Juan Domingo “Bocha” Plaza fue secuestrado y desaparecido en 1976. Ayelén Berdiñas, sobrina nieta del entonces arzobispo de La Plata, cuenta el derrotero familiar en su búsqueda, el silencio de Monseñor y el crudo golpe de asumir quién era en realidad Antonio José Plaza.
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Juan Domingo “Bocha” Plaza, sobrino de monseñor Antonio Plaza. |
*Por Ayelén Berniñas
Corre 1974 en la ciudad
de La Plata y faltan menos de dos años para que a Juan Domingo “Bocha” Plaza
los militares lo secuestren y desaparezcan. Es de noche, y
Santiago “Coco” Plaza duerme hasta que escucha los disparos. Salta de la cama y
sale corriendo hacia la entrada de la casa familiar, ubicada en pleno centro de
la ciudad, donde lo ve entrar por el garaje a Bocha, su hermano, que había salido
a sacar al perro para que hiciera caca.
--Me tiraron desde la
esquina, boludo. Encima me lastimé con los pinches de la planta de mamá-- dice
Bocha con tono torpe, agitado, señalándose el hombro.
En ese entonces él tenía 28 y Coco 29. La marca de las balas quedaron en el portón de la casa familiar. Coco, ahora con 79 años, recuerda a su hermano con la mirada perdida pero lo delinea con los mismos matices con que más tarde lo describirá el resto de la familia: un hombre alto, grandote, inteligente y de frases ajustadas. Su registro era de pocas palabras pero precisas, siempre en su mundo y con perfiles muy distintos en lo íntimo y en lo social. Entregado, con un corazón enorme. Algo soberbio, fanático de Racing. Un hombre con ternura.
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Monseñor Antonio Plaza |
Era sociólogo,
militante peronista y trabajaba en el Banco Río de Berisso. Junto a sus
hermanos, Coco, Tito, Luis y Mery, fueron los sobrinos de monseñor Antonio José
Plaza. Arzobispo en La Plata y capellán de la policía de la provincia de Buenos
Aires al momento del golpe militar. Monseñor Plaza es definido por Mignone en
su libro “Iglesia y Dictadura” como el arzobispo que “con mayor claridad y
desenfado se identificó con la dictadura militar y sus métodos represivos”.
“Tenía relación con Perez Companc, con empresarios, curas, políticos,
militares. Con los poderes de turno”, asegura Coco. “El cura”, como lo
mencionan sus sobrinos, mantuvo un trato cordial y familiar con ellos hasta
1975, año en que muere Jesús María, su hermano y el papá de todos. Desde
entonces la relación familiar cambió. “Papá era el mediador entre el cura y
nosotros, sus sobrinos peronistas. Siempre lo fue. El viejo venía a comer y
nosotros revoleábamos los ojos. Nos hacía besarle los anillos, recuerdo. Nos
negábamos y mamá nos retaba”. Monseñor bautizó a todos sus sobrinos y fue
padrino de dos: Coco y Mery. Bocha era discutidor y no tenía el mejor vínculo
con Monseñor. Las discrepancias eran políticas e ideológicas pero por la
proximidad el vínculo se sostuvo familiar y cotidiano.
La más chica de los
Plaza por muchos años de diferencia es la única mujer. “Bocha era muy
particular. En casa hablaba poco de sus emociones, pero tenía una vida social
intensísima. Entraban y salían los compañeros y amigos, siempre había debates,
risas, gente”, dice María del Carmen “Mery” Plaza. Ella de su hermano recupera
la protección. No era raro salir a bailar y que sus amigas le avisaran que
afuera estaba Bocha esperándola para llevarla a casa. “Además era torpe, se
divertía como un nene. Me acuerdo de verlo dentro de la pecera gigante que
tenía Coco, con las patas metidas en el agua, sacando peces con Fico, su mejor
amigo, para darle de comer al gato”. “Un día me desenchufó la pecera para
enchufar no sé qué y me mató a todos los peces. Sin querer, obvio, después me
pidió perdón”, recuerda Coco. Bocha dormía en la pieza del fondo. Entre los
libros y una virgencita de Fátima (que hoy guarda su hermana), sus hermanos
citan la misma frase de García Naranjo que tenía escrita en una pared de su
habitación: “Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados
Unidos”.
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Coco y Mery Plaza en la marcha en Plaza de Mayo a 40 años del golpe. |
Con el bigote bien
recortado y de ropa elegante, Bocha era, ante todo, prolijo. De jóvenes, los
Plaza supieron ir a Barrovento a tomar y bailar con amigos y parejas. También
iban a las peñas de los partidos de izquierda a “hinchar las bolas”. Luis
recuerda que le encantaban los carnavales y que “tenía arrastre, pero era un
tipo fiel”. Susana primero y Perla después fueron las dos novias que recuerda
la familia.
La urgencia de la época
los hace recordar con naturalidad conversaciones que resultaron determinantes.
Al momento de su desaparición, Bocha tenía 30 años, estaba de novio con Perla y
llevaba mucho tiempo distanciado de Montoneros, aunque era un militante muy
visto dentro del peronismo platense como dirigente cercano a compañeros de la
Alianza de la Juventud Peronista. Todos coinciden: “era un jetón”. En los años
previos al Golpe participó activamente de la creación de la JUP (Juventud
Universitaria Peronista) y militó social y activamente en su unidad básica
llamada “Los héroes de Trelew” ubicada en el barrio Churrasco, donde todavía
tienen su placa. “‘Esta vez vienen en serio’, me dijo una de las últimas veces
que lo vi en persona. Yo le dije que sí y que por eso se tenía que ir y
conseguir un pasaporte también. Me dijo que todavía no, que yo me fuera, que él
se arreglaba acá”, cuenta Coco. Y así fue. Él se exilió a México un mes después
de asumir Videla y Bocha se quedó.
“A mí me caía mal. Era
un bocón. Tenía la voz gruesa y la seguridad de ser de una familia con
apellido. Los Plaza eran una familia importante, vivían en el centro. Lo
escuchaba hablar a los compañeros en La París (una emblemática cafetería
platense). Yo era amigo de Tito, pero a Bocha lo conocí en serio cuando vino a
vivir a casa”, recuerda Diego Herrera. Diego y Aris Saván, casados en 1972 y
con 26 y 27 años respectivamente, escondieron a Bocha en su casa los últimos
meses antes de su secuestro.
“Te lo dejo”, nos dijo
Tito en la puerta de casa, él se iba a México al exilio donde ya estaba Coco. A
Bocha lo conocí ese día, el día que vino a vivir con nosotros. Era una ternura
de hombre. Hablábamos horas de la vida. Me ayudaba mucho, siempre ofrecía
ayuda”, cuenta Aris. “Tenía un miedo espantoso al principio. Por ahí estaba
todo el día en la habitación del fondo y salía a estirar las piernas al patio
cuando se hacía de noche. Nuestra casa era corazón de manzana, de pasillo al
fondo. Algunas veces si escuchaba ruido o entraba gente que si él no sabía quiénes
eran se trepaba a la medianera bajita y se tiraba al descampado de al lado.
Pero también prendíamos la parrilla y comíamos un pedazo de carne, unos
chorizos. A casa venían nuestros amigos de más confianza y mucho no se
preguntaba, todos sabíamos que mientras menos sepamos del otro mejor. Nos
divertíamos mucho, paradójicamente. Bocha siempre decía que si a él lo
agarraban los milicos lo iban a tener que picanear para que se calle, para que
deje de botonear gente, y nos cagábamos de risa todos”, detalla Diego.
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Baldosa en homenaje de Bocha Plaza en la ciudad de La Plata, en la puerta de la que fue su casa familiar. |
Antes de ir a la casa
de Aris y Diego, Bocha permaneció escondido un tiempo en el sur, otro en isla
Paulino, otro en Haedo y también en Los Talas, Berisso. El camino de La Plata a
Los Talas era una boca de lobo de monstruosa oscuridad y casi 17 kilómetros. Al
volante de un Fiat 600 su hermano Luis manejaba dos veces por semana para
llevarle comida y ayudar así a la señora de Ledesma, la exsecretaria de su
padre y dueña de la casa donde se escondía. Los hermanos tenían un código
construido: dos juegos de luces altas era la señal de que era de Luis el auto
en la puerta. Entonces Bocha salía, recibía la comida y charlaba unos minutos
con su hermano.
El secuestro de Bocha
sucedió un mediodía del 16 de septiembre de 1976, al mediodía de La Noche de
los Lápices. Una jornada de operativos exitosos para los circuitos comandados
por Ramón Camps. Fue Luis quien recibió la noticia y avisó a los demás. Se
enteraron del secuestro porque ese mediodía en el bar de calle 7 esquina 34,
Bocha estaba con el papá de Luis Díaz Martínez, un amigo, y en ese mismo lugar
estaba el exmarido de una prima, quien vio la escena y avisó a la familia. Fue secuestrado
junto al papá de su amigo que dos semanas después fue liberado. Pero Bocha no.
Esa mañana de
septiembre dejó una nota en la casa de Aris avisando que salía. Ellos sabían
que iba a ver a Monseñor. Y lo hizo. Después pasó por su casa familiar, le
llevó mate a la cama a su hermana Mery y le contó que había estado con el cura,
que tenían que arreglar temas de plata por la venta del auto de su padre. Le
dijo a Luis que le avisara a Coca, a la vieja, que más tarde volvía a pasar.
Aris y Diego sabían que, además, Bocha estaba detrás del pasaporte para poder
irse del país, que le estaba pidiendo ayuda a Monseñor con eso. Coco también
había recibido una carta en México de su hermano donde le vaticinaba su
llegada. A pesar del miedo cotidiano, reflexiona Diego, algo lo habrá
tranquilizado ese mediodía donde se expuso y decidió ir a ese bar para ver al
papá de su amigo. Tres hombres de civil se los llevaron en un Fiat 125, y
gracias al testimonio del hijo de Díaz Martínez, se supo que estuvieron juntos
y detenidos varios días en la comisaría de 1 y 60. Los torturaron y a Bocha se
lo llevaban, lo traían a la celda y se lo volvían a llevar. Díaz Martínez le
detalló a sus hijos los gritos de Bocha, los insultos, y un “a mí, solamente a
mí”, que gritaba pidiendo que lo fusilaran a él, pero liberaran al viejo de su
amigo.
Mientras tanto, ese
mismo día, en México se celebra el día de la Independencia. “‘Lo levantaron a
Bocha’ me dijo Luis al teléfono. Me acuerdo la frase textual. Yo vivía con mi
pareja de ese entonces en el D.F. Cuando nos llamó yo estaba escribiendo sobre
antropología en unos folletos que les vendíamos a unos yanquis. Corté y se lo
dije a Tito. Él se dio vuelta y le pegó una patada a una puerta de la
habitación. Tito estaba parando ahí con nosotros. Me reenojé y lo cagué a
pedos, íbamos a tener que arreglar la puerta ahora”, recupera Coco.
Ya es octubre de 1976 y
de Bocha no se sabe nada. Luis entra a trabajar como todas las mañanas por la
calle 51 a odontología de la policía, en el área de sanidad. Pero en el pasillo
gira hacia la derecha y entra a la morgue, donde los morgueros lo saludan con
amabilidad y empiezan a destapar cuerpos. Chequea que ninguno sea su hermano,
agradece y se va. Repite esa práctica varias veces. Por esos días descubre así
a más de un conocido. “Tenía que tener mucho cuidado, si me mandaba alguna o me
echaban o me hacían boleta”, explica hoy, sentado en su casa familiar, con 73
años.
Los meses siguientes
sucedieron en el derrotero de una búsqueda estéril para Luis y Perla, la novia
de Bocha. ¿A dónde ir?, ¿dónde preguntar? Todavía, aunque tensa por los
acercamientos políticos de Monseñor con los militares, la relación entre la
familia se seguía presumiendo como un vínculo de tío-sobrinos convencional. Ir
a la curia a pedir ayuda era lo lógico. “Cómo te ibas a imaginar que el hermano
de tu viejo, que era tu tío, podía ser capaz de algo. Pero bueno, después
fueron llegando versiones, silencios, y uno iba madurando la idea”, explica
Luis. Patricia, su esposa agrega: “era un tipo poderoso, me acuerdo de sus
teléfonos, tenía uno rojo y desde ahí llamaba a todo el mundo. Tenía más peso
que un gobernador”.
Coca, la mamá de los
cinco, a Bocha lo esperó y buscó siempre. “Me llamaron y cortaron, debe ser él,
tengo que estar atenta”, les decía a sus hijos cada tanto. “Mamá nunca dejó de
pedirle ayuda al cura. Lo supe mucho tiempo después”, dice Mery. “La última vez
que yo fui a la curia fue en 1978. Entré a la catedral como siempre, porque de
chica iba mucho con mi viejo. Todavía me cuesta mucho atravesar caminando Plaza
Moreno. Ese día, cuando iba caminando por el pasillo largo, lo vi a Monseñor
con Camps. En ese entonces ya sabíamos quién era Camps. Me lo presentó, lo
saludé, di media vuelta y salí. Me temblaban las piernas. Yo tenía 18 años.
Meses después me fui a México y a Monseñor no lo vi nunca más”. Los caminos y
algunas personas fueron tomando otra proximidad con la familia tras la
desaparición de Bocha. Al por entonces novio de Mery, por ejemplo, le
prohibieron verla. Pocos años más tarde, Ramón Camps, jefe de la policía de la
Provincia de Buenos Aires y autor del “Circuito Camps”, la estructura represiva
de al menos 29 centros clandestinos de detención, dirá en el programa de José
Gómez Fuentes que duerme con la conciencia tranquila por no haber hecho nada
más que cumplido con su deber, el deber de un argentino que enfrentó de forma
abierta y franca la subversión en el campo armado.
Luis cargó con su mamá
y la búsqueda de Bocha en La Plata, y sus hermanos cargaron con el exilio. Todos
vivieron el desmembramiento de una casa multitudinaria, alegre y dinámica. La
vuelta a la democracia los trajo a los Plaza de regreso al país pero la
recuperación de la historia familiar no fue tan sencilla de comprender ni
verbalizar. Patricio, uno de los hijos de Luis, iba a ser cuestionado en un
aula del secundario de Bellas Artes 15 años después: “¿Es cierto que monseñor
Plaza lo entregó a tu tío?” le preguntará una docente de historia. Para
Patricio ese día empezaron las preguntas y las discusiones en casa, la apertura
de un tema que hará que sus padres vuelvan a hablar de la historia de una
familia cruzada por el silencio y el dolor. “Tengo la marca de la bestia yo
también”, dice Patricio, en relación a los bautismos de todos los padres e
hijos de la familia oficiados por Monseñor.
Patricio fue el
dibujante de la revista de las Madres de Plaza de Mayo, trabajó y militó con
ellas y realiza producciones premiadas en todo el mundo con temas atravesando
su obra como el poder eclesiástico. “Recibí todo lo que escuché y aprendí, fui
una esponja”.
Fue Tito también quien
recupera una discusión con Monseñor tras su exilio donde le dijo que se fuera
si no quería terminar como su hermano, y junto con Coco serán los que relaten
la historia desde la militancia y la política las décadas siguientes. Va a ser
Ana Eva también, la hija mayor de Coco, quien los aliente para llegar al juicio
que ahora está en curso. La historia de Bocha va a atravesar a todas las
generaciones de la familia. Y la de monseñor Plaza también.
Pablo Llonto, abogado
especializado en Derechos Humanos, es ahora uno de los abogados de la querella
del juicio de “1y 60” y “comisaría 8ª” que se está llevando adelante y juzga a
18 exmilitares, expolicías y civiles por los crímenes contra 299 víctimas, incluido
Bocha, en los dos centros clandestinos de detención. Sobre la figura de
monseñor Plaza, Llonto explica: “penalmente no se puede hacer nada con él ni
con con cualquiera que haya muerto, pero sí podemos dar pelea por el derecho a
la verdad y pediremos que se deje constancia en los fundamentos de la sentencia
sobre el rol cumplido de Plaza sacerdote, aunque depende de los testimonios.
Hay mucho testimonio sobre su participación junto a militares en actividades
sociales y políticas de la época, era un sacerdote muy ligado a ellos. Plaza
tuvo muchísima participación exponiéndose en eventos, actos y declaraciones
periodísticas. Ahora responderemos a la pregunta de si tuvo un rol activo en la
represión como la tuvo Von Wernich, si estuvo elaborando listas, si cumplió
roles como el de monseñor Graselli. Es difícil también, porque hay muchos
testimonios que te dicen que escuchaban a un cura pero no lo veían, tenían los
ojos vendados. El juicio será largo y está empezando”.
De alguna manera, 48
años después, algunas cosas todavía están empezando.
Fuente: Pág. 12
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