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Imagen tomada de internet |
Vivimos en tiempos distópicos y violentos donde los
rasgos de humanidad se van diluyendo. Poco a poco nos fuimos convirtiendo en
los números de alguien más.
Parte de esta transformación se debe a las nuevas
tecnologías, de las que de alguna manera somos presos. Sobre todo los adultos
mayores, que se encuentran cada vez más fuera del sistema.
Se podría decir que avanzamos tecnológicamente, pero
no humanamente. El mayor exponente de uso excesivo de tecnología –mejor dicho
de redes virtuales- es el primer mandatario de nuestro país, que de humano tiene
bastante poco, o casi nada.
El presidente de la Nación y sus secuaces parecen
vivir en un universo paralelo, donde solo habitan ceros y unos, no personas de
carne y hueso con problemas tangibles y reales. Se asemeja a la ciencia
ficción, pero no lo es.
La población argentina es una estadística más, a la
que el círculo del poder más concentrado -nacional y extranjero, porque si
vamos a revivir los ´90 que sea con relaciones carnales también- pretende
reducir casi hasta el exterminio.
No se les mueve ni una pestaña al saber que un
jubilado/a -situación a la que todos llegaremos en algún momento-, no tiene
para comer ni comprar sus remedios. Lo mismo pasa, si se trata de crímenes o
discursos de odio. Muy por el contrario, parecieran gozar con esto último,
sobre todo.
“Comen santos y cagan diablos”, como se dice en alguno
pueblos. Hablan de fuerzas del cielo, pero alguno se preguntó: ¿si del bien o
del mal? No hace falta ser un místico para responder. Vemos a diario como los
ciudadanos y ciudadanas de este país son los números del inventario macabro,
que pretende acabar con la fuerza productiva, los recursos naturales y
cualquier vestigio de humanidad que conserve algo de solidaridad y empatía con
el prójimo.
Ante la deshumanización y el terror, debemos anteponer
el amor y la unión. Ya lo hemos hecho en el pasado. Que los egos y los nombres
no nos despojen de la humanidad que nos compone.
*Directora Ida & Vuelta Medios
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