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Imagen tomada de internet |
*Por Julián Otal Landi
Hace más de sesenta
años, Rogelio Frigerio (sin dudas, uno de los más lúcidos ideólogos del siglo
xx después de Perón) proponía superar las confrontaciones entre peronistas y
antiperonistas a través del integracionismo.
Dicha denominación constituía la pata de la cultura y la educación, es decir,
formaba parte de la superestructura de su propuesta desarrollista. Lo que
proponía Frigerio y su think tank de donde abrevaron figuras como Marcos
Merchensky, Félix Luna y Roberto Etchepareborda trataba, ni más ni menos, de un
“Bendigo a tutti” como supo sintetizarlo el genial Arturo Jauretche.
“...supone(n)
que la posición revisionista en que estamos es una posición de jueces. El que
se coloca en juez, puede ser ecuánime, nosotros no somos jueces, somos
fiscales. Estamos construyendo el proceso a la falsificación de la historia y
develando cómo se la falsificó, por qué y qué objeto actual y futuro tiene esa
falsificación. No somos jueces porque la historia falsificada no está sentada
en el banquillo de los acusados para que nosotros la juzguemos. Lo que queremos
es sentarla en el banquillo para acusarla ante los jueces, que son las
generaciones que vendrán... no puede haber ecuanimidad hasta que no esté
demolido el edificio de la mentira. Le pregunto: ¿Qué estatuas están sobre los
pedestales?, ¿qué retratos presiden todos los salones de las escuelas y de los
edificios públicos de la república?, ¿qué hechos se rememoran oficialmente y
cuáles se silencian?, ¿qué dicen los programas escolares secundarios y hasta
universitarios?, ¿qué enseñan los maestros?, ¿qué enseñan los libros de textos
desde 1° grado?, ¿quiénes están en las academias?, ¿qué dicen los grandes
diarios?... “
“No
confunda, doctor Luna, ecuanimidad con encubrimiento. Y no crea que el
revisionismo consiste en desnudar a un santo para vestir a otro. No. Los santos
que nosotros defendemos hace rato que están desnudos y lo que queremos es que
los otros se saquen los ropones con que los han disfrazado -hombres y hechos-
para empezar, desde allí, entonces sí, una historia con ecuanimidad. La
falsificación de la historia es una política de la historia. La revisión
también es una política de la historia y debe ser una política combatiente...
Es un error frecuente confundir ecuanimidad con eclecticismo. Es lo que le pasa
a ese desarrollismo hecho sobre la base de las palabras, puestas por el país y
los hechos puestos por el extranjero, que sólo es una variante de la visión
crematística liberal que impera en el país después de Caseros: hacer un país en
cifras. Nosotros creemos que hacer un país es hacer hombres para que, a su vez,
los hombres hagan el país”[1]
La respuesta de
Jauretche estaba dirigida al director de la revista “Todo es Historia”, Félix
Luna quien había realizado un comentario lapidario en torno a la película “Juan
Manuel de Rosas”, dirigida por Manuel Antín y sumamente inspirada a la figura
de Rosas construida a partir de numerosos trabajos a cargo de José María Rosa.
Pero si para el
proyecto desarrollista, el integracionismo apuntaba a una confluencia de ideas
a través de una síntesis que fuera resultado entre el liberalismo y el
nacionalismo, para el actual romerismo la intención es sencillamente barrer con
toda idea coherente de relato nacional.
Recientemente, el hijo
del ilustre fundador de la Historia social en la Argentina, José Luis Romero, a
propósito del abrupto cambio del salón de las mujeres en casa de gobierno por
el salón de próceres aventuró provocativo: “no me gustan los próceres”. Lo que parecía
el inicio de un artículo que buscaba discutir con la decisión arbitraria que
llevó a cabo el actual gobierno resultaba ser todo lo contrario.
“Me gusta la idea de remplazar ese club selecto de próceres por un grupo
extenso de “ciudadanos destacados”, gente normal, que contribuyó a construir la
Argentina. Cada uno en su época, desde su posición y sus convicciones, y con
sus humanas singularidades. Cada uno con su ejemplo”
La idea de Romero es
superior al “nacionalismo de fines” que propugnaba el integracionismo. Ellos
sugerían tomar lo valioso de cada uno en pos de un objetivo determinado que era
la integración nacional. Romero va más allá, descartándolos. Es que, para los
que no lo saben, desde los ´80 que él tiene el “mariscal de mando” sosteniendo
una renovación historiográfica sumándose al discurso socialdemócrata que
demonizó al nacionalismo, tildándolo de autoritario. Sumado al espíritu de las
nuevas tendencias europeas, se trata ahora no sólo de bajar de los pedestales a
los grandes hombres (si ya la idea de nación no tiene para él razón de ser,
para qué formar “tipos ideales” o “héroes”) sino también menospreciar la noción
de comunidad apelando a enaltecer a los “ciudadanos destacados”. ¿Quiénes
entrarían dentro de esta nómina de “gente normal”? y… ya desde el vamos al
referirse como “ciudadanos” (es decir, hombres de ciudad) sigue suscribiendo a
la idea sarmientina: la civilización está en la ciudad, no en la
pampa. La “gente normal” que apela Romero, en realidad no existe. Es una
apelación sobre una construcción realizada por el aparato mediático. La “gente
normal”, de bien es la misma que en los setenta decían “no te metas” y ahora
suscriben a las agendas de la prensa mediática. Es la “opinión” “pública”. La
“gente normal” es la que, por ejemplo, destilaba odios por la inflación el año
pasado a través de las consignas que sugería “Radio Latina” y hoy comentan
divertidos sobre “el sexo de los ángeles” y otras extravagancias que propone la
editorial de la exitosa FM.
Sin embargo, en la nota
retrocede ante su idea para opinar en torno al salón de los próceres que
instaló el gobierno: “¿Por qué optar entre Rivadavia y Rosas? Cualquier
profesor mínimamente actualizado puede explicar que, durante unos cuantos años,
ambos se complementaron para ordenar y hacer próspera la provincia de Buenos
Aires, lo que no era poca cosa”. Este “bendigo a tutti” potenciado ya entrevé
paralelismos entre los dos proyectos de país de Rivadavia y de Rosas, porque de
los dos surgió la mano férrea, el imperativo categórico que desliza balbuceante
Milei lo denota en Rivadavia y sobre todo en Rosas. Incluso difiere con su
colega Marcela Ternavasio quien también encuentra similitudes entre Rosas y
Milei en el tono autoritario, sin embargo, para Romero eso es una “virtud”. De repente,
la imagen de Rosas que de antaño era un símbolo del nacionalismo popular ahora
es un baluarte del orden y la construcción institucional combatiendo a toda
posición disidente.
Luego, prosigue “En el
mismo sentido, aceptemos el desafío de sumar a Urquiza y Mitre, a Roca y Alem,
a Yrigoyen y Alvear, a Justo y De la Torre, a Perón y Balbín, a Alfonsín y
Menem (“nadie es perfecto”). Y que haya tantas mujeres como hombres; por
ejemplo, Alicia Moreau de Justo y Eva Perón. Y además científicos, escritores,
historiadores. Ningún sector debe quedar fuera de esta lista de ciudadanos
destacados. Puede ampliarse permanentemente, siempre que dejemos pasar veinte
años”. Paradójicamente, lo que él consideraba en el salón de los próceres como
“la biblia y el calefón”, lo que sugiere dentro del mismo texto no deja de ser
otro ejemplo del tango de Discepolo con las nóminas sugeridas por Romero
podemos concluir que “Vivimos revolca'os en un merengue, Y en un mismo lodo,
Todos manosea'os”.
Luis Alberto Romero,
quien podría ser sin dudas el nuevo “Taita de la Historia oficial” alcanzó una
posición no sólo por posesión de apellido sino por haber tocado todas las
puertas adecuadas desde el alfonsinismo hasta la actualidad. Como historiador
no dejó ninguna obra de relieve a diferencia de los aportes valiosos de Tulio
Halperín Donghi, José Carlos Chiaramonte o Hilda Sábato aunque sí pudo
articular con los diversos gobiernos hasta construir una renovación
historiográfica: la Historia social desplazaba a los resabios discípulos de aquella
alicaída Nueva Escuela Histórica, participando en todos los espacios
académicos, adueñándose de la catedra de Historia Social, impulsando las
jornadas interescuelas que por entonces era un artilugio de autolegitimidad,
poniendo la cuchara en cualquier reforma educativa y proyectos editoriales.
Aquella sagacidad y oportunismo no tenía nada que envidiarle a Ricardo Levene,
con la diferencia que éste se concebía como un funcionario del estado, no
mezclaba su labor con su posición ideológica. Por el contrario, Romero desde
sus inicios combate contra todo acervo de propuesta nacional, lo encuentra
responsable de todos los males. “… no
todo fue culpa de los militares ni ellos engendraron todos nuestros demonios:
la mala práctica democrática enfermó la cultura política argentina.”
(Revista Puentes, N°3. 2001) se sobreentiende entonces que aquel que brindaba
algarabías con el triunfo de De La Rua y auguraba un futuro esperanzador en una
de sus ediciones de su “Breve Historia de la Argentina Contemporánea” ahora vea
con buenos ojos la propuesta ultraliberal de Milei.
El cierre de la nota de
opinión expone claramente que el romerismo es la fase superior del
integracionismo. Es un integracionismo individualista, para él no tiene más
significado propugnar siquiera un discurso que sostenga aquella idea de Nación
que enarboló Bartolomé Mitre: “¿Qué podemos discutir? ¿Para qué dramatizar?
Milei se dio el gusto de hacer “su” lista, autorizando así a que los futuros
presidentes se den ese gustito. En cada provincia o municipio, en cada
organización social, en cada taller u oficina, y hasta en cada hogar, que cada
uno haga su lista. ¡Viva la libertad...!”
Algo así como “Elige tu
propia aventura”, algo así como que no es necesario argumentar, ni preguntarse
el porqué de los criterios, de las selecciones. Un random historiográfico. El romerismo propone en definitiva, un país
sin historia.
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