Newman agrega un capítulo en el
que el sistema totalitario cae, La Hermandad vence y el Gran Hermano
es un particular con nombre y apellido que yace vencido en una cárcel.
Para finalizar, digamos
que el 75 aniversario de una obra esencial para la literatura y el pensamiento
contemporáneo recibe una suerte de tiro de gracia paradojal. Si no bastaba con
la reapropiación cínica que la industria del entretenimiento había hecho del
Gran Hermano, ahora los propios herederos pretenden reescribir la obra
paradigmática que denunciaba el modo en que los totalitarismos pretenden la
reescritura de la historia. Que haya sido en clave feminista es lo de menos. Lo
mismo hubiera sido en cualquier otro sentido. El Ministerio de la
Verdad existe y ha actuado sobre la ficción que lo imaginó. Orwell
y 1984 no merecían un cumpleaños tan infeliz.
*Profesor de Filosofía
y Dr. en Ciencia Política
Comentarios