*Por Dante Augusto
Palma
No es ninguna novedad,
pero estamos asistiendo a la profundización de un fenómeno muy nocivo para la
política, el cual replica el funcionamiento de las redes sociales: los
políticos solo hablan para su tribuna. Efectivamente, en escenarios de enorme
polarización donde el rechazo al adversario prima, no hay pretensión de
representar a la totalidad y menos aún de escuchar otras razones.
El presidente traslada
la lógica algorítmica y la pasión cuantitativa por los likes al mundo real y
pesca en la pecera. Ni siquiera se arriesga a un par de silbidos en la Feria
del Libro y su conexión con la gente se realiza a través de reposteos ajenos y
la amplificación de los 4 o 5 periodistas militantes de la ausencia de
repregunta.
Consiguió una media
sanción de una Ley Bases desvencijada, pero, aun así, lo suficientemente
potente como para generar transformaciones de peso. Así, se profundiza una
dinámica de su gobierno por la cual se hace necesario analizar separadamente lo
que dice y lo que hace. Porque mientras la retórica se mantiene incendiaria, el
hacer parece más acorde a ciertas prácticas políticas tradicionales donde lo
que hay es negociación, cosas que se obtienen y otras que se ceden.
La diferenciación entre
el decir y el hacer se vio claramente con el anuncio del cierre de organismos
que al final no fueron tal o que, en todo caso, han sido reabsorbidos,
recortados, etc. El del INADI quizás sea el caso emblemático. Para la tribuna
propia se anunció su cierre. Eso satisfacía a los leones. A su vez, también satisfacía
la indignación biempensante de los de enfrente que pretendieron instalar que
sin el organismo la gente iba a salir a la calle a decir “gordo”, “negro” y
“puto” a todo el mundo. Naturalmente esto no sucedió y el INADI pasó a depender
del Ministerio de Justicia. Sin embargo, a ninguna de las dos tribunas le
importó y siguen repitiendo que se cerró: unos para celebrar la batalla
cultural gramsciana del león, otros para poder twittear un día entero que se
viene el fascismo.
Pero, claro está, el
hablar para los propios no es un asunto exclusivo del gobierno. Miremos, si no,
el discurso del radical Rodrigo De Loredo, jefe de su bancada, en la última
votación que diera la media sanción a la Ley Bases.
Son 15 minutos de una
pieza digna de estudio en la que el tono de voz elevado se sostuvo
artificialmente durante buena parte de la intervención como se supone que
debería corresponder a un opositor. Sin embargo, De Loredo, el diputado que
lloró por no poder ayudar al gobierno, comenzó con un repaso interesante y bien
articulado de la tradición reformista (no revolucionaria) del radicalismo para
justificar las reformas planteadas por su espacio e incorporadas a la redacción
final de la ley. El punto es que De Loredo está en una encerrona: Córdoba votó
masivamente a Milei de modo que él cree no poder darle la espalda a “su”
electorado; al mismo tiempo, necesita diferenciarse de su rival interno,
Lousteau, que pretende reivindicar la línea más progresista frente al ala
liberal de De Loredo. Pero, a su vez, necesita seguir siendo opositor.
Desconozco cuál hubiera sido una salida más digna, aunque defender los
principios y los valores que uno tiene es siempre posible y hasta gratificante.
Lo cierto es que, De Loredo, tras acusar al gobierno de autoritario, de realizar
un ajuste brutal, etc., luego indicó que su bloque acompañaría la ley para
quitarle al gobierno la excusa de un congreso que le traba sus iniciativas. El
argumento es curiosísimo y si los bloques opositores lo utilizaran, no habría
oposición a ningún gobierno solo para eludir las acusaciones de ser la máquina
de impedir. Pero además muestra este síntoma de los nuevos políticos que, antes
que nada, quieren quitarse responsabilidades y se sienten más cómodos en el rol
testimonial de los gritos para luego verse reproducido en youtube o recortado
en Instagram. De Loredo habla, también a su tribuna, aunque quizás en ella haya
solo un espejo que se llama Narciso.
Por último, el ejemplo
del espacio opositor mayoritario que se abroqueló y sostuvo su negativa. La
votación estuvo precedida, justamente, por el discurso del último sábado de
quien sigue apareciendo como el liderazgo, menguante, pero mayoritario del
espacio: CFK.
Que CFK hable en
Quilmes y que lleve ya tiempo haciéndolo en el conurbano que le es más que
afín, es el fin de la metáfora de la tribuna. No merecería agregar mucho más.
Aun así, podría sumarse que es evidente que esa tribuna es cada vez más chica,
tal como muestra que las expectativas por sus palabras ya no sean las mismas de
antes, especialmente porque, como bien viralizó un sector minoritario del
peronismo enfrentado al kirchnerismo, parece “otra vez sopa” y no hay grandes
diferencias entre los discursos de CFK y los de cualquier columnista de C5N,
incluso en la repetición de argumentos que no convendría repetir. Pensemos por
ejemplo en la idea que se ha escuchado mucho y que indica que Milei miente
porque el superávit no es tal y es producto de un dibujo financiero que se basa
en el diferimiento del pago de cuentas como las de energía. Efectivamente, el
número está dibujado y hay cuentas que no se han pagado, pero no puede ser el
kirchnerismo el que salga a alertar ello porque, de ser así, o bien el ajuste
de Milei no es tan grande y salvaje como se dice, o bien el desastre que heredó
Milei es tan enorme que, aun con el ajuste más grande de la historia
contemporánea, es necesario dibujar los números para que cierre el superávit.
En cualquiera de los dos casos, el que queda mal parado es el kirchnerismo o
bien porque en el primer caso estaría exagerando o bien porque, en el segundo
caso, sería, como mínimo, corresponsable del ajuste actual. Dejemos, entonces,
que Milei sea corrido por derecha, justamente, por la derecha.
Pero no se trata de
caer solo en la figura de CFK. Los legisladores de Unión por la Patria llevan
tiempo legislando para la tribuna y legislar para la tribuna no está generando
buenos resultados. La ley de alquileres por ejemplo. Sin dudas, se trató de una
ley a favor de los inquilinos, el eslabón más débil de la cadena. Pero con la
inflación desbordada, el beneficio para los inquilinos fue tan grande que
desincentivó a los propietarios. ¿Consecuencia? Se quitan los departamentos de
la oferta, sube el precio y ¿quién se perjudica? El eslabón más débil.
Ahora bien, aunque esto
venía siendo evidente, los legisladores ahora opositores no quisieron dar el
brazo a torcer y en la reforma que hicieron en octubre pasado crearon, a partir
de una ley mala, una todavía peor: se actualizaban los precios cada 6 meses, lo
que favorecía a los propietarios, pero se cambió el índice de actualización por
el índice Casa Propia. ¿Qué significa esto? Para decirlo en números redondos,
con una inflación de alrededor del 125% en el último semestre, el nuevo índice
arrojaba una actualización de 50%. ¿Ustedes creen que algún propietario
ofrecería su propiedad en estas condiciones? Sin embargo, al legislador no le
importó la realidad. Le importó su tribuna, poder decir en Tiktok que su ley,
(la que fomentó de facto el aumento de los precios y la Airbnización), fue
derogada por el gobierno cruel que ahora puede mostrar la explosión de oferta
como un activo de su gestión.
Ejemplos como estos hay
varios. Mencionemos “ganancias”. En lo personal creo que hay buenos argumentos
para sostener que “el salario no es ganancia” pero también es verdad que se
trataba de un impuesto progresivo y coparticipable. Quitarlo fue una
irresponsabilidad electoralista de Massa con complicidad de los gobernadores
que ahora lo reclaman. Subir el piso como se lo ha subido en la Ley Bases, con
una actualización por inflación y con escalas razonables que comienzan en el 5%
y no en el 35% es una medida que parece sensata. Entonces salir a denunciar la
inconsistencia de Milei, que como opositor vota por quitar impuestos y como
gobierno los sube, es tribunear. Claro que Milei es inconsistente pero el error
lo cometió cuando avaló la eliminación de ganancias. No ahora. Y ese error fue
propiciado por el candidato del gobierno anterior.
Por último, un párrafo
para la reforma previsional. Sin dudas, el gobierno licuó las jubilaciones. Es
un dato. También es evidente que la reforma va en línea con la intención de
recortar aún más. En números gruesos, 8 de cada 10 argentinos no alcanzan los
30 años de aporte al momento de cumplir la edad para jubilarse. Entonces, hay
dos soluciones en los extremos: o no se jubilan o se pone una moratoria eterna.
La solución no estuvo ni siquiera en el medio: apareció la figura de una suerte
de “pensión” equivalente al 80% de una mínima a la que accederían varones y
mujeres de 65 años y a la que luego se le sumaría dinero según la cantidad de
años de aporte. ¿Es injusto? Probablemente sí para la mayoría porque buena
parte de los que no llegan a los aportes son víctimas de empleadores
inescrupulosos o, en otros casos, se trata de amas de casa cuya labor no fue
considerada trabajo. ¿El gobierno utiliza doble vara en este punto? Claro. Dice
que quien fuga guita es un héroe, abre un blanqueo y elimina la multa para
quien no te puso en blanco, pero al momento de “perdonarte” por los años no
aportados te dice: “No. Acá no entras”.
Y seguro que hay otras
opciones, pero ¿cuál es la opción que plantean los legisladores opositores a la
cuestión del sistema previsional? Algo que no sea “el sistema debe ser
solidario” porque frente a ese slogan hay que decir: los números solidarios no
cierran ni aquí ni en ninguna parte del mundo. Se calcula que se necesitan 4
activos por cada pasivo y en Argentina hay cerca de 1,5 activos por pasivo;
Argentina va a tender a un envejecimiento poblacional como el que sufre Europa
y tampoco pretende discutir la edad de jubilación, lo cual es un problema. Por
ejemplo, la expectativa de vida de las mujeres argentina es de 78 años, eso
quiere decir que jubilándose, como lo hacen ahora, a los 60, reciben una
jubilación durante 18 años. En el caso de los varones, la expectativa de vida
es de 72, de modo que, jubilándose a los 65, reciben 7 años de jubilación. ¿Qué
se hace con esta situación? ¿Cómo se resuelve? Se lo están preguntando en todo
el mundo, insisto. Pero la solución no puede ser dejar todo como está porque la
tribuna chifla, o decir que se soluciona sin pagarle al FMI. Hay que ser
serios. ¿Cuál es la solución?
Para finalizar, la
metáfora de la tribuna viene al caso, justamente porque es una metáfora
futbolera y encaja perfectamente con una particularidad que hay en nuestro
fútbol argentino. Como ustedes sabrán, desde hace años, en la Argentina los
partidos de fútbol se juegan sin público visitante, lo cual ha terminado con
una de las experiencias más maravillosas del espectáculo, esto es, poder
recibir al público visitante y poder asistir a una cancha ajena para acompañar
a nuestro equipo. Lamentablemente esto mismo está sucediendo en la política:
los visitantes tienen vedada la entrada y nosotros no nos aventuramos a
territorios ajenos; abrazamos los aplausos en casa y evitamos las puteadas de
afuera; salimos a una cancha donde siempre somos locales; jugamos solo para los
nuestros, aquellos que gritan nuestros goles y cuando la tribuna se va
despoblando no nos preocupamos porque quedan los más gritones que siguen
alentando.
Hasta que un día
pasamos por la cancha del adversario. Está llena.
Publicado
en: El Infierno de Dante
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