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Imagen tomada de internet |
*Por José Luis
"Pepe" Muñoz Azpiri
Los recientes
definiciones, si podemos llamarlas así, y declaraciones del primer mandatario
argentino que no dejan de ser una constante melopea discursiva de lugares
comunes, nos obligan a referirnos a un término, que en sí mismo encierra una
ideología condenatoria, que ha tomado inusual auge en los últimos tiempos por
parte de los teóricos y comunicadores de la globalización y el neoliberalismo:
nos referimos a la denostada categoría
de "populismo".
Se ha dicho que el
populismo no es una doctrina precisa, sino un “síndrome” y ha sido aplicado
irresponsablemente a las manifestaciones políticas de la periferia -
específicamente de Iberoamérica - que no respondían a las taxonomías
sociológicas de los gabinetes sociales
europeos, hasta la aparición de fenómenos como Trump en los Estados Unidos y
Marie Le Pen en Francia. En efecto, al
populismo no le corresponde una elaboración teórica orgánica y sistemática pues
su fuente principal de inspiración y término constante de referencia es el
pueblo considerado como agregado social homogéneo y como depositario exclusivo
de valores positivos, específicos y permanentes. Por este motivo, el populismo ha
sido objeto de desprecio por las ortodoxias decimonónicas y de principios del
siglo XX, que proclamaban la fatalidad del
enfrentamiento de clases. Al basarse en el postulado de la homogeneidad
de las masas populares, el populismo se diferencia radicalmente no sólo de los
movimientos de clase, sino también de los movimientos interclasistas. El
interclasismo, de hecho, no niega las diferencias de clase, aunque intente
conciliarlas. El populismo, por el contrario, las niega. Para el populismo la
división está entre el “pueblo” y el “antipueblo”. Categorías, si se quiere,
más emocionales que racionales, pero que surgen cada vez que se asiste a una
rápida movilización de vastos sectores sociales, a una politización intensiva
al margen de los canales institucionales existentes. El populismo, de este
modo, renace en los movimientos de contestación y no solo en el mito de los
“pueblos jóvenes” (reminiscencias de otras fórmulas anteriores como “pueblo de
campesinos”, “pueblo de trabajadores”, “pueblo de combatientes, “pueblo de
soldados”, etc.), sino en la reformulación, a veces extrema, de determinados
elementos de tipo tradicional (la tradición revolucionaria en Francia, la
tradición socialista en Italia, la tradición anárquica y libertaria en España,
el folcklore guerrero en Japón, la tradición “jeffersoniana” en los Estados
Unidos).
A pesar de ser un
concepto difuso, se lo considera como una dimensión de la acción política que
se materializa en el discurso político y en el estilo de hacer política de
ciertos líderes que establecen una relación directa y sin mediación
institucional con el pueblo.
Surgió a principios del
siglo XX como respuesta a demandas económicas, sociales y políticas originadas
a causa de las grandes migraciones campo- ciudad, a la industrialización y a
otros fenómenos que acentuaron las asimetrías sociales existentes en el
interior de varios países. Los gobiernos de Juan Domingo Perón en la Argentina,
Getulio Vargas en el Brasil y José María Velasco Ibarra en Ecuador son ejemplos
de una suerte de "populismo clásico". Hacia la década de 1960 el concepto
se había ensanchado hasta llegar a asociarse con ideologías, estratos sociales,
políticas públicas y agrupaciones específicas.
Hay quienes confunden
al populismo con los llamados “rebeldes primitivos”, curiosa definición de
sociólogos extraviados del Hemisferio Norte sobre los "piqueteros" o
con una especie de democracia directa y romántica. Es que en realidad esta
definición es una suerte de pastiche que tiene tantos significados como autores
la proclaman. Pero lo cierto es que no es una ideología preestablecida de
reproducción uniforme desde el gobierno, como pretenden hacer creer ciertos
comunicadores funcionales al poder corporativo.
Dado que es un modelo
de organización, y no un modelo ideológico, el populismo puede ser de variado
signo o, como planteaba el político peronista argentino Antonio Cafiero, como
el colesterol: bueno, malo o regular.
De la experiencia
histórica surge que hay populismo de derecha, de centro o de izquierda,
populismos totalitarios, populismos demócratas populares y hasta populismos
social-demócratas.
Pero como
representación, como expresión genuina del pueblo, siempre se evocó al sector
social aparentemente menos contaminado por influencias externas y éste no era
otro que el sector rural. Aunque el sector rural, aun siendo en general
privilegiado por esta corriente de opinión, no es excluyente: en un país con un
fuerte índice de concentración urbana, el pueblo puede estar formado por masas
de trabajadores.
Sin embargo, quienes
agitan el parche del populismo como peligroso factor de desestabilización de
las frágiles democracias del subcontinente, siempre omitieron referirse al
bloqueo cubano, la desembozada intervención en la mayoría de las países de
Centroamérica, la responsabilidad del gobierno norteamericano en la instalación
de las sangrientas dictaduras de la década del 70, el endeudamiento crónico, la
más fabulosa transferencia de ingresos y la pauperización de la totalidad de
nuestros países.
*Miembro
académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de
Rosas
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