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Imagen tomada de internet |
El Martín Fierro de José Hernández no fue solo una novela gauchesca; era el grito de una nacionalidad cuando la patria comenzaba a deslizarse hacia el abismo liberal que consolidaría a una clase que durante muchos años se auto tituló “la gente bien”, diferenciándose sin explicitarlo, por la extensión de sus campos, muchos conseguidos como lo leemos en lo escrito por Hernández en ese recordado libro:
¡Pucha, si usté los oyera
como yo en una ocasión
tuita la conversación
que con otro tuvo el juez!
Le asiguro que esa vez
me achicó el corazón.
Hablaban de hacerse ricos
con campos en la frontera…
Y de esa forma se fueron diferenciando “Los argentinos de bien” y luego incorporando a la “clase gerente” poblada de profesionales a los que solo se los admitía si mostraban el respeto a las reglas de juego dictadas por la clase principal, basada principalmente en las ideas políticas, de las que toleraban con una sonrisa a las izquierdas filosóficas porque en general exhiban un comportamiento pintoresco e inofensivo y no cometían “gaffes” en su manera de agarrar el tenedor.
Y el resto, en tiempos del Martín Fierro eran los “gauchos ignorantes”, luego fueron el “aluvión zoológico” y ahora somos los ORCOS.
Pero hay un personaje también muy bien descripto por Hernández; EL VIEJO VIZCACHA. El encargado de administrar los bienes y educar a uno de los hijos de Fierro. Y su educación consistía en consejos para evitar que el joven se equivocase y tomara para si los ideales de patria y coraje de su padre:
Cuando el juez me lo nombró
al dármelo de tutor
me dijo que era un señor
el que me debía cuidar
enseñarme a trabajar
y darme la educación
¿Quién era el viejo vizcacha?
Andaba rodiao de perros
que eran todo su placer
jamás dejo de tener
menos de media docena.
Y al viejo le decían vizcacha porque no dejaba de alzarse algo y acumularlo en su rancho. Y al joven educando, al que el juez lo había nombrado no solo por el “futuro” del joven sino para administrar unas vaquitas que había heredado, aunque del campito nada le tocaba, seguramente por falta de papeles.
La educación entonces se limitaba a aconsejarle como “acomodarse y no cuestionar nada para vivir mejor”:
Hacète amigo del juez.
No le des de que quejarse
y cuando quiera enojarse,
vos te debes encojer
pues siempre es bueno tener
palenque ande ir a rascarse
Nunca le lleves la contra
porque el manda la gavilla
Allí, sentao en la silla
ningún gûey le sale bravo
A uno le da con el clavo
Y a otro con cantramilla.
No te debes afligir
aunque el mundo se desplome
Lo que mas precisa el hombre
tener, según discurro
es la memoria del burro
que nunca olvida ande come.
Y le enseñaba a no rebelarse ni cuestionar:
El que gana su comida
bueno es que en silencio coma
Ansina vos ni por broma
querrás llamar la atención
Nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma.
Y finalmente lo estimula para esperar calladito la felicidad dentro de 35 años:
Ansi se alimentan muchos
mientras los pobres lo pagan
Como el cordero hay quien lo haga
en la puntita no niego,
y otros como el borrego
toda entera se la tragan.
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