LALI VS. MILEI

 

Imagen tomada de internet

*Por Julián Otal Landi

La música conocida como pop (o “pop music” que es ni más ni menos una contracción de música popular) es un genero de carácter industrial que alcanzó ribetes masivos a fines de la década de los ´50. El pop es una suerte de combinación con otros géneros musicales que están de moda. 

A partir de la década de los ´80, el pop se caracterizó por su mezcla con elementos del rock, sintetizadores y diversos instrumentos electrónicos que se fueron profundizando en la década siguiente. El criterio de qué es pop y qué no es difuso precisamente por la mixtura de géneros que engloba. En la actualidad, el pop se entrecruza con los géneros modernos más exitosos como el reggaetón y la denominada música urbana, cuya particularidad es más “decir” que cantar. Sin embargo, para seguir complejizando el asunto, no necesariamente lo que entendemos como “pop” sea necesariamente un elemento vinculado a lo que concebimos como “popular”. Lo que entendemos como “música popular” o artistas vinculados a la cultura popular es mucho más complejo de definir: lo popular remite a “populus” o sea “pueblo”. El pueblo es una representación que linda a lo místico e irracional. ¿Qué determina que tal artista fuera popular o no? ¿el éxito? No necesariamente. Podemos encontrar numerosos ejemplos, que podríamos sintetizar con que tiene que con una suerte de vinculación identitaria con los sectores populares. Basta mencionar, aleatoriamente, algunos de los artistas más icónicos: de Gardel hasta Sandro, pasando por Gilda, Mercedes Sosa y Charly García, todos reúnen ciertas características que no necesariamente pasan por la recaudación de ventas y acumulación de hitos: hay un “plus”  producto no solo por el desempeño o “genio” artístico sino más bien un carisma, una adopción por parte de los sectores populares que lo consideran “un par” más, extraordinario (eso sí) pero par al fin… una suerte de primus inter pares. Por ejemplo, Sandro no vendió ni la mitad de lo que haya realizado ni Palito Ortega ni Leo Dan. Sin embargo, el “gitano” fue y es una figura al principio resistida por los sectores pudientes por considerarlo “mersa”, “grasa” y demás epítetos denigrantes para luego sí ser reivindicado culturalmente en general: cuando la cultura popular fue asimilada por una mundialización de la cultura; una hibridación transcultural que se agudizó en los noventa. No obstante, a pesar de eso, su identificación sigue siendo clara y evidente: Sandro de América no dejó de ser un “tipo de barrio”, una figura consagrada pero que no traicionó sus orígenes. 

Dentro de la nueva generación de artistas, surge indiscutiblemente como referente de la cultura popular Mariana “Lali” Esposito, aunque no fuera precisamente la figura que cuente entre las más exitosas para la industria musical. En el interior de estos fenómenos que no dejan de ser singulares dentro de la chatitud artística (diagnostico al cual llegó incluso un músico del calibre como Fito Páez), Lali Esposito se expresa como una revelación. 

Los artistas populares son intérpretes del “Volkgeist” (El “espíritu del pueblo”, según el padre del movimiento romanticista J. Herder), es decir, ser popular no significa ser conservador o tradicionalista. Poseen una identificación y un sentido de pertenencia que lo realizan con tanta naturalidad que no resulta demagógico. Interpretan las novedades culturales y refieren la síntesis. Lali no “trapea” como el resto de los exponentes de la música moderna. De hecho tuvo que construir una sesuda trayectoria para afianzarse en sus preferencias particulares. Mientras que la mayoría recurre a “lo que vende”. Lali apuesta a revisitar el pop que escuchaba de chiquita. Reversiona el pop de los noventa, mientras lo actualiza, le agrega su nueva realidad, que es la realidad multiculturalista que caracteriza a este nuevo milenio. El reconocimiento de su figura resulta desde amplios sectores de la sociedad mientras se convierte en un emblema de las minorías sexuales nucleadas por el movimiento LGTBIQ+, aunque su carisma y trayectoria la mantiene como figura preferencial para los adolescentes y hasta infantes, y alcanza el reconocimiento de los sectores medios. Su discurso y presencia la establece como una figura con características globales sin descuidar su sentido de pertenencia. A diferencia de otras exitosas pop stars y cantantes del genero urbano local, no deja pasar oportunidad para reforzar su sentido de pertenencia nacional.

Formada, como Sandro, en los suburbios del conurbano (en Banfield, donde el Gitano construyó su mítica mansión), Mariana “Lali” Esposito se creó a sí misma a partir de la música con la que se nutría en su casa: rock nacional y pop internacional la moldearon en una artista polisémica, sin problemas de reinterpretar clásicos de Sandro o Palito Ortega, como cantar en un dudoso inglés “Dont stop me now” de Queen o participar en homenajes a iconos del rock local como Virus (“Luna de miel”) o  en un disco de trash junto a la mítica banda noventera A.N.I.M.A.L. (que incluso fueron invitados ocasionalmente para interpretar en versión bien heavy su canción pop “Tu asesina”). Su nacimiento en octubre de 1991 la marca como una joven que se crió en el auge del menemismo, lo peor del populismo. El lobo disfrazado de cordero que prometía la “revolución productiva” y el “salariazo” como continuador de la propuesta justicialista que devino en un feroz programa neoliberal. El menemismo significaría el descredito hacia el peronismo y la apatía generalizada hacia la política como herramienta de transformación social. A diferencia de las expresiones de las bandas jóvenes que habían surgido en los ochenta y reaccionaban ante la farsa socialdemócrata como “Comando Suicida” o “Attaque 77”, en los noventa, se afianza y prolifera el rock “barrial” o “chabón”. El fenómeno que se dio en el contexto de privatizaciones y aumento de la desigualdad social se compara con el surgido en los inicios de los sesenta, cuando cientos de conjuntos juveniles en los diversos barrios y provincias del país formaban sus conjuntos de rock barrial como “Los de Fuego” de Valentín Alsina, “Los Tammys” de Mataderos, “Los Jets” de Flores, etc. A diferencia de los orígenes del rock and roll en EEUU, en nuestro país surgen al calor de la proscripción del peronismo, con gobiernos dictatoriales o tutelados bajo una pseudodemocracia. En un contexto de recesión social, donde la falta de representatividad política motivaba la falta de compromiso de los jóvenes que optaban por la diversión y la rebeldía que generaba el nuevo ritmo que reaccionaba hacia sus mayores y sus tradiciones locales como el tango y el folklore.

Yo crecí en una casita alquilada de Parque Patricios y tengo el recuerdo vivo de mis viejos preocupados porque muchas veces no teníamos para comer; hacíamos malabares constantemente para pagar el alquiler y así al menos teníamos el techo asegurado. Y sé que la realidad en la yo vivía era re piola en frente de la que les toca a muchas personas. Sin embargo, por la infancia que tuve, nunca me olvidé de la empatía; esto no lo digo de manual, sino porque realmente nunca me voy a olvidar que alguna vez no tuve para comer, y hay gente que no mira a quienes tiene al lado, aunque puedan darles una mano”.

Su identidad no implica una explicita adhesión política partidaria. Como hemos aclarado más arriba, es parte de una generación que se crió en el contexto de la “pizza con champan”, de la falsa teoría del derrame, de los barrios desamparados donde los enemigos del pueblo era el estado corrupto y ausente, quien junto con la amenaza más visible la feroz policía federal que se encargaba de realizar sus razzias y levantar jóvenes que quizás nunca volverían a sus hogares. El rock “chabón” con el que se formó Lali relataba esas vivencias donde existe una idea de Patria. Una patria enferma y aturdida por la malevolencia de los gobiernos: “Más de un millón” o “¿Cuál es el precio?” de Attaque 77, “Pistolas” o “Los mocosos” de Los Piojos, “Vende patria clon” o “El rebelde” de La Renga sólo por mencionar algunas de las canciones más emblemáticas de los noventa, formaron parte de la cortina musical no sólo de una joven Lali sino de la mayoría de los jóvenes sobrevivientes de la alicaída clase media quienes ya encontraban más empatía con los más postergados (muchos ex clase media devenidos en una nueva figura sociológica que inaugura el neoliberalismo: “los nuevos pobres”). La patria era el otro, pero no con la significancia de mero slogan para remeras que enuncia la ex presidenta Cristina Fernández. El otro era el amigo del barrio, la familia, la banda (luego tribus urbanas) que hacían base en la esquina porque ya no hay para bar. La patria era el equipo de futbol, la adoración a Maradona, que compartía el firmamento con viejos héroes del rock como Charly García o Spinetta. Cuando ella se consagraría definitivamente veinte años después, no olvidó el camino recorrido sino que lo refrendó, lo reivindicó.

Una chica del sur 

Que desde el norte todos la pueden ver

Es la reina de la calle 

Y no necesita nada caro 

Si la ves, dile

Que, aunque lo intenten, no la van a callar

Si la ves dile, yeah

Que sola tiene que acelerar

Es una canción que me representa mucho y recuerda un poco mi infancia. Esas fotos que tengo con los trofeos cuando patinaba. Tenía muchas ganas de tener una canción dentro de este estilo"

- ¿Cómo fue cumplir ese sueño de triunfar como artista?

- A los siete patinaba en los clubes. Cuando tenes un deseo, lo que más te ayuda es no pensar que es para otro. Uno puede tener su lugar. De chica miraba en la televisión a mis artistas favoritos y quería ser como ellos. No tenía a esa edad contactos o la posibilidad económica para lograrlo.

Pero todo eso no fue un freno. Sentí que iba a tener una chance. Fui a un casting de Cris Morena y quedé. Trabajé mucho tiempo para lograr todo esto. Una necesidad de no defraudar a mi público”.

En Lali se prefigura la idea del predestino, de salir del barro sin olvidarse del barrio. “No podía más de emoción por mi propia historia. Nací en un barrio hiperhumilde, mi familia la pasó muy mal mucho tiempo. Pensaba en mi padre mientras cantaba. En qué significaba para él que su hija, en ese contexto social del que venimos, llegue hasta ahí y represente con su voz a un montón de niñes que vienen de entornos parecidos al mío

A partir de 2014 comienza formalmente su carrera como cantante, alternando con la actuación. De nuevo, la similitud con respecto a la figura de Sandro resulta paradigmática ya que el éxito de Lali radica en su magnetismo y carisma a diferencia del resto de las cantantes contemporáneas a ella. No es la que más vende pero sí la que más convoca. El más claro ejemplo lo brinda su histórico show en Vélez donde se convertía en la primera mujer en llenarlo, suceso que no se traduce en el chart de las canciones más exitosas de Billboard. Sandro fue también un artista popular que llenaba estadios y enamoraba a la audiencia por su sensualidad, su carisma e impronta de amante latino… aunque el que más vendiese fuera Palito Ortega, e incluso en los setenta mientras conquistaba México en nuestro país hacía tiempo que no formaba parte del ranking musical.

Su imagen, atribulada dentro del concepto de las tribus y las concepciones del nacionalismo banal, había construido también una némesis dentro del ambiente del pop agitada por los respectivos fanáticos: Lali vs Tini. Tini Stoessel también viene de ser una artista del universo teen (creada por Disney) cuya impronta y ángel la postulaba como la “niña bien” y, en efecto, procede de un sector pudiente a diferencia de los orígenes humildes de Lali que, por otro lado, su propia personalidad la torna más mersa para varios sectores: su desparpajo al reírse de sí misma; su verborragia de tono barrial y hasta la divulgación de hábitos propio de lo popular como mostrar ante las cámaras españolas en horario central cómo se prepara un fernet, cortando una botella de plástico y mezclando con el dedo. Si bien en estos últimos años han dado gestos entre ellas de cordialidad y admiración mutua, los fanáticos siguen optando entre una de las dos, con sus respectivas representaciones que llevan consigo.

Yo elijo vivir en la Argentina, y te lo digo con muchísimo respeto, porque soy una privilegiada en este país. Trabajo de lo que quiero. Gano mi plata. Puedo ayudar a mi familia. Me doy los lujos que a veces da vergüenza te diría, que no porque me lo gano. Y con ese privilegio en un país que tiene un montón de conflictos como este trato de hacer lo que pueda para colaborar desde el arte, la música, las series. No le llenas la panza a la gente con esto, pero desde mi lugar puedo hacer cosas que te cambian la realidad un ratito y eso es recontra copado. Y repito, elijo vivir en este país que tengo un montón de quejas para hacer como todes, pero también tengo un montón de cosas para decir de por qué vivo acá”.

El nacionalismo banal in crescendo que generó la pasión mundialista  posicionó nuevamente a Lali como emblema de lo popular: su broche de oro sería cantar el himno en la final de la Copa del mundo en Qatar. Su significado es aun mayor porque casualmente 5 años atrás ella se grababa cantándolo entre lágrimas por motivos a la represión policial y los disturbios generados entre manifestantes con la policía en medio del proyecto de la reforma previsional que llevaba a cabo el macrismo.

Como expresión de su generación, desencantada de la clase política, no manifiesta interés y sus criticas suelen ser generalizadas sin caer en la zoncera jauretcheana del medio pelo que rezonga con “este país de m…” Por el contrario, refuerza su sentido de pertenencia y apuesta a la nación y a su gente.

Lo que estaba naturalizado en su figura, cuyo carisma y simpatía le permitía la aceptación de todo el público, le generó un feroz ataque. No por lo que canta o cómo lo canta. Ni siquiera por lo que llegó a decir, sino por lo que ella representa: una figura popular. Justamente lo que desprecian los antipopulistas, los “anarcoliberales legos” una nueva tipología social que dejaría absorto al propio Arturo Jauretche. Cuando sucede el batacazo de las PASO el año pasado, Lali publicó en X (ex Twitter) “Qué triste”. No lamentaba la derrota de Massa sino el triunfo de Javier Milei, un mediático outsider de la política que con un discurso efectista y retrogrado supo capitalizar el descontento de la población para llevar a cabo quizás la peor tragedia que podemos llegar a padecer los argentinos: la aniquilación de los derechos sociales y nuestra soberanía respaldada por una porción importante de la población. 

El efecto Lali es resultado de una ausencia de liderazgo popular, una ausencia de representatividad política. Nadie recuerda si algún intelectual opinó sobre el triunfo de Milei en las PASO, tampoco de la por entonces vicepresidenta sin embargo, la opinión adversa al vendaval libertario parecía ser representada por Lali Esposito. De repente, la figura opositora a Milei era una artista que se había consagrado recientemente siendo la primera mujer en llenar el estadio velezano. Ella no se dejó amedrentar por los haters, aclaró su postura no partidaria. Como si fuese necesario. Luego de la victoria de Milei en el pasado ballotage, la figura de Lali no salió del ojo de la tormenta. Una caravana de descalificaciones sigue recayendo sobre su figura, una artista popular que no tuvo ningún tipo de adhesión directa con el peronismo o el gobierno anterior. El último ataque fue difundido por el propio presidente de la Nación quien difundió una vieja y falsa noticia que la acusaba de ser adjudicaría de una suma millonaria para tocar en un festival en la Provincia de La Rioja. 

Nosotros no nos quedamos con el dinero de nadie. Por lo tanto, si tiene un problema en cómo asigna los recursos, es decir, si gasta plata contratando a Lali Esposito y después no le paga a los policías no es problema nuestro

No me parece bien estigmatizar la cultura (…) En los shows que hago trabajan miles de personas. Todos los artistas que yo conozco han hecho shows para municipios. (…) Nos han cagado la cabeza a todos ya. Nos llevaron al punto de que si doy una opinión a favor de la cultura sos una cosa o la otra y no simplemente un ciudadano que da su opinión respetuosa”.

La divulgación de fake news donde la “enemiga pública N° 1” no es ni un sindicalista, ni la jefa de la oposición sino una artista carismática y popular refiere a la intencionalidad del gobierno por embarrar la cancha en un contexto donde el eje está en un brutal ajuste sobre diversas áreas (entre ellas la cultura) para transferir fondos hacia los emporios económicos y los amigos del poder es más que evidente. Refiere también al alicaído cariz de representatividad de la política donde este gobierno (a diferencia del macrismo) prefiere atacar a Lali Esposito y no a CFK. Hemos visto y leído frases de Gramsci en estos últimos días como si fuera un mantra, pero algo de eso hay: lo viejo (la vieja práctica política y los partidos políticos tradicionales) están muriendo por su erosionada legitimidad mientras que lo nuevo no terminó de nacer, pero no parece ser nada prometedor. Lo cierto es que la nueva política se nutre de la vacuidad del mensaje, de la descalificación impune que se replican por las redes sociales, a cargo de figuras outsiders que no ocultan sus intenciones, contando con la carta blanca de que “son lo nuevo”, mientras las cuerdas son manejadas por los oligopolios y la sinarquía. En tanto, la cultura popular sigue fluctuando, renovándose, como una de las pocas luces que conserva lo nuestro, lo más preciado e irreproducible para la ciencia y la tecnocracia altruista. Deberíamos sumergirnos en ella y en sus intérpretes para poder salir a flote de este entuerto. Como decía el viejo y querido León Gieco

Ay, que se va la vida

Más la cultura se queda aquí


*Profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Autor de “Vibración y Ritmo. Sandro, el padre del rock and roll en Argentina” (2020), “El joven Fermín Chávez” (2021) y “Era… cómo podría explicar. Biografía musical de Leonardo Favio” (2022).


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