¿SCALABRINI ORTIZ, GEORGE CANNING O EL CAMINO DEL MINISTRO INGLÉS?

 

Imagen tomada de internet

*Por Eduardo Rosa

El camino del ministro inglés era la calle de tierra que llevaba a la quinta del diplomático británico Southern.  Tal vez aquel 24 de noviembre de 1849 la recorriera una vez más, pero ya no para ver a su admirada Manuelita Rosas sino para firmar con el canciller Argentino Arana un tratado de paz, que era una vez más una derrota inglesa.  Los orgullosos buques de guerra de la flota de las dos potencias más grandes del mundo de entonces, Inglaterra y Francia, algunos de ellos los primeros impulsado a vapor, todos armados con los temidos cohetes congreve, no habían podido con el coraje criollo demostrado en Obligado, Tonelero y El Quebracho. Era un pueblo imposible de vencer.  San Martín, desde Francia, le escribiría a Rosas: “...que los gringos sepan que los argentinos no son empanadas que se comen con solo abrir la boca”.  Debieron ceder en todo, reconocer que el río Paraná era argentino, devolver la escuadra capturada, disparar veintiún cañonazos sin respuesta, en desagravio a la bandera azul y blanca ante los orgullosos vencedores y volverse “at home”.

Henry Southern – aquel apesadumbrado diplomático -  volvía a su quinta por la larga calle de tierra que la unía con la quinta de Rosas en Palermo.  A esa calle la gente la empezó a llamar “el camino del ministro inglés”. 

Pero en 1893 las cosas habían cambiado.  Ya no éramos el altivo país de 1849; nos habíamos convertido en semi-colonia inglesa “la perla más preciada de la corona británica”, nos definiríamos años más tarde.  Entonces a la calle del “ministro inglés” le pusimos el nombre de otro ministro británico: CANNING.

¿Quién era Canning y por que se merecía esa calle?  Simplemente por ser un visionario, un profeta.  George Canning fue quien dijo en 1824: “La cosa está hecha; el clavo está puesto, Iberoamérica es libre; y si sabemos dirigir bien el negocio, es inglesa”.  Era una vieja aspiración.  Si bien Mr. George no tuvo que ver con las invasiones inglesas, fue él quién prepara una formidable fuerza para iniciar la tercera invasión que nunca llegó a estas costas por la sublevación de España contra Napoleón.

El 1823, Canning propone a Estados Unidos suscribir una declaración conjunta, en la que se expresara que ambos gobiernos no abrigaban la intención de posesionarse de ninguna parte de las colonias de España, ni dejar que ninguna potencia europea lo hiciese. (Luego se le llamó “Doctrina Monroe”). Como en diplomacia no hay puntada sin nudo, el objeto era por una parte cortar las aspiraciones de España a reconquistar lo perdido y por otra frenar las aspiraciones francesas y rusas.  Inglaterra ya había descubierto la forma de tener colonias encubiertas a través de empréstitos impagables como el que concertarían con Rivadavia, similar a los conseguidos con Perú y Venezuela.   Y América se convirtió en – como lo llamaban legisladores y parlamentarios - “el destino manifiesto” de los norteamericanos.  Canning sería quién reconozca la independencia argentina, en 1825 entre los primeros países de Europa.

¿Por eso merecía tener su calle en Buenos Aires? No fue Inglaterra el primer estado en reconocernos. El primero fue Hawai donde el rey Kamehamea I reconoció la independencia argentina al ser visitado por nuestro corsario Hipólito Bouchard. Sin embargo, no le pusimos el nombre de este buen rey a ninguna calle.  Es más, felicitamos a los norteamericanos cuando lo derrotaron y conquistaron sus bellas islas. Fue George Canning propulsor de esta expansión imperialista, y nosotros sus víctimas. 

Por eso, con acierto y patriotismo es que en 1974 se le cambió a la calle Canning su nombre por el de Scalabrini Ortiz, un hombre que supo denunciar los manejos del imperialismo inglés a través de los ferrocarriles, con su dibujo agro-exportador, sus fletes diferenciales y sus subsidios tramposos.  Llamamos entonces a las calles por NUESTRO NOMBRE.  

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