RESISTENCIA DEL MOVIMIENTO OBRERO

 


*Por Fabián Amílcar Cabanellas

Para el 30 de marzo de 1982, los trabajadores nucleados en la CGT Brasil y bajo la conducción de Saúl Ubaldini convocaron a una jornada de protesta en todo el país, bajo las consignas “Paz, Pan y Trabajo”, “Abajo la dictadura militar”.

La posible movilización de amplios sectores de la población, motivó que el Ministerio del Interior presionara para que la marcha no se hiciera, bajo el argumento que la CGT no había solicitado la autorización correspondiente para realizar el acto y que estas situaciones podían producir alteraciones a la seguridad y el orden público, a la vez se recordó que seis dirigentes sindicales, entre ellos Saúl Ubaldini, se encontraban procesados por haber declarado otras huelgas generales.

El día de la protesta, Buenos Aires amaneció con carros de asalto, carros hidrantes, la montada de la policía federal, militares en traje de fajina, armas largas y cortas, por todo el centro porteño.

Desde horas tempranas los obreros y trabajadores de todas las especialidades se fueron agrupando para marchar hacia el centro. Los dirigentes llegaron abrazados por Av. de Mayo hasta la avenida 9 de julio y detrás, cientos de activistas. La marcha pretendía entregar un documento en Casa Rosada. Se cantaba “El Pueblo Unido jamás será vencido”, “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar” y “Luche luche que se van”.

Hubo al menos tres horas de violentos enfrentamientos entre los manifestantes, que intentaban llegar hasta la Plaza de Mayo, y centenares de policías. Las fuerzas de seguridad no sólo arremetieron contra quienes integraban las columnas de manifestantes, sino que detuvieron también a tres periodistas (uno de ellos de una cadena de televisión norteamericana) y a tres reporteros gráficos. Uno de los problemas que debieron enfrentar los uniformados se centraba en que los grupos populares se armaban y disolvían rápidamente en distintas esquinas, para reaparecer una y otra vez a corta distancia, improvisando con ello una táctica que obligó a la policía a redoblar su acción y a endurecer la represión.

Se reprimió duramente las concentraciones que se efectuaron en los alrededores de Tribunales y en el puerto; por primera vez, empleados y funcionarios de la zona céntrica de Buenos Aires arrojaban desde balcones y ventanas todo tipo de proyectiles contra los elementos de la represión.

Organismos de Derechos Humanos con Adolfo Pérez Esquivel a la cabeza intentaban llegar a Casa Rosada a entregar el petitorio.

Por la noche los noticieros informaron del asesinato en Mendoza, de José Benedicto Ortiz, trabajador y sindicalista textil. La jornada arrojó más de 2500 heridos y unos 4000 detenidos en todo el país.

Entre los detenidos figuraban el entonces secretario general de la CGT nacional, Saúl Ubaldini, y cinco integrantes de la comisión directiva; el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, junto a un grupo de madres de Plaza de Mayo. Las imágenes trascendieron adentro y afuera del país.

Hubo manifestaciones en Mendoza, donde la represión culminó con el asesinato de un sindicalista; en Rosario, dos mil trabajadores recorrieron el centro de la ciudad con consignas contra la dictadura; en Mar del Plata y San Miguel de Tucumán detuvieron a doscientas personas por repudiar al gobierno militar; en Córdoba, el Tercer Cuerpo del Ejército patrulló las calles con columnas de hasta siete vehículos militares por temor a la movilización de los trabajadores”.

Al día siguiente, la CGT elaboró un documento afirmando que el proceso militar estaba “en desintegración y desbande” y reclamando un gobierno cívico militar de transición a la democracia. Ese texto nunca llegó a difundirse, porque antes los militares salieron de la sombría situación en que se habían colocado fugando a Malvinas.

Los diarios reflejaron en sus tapas los “importantes disturbios” y la sensación de que la estabilidad de la Junta Militar estaba seriamente amenazada. Sin embargo, tres días después, tropas argentinas tomaron las islas Malvinas.

La CGT y los trabajadores le habían demostrado a los dictadores que debían dejar el gobierno, que ya nada era igual, que se había alcanzado un grado de organización suficiente para hostigarlos hasta echarlos. El movimiento obrero hizo el 30 de marzo del 82 una jornada tan trascendente como lo fueron en los años 60 y 70, las grandes movilizaciones donde se cantaba “Obreros y Estudiantes unidos y adelante”, y en cada barricada se vivía un clima de lucha, libertad y solidaridad.

 

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