*Por Pepe Muñoz Azpiri
Væ victis es una expresión en latín que significa «¡Ay de los
vencidos!» (también se usa para decir "dolor al conquistado"). Según
la obra Ab Urbe ConditaV,48 de Tito Livio, fue pronunciada por el jefe
galo Breno que había sitiado y vencido a la ciudad de Roma.
Según dicha tradición, en
390 a. C., tras su victoria, Breno accedió a negociar su retirada de
la ciudad mediante un rescate convenido por ambos lados combatientes. Dicho
rescate consistiría en un botín de mil libras romanas en oro.
Cuando los romanos percibieron que los
galos habían amañado la balanza en que se pesaba el oro, protestaron ante su
jefe Breno, quien se limitó a arrojar su espada para añadirla al peso de la
balanza mientras decía «Vae victis!».
Algo similar sucedió el 16 de febrero
de 1990 cuando se anunció que se habían restablecido las relaciones
diplomáticas entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña. El
instrumento jurídico que determinó esto fue firmado en Madrid en un salón del
Ministerio de Asuntos Exteriores de España. El texto del documento se integra
con dieciocho artículos y cuatro anexos que abarcan un total de catorce
carillas. El presidente Carlos Menem, aquel que no tuvo pudor en declarar "si decía lo que iba a hacer no me
votaba nadie", y el por entonces Ministro de Relaciones Exteriores,
Domingo Cavallo, firmaron el Tratado Acuerdo de Madrid en los días 14 y 15 de
febrero de 1990.
No se pude, tanto desde el sentido
común como desde el derecho público, declarar una guerra o ponerle fin a la
misma, sin la intervención de los poderes legislativos de los Estados
beligerantes, principio indeclinable porque los Parlamentos son los
representantes por antonomasia del pueblo que en la guerra ofrenda el supremo tributo de la sangre y la vida. Nuestro país lo
ha observado religiosamente toda vez que debió recurrir al extremo
recurso de las armas: nuestra primera guerra fue contra el Brasil en 1825 y el
presidente Bernardino Rivadavia intentó ponerle fin mediante un Tratado firmado
en Río de Janeiro por su plenipotenciario Manuel José García. Fue sometido a la
consideración del Congreso que lo rechazó en todos sus términos debiendo las
partes negociar otro que el gobernador Dorrego también sometió al referendo de
la Convención Nacional que hacía las veces del Congreso ya disuelto.
"Este principio de la concurrencia
de los dos poderes dentro del derecho constitucional de beligerancia tiene tal
fuerza moral que fue observado aún en épocas en que se carecía de Constitución
y Congreso nacionales; el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas sometió
invariablemente a la Sala de representantes provincial todos los Tratados
suscriptos con Estados extranjeros en ejercicio de las relaciones exteriores de
la Nación. En 1945 nuestro gobierno declaró la guerra a Japón y Alemania por
decreto 6945 ratificado por ley 12837, no hubo necesidad de Tratados de Paz porque
no se abrieron hostilidades y los enemigos se rindieron al mes ante los
principales aliados. Sin embargo, el cese de hostilidades fue declarado por ley
14049 confirmando esta sana tradición por la que en materia de guerra o paz
deben concurrir el presidente y el Congreso y no exclusivamente el
primero". (1)
No obstante, nuestra guerra por
Malvinas llegó a su término mediante estos Tratados que fueron llamados
Declaraciones para substraerlas al conocimiento y ratificación del Congreso
Nacional; nuestra ley fundamental fue sacrificada en aras de la paz con Gran
Bretaña a la que se le dispensa un trato supraconstitucional que la privilegia entre
los demás estados del orbe.
Hay tres puntos, que han provocado,
perjuicios y humillaciones a todo el pueblo argentino: "El primero, nos
habla de los recursos pesqueros regalados a Gran Bretaña, entregados a cambio
de nada; el segundo nos explica cómo nuestro país pasa a ser parte del
"Commonwealth", colonia pirata, sustentada en el privilegio al capital
inglés en los acuerdos de inversiones que significaron las privatizaciones y
que en resumen era un reintegro de gastos de guerra; el tercer punto nos
muestra la rendición total de FF.AA. a las Fuerzas británicas, al someterlas al
control de los británicos. Asimismo se alienta y celebra desde el exterior
tanto una campaña de desmalvinización como de desinversión en las Fuerzas
Armadas bajo el título de modernización que no es nada más ni nada menos que un
desarme". (2)
Este nuevo aniversario del conflicto
más importante que libró nuestro país en el siglo pasado y el actual, al que
algunos funcionarios/as minimizan como "controversia", será una nueva
oportunidad económica para los fabricantes de medallas, diplomas y toda la parafernalia fúnebre que acompañará
el 40° aniversario de la Guerra del Atlántico Sur. Surgirán nuevamente los
poetas, payadores y guitarreros de toda índole que evocarán, con emoción impostada,
el sacrificio y el sufrimiento de los "chicos" de la guerra.
“Una Nación no debe sufrir por una batalla
perdida más que un hombre robusto por un arañazo recibido en un duelo de espada
– solía decir el
escritor Anatole France – Es suficiente
para remediarlo un poco de espíritu, de destreza y de sentido político. La
primera habilidad, la más necesaria y ciertamente la más fácil, es extraer de
la derrota todo el honor militar que se pueda dar. Tomadas así las cosas, la
gloria de los vencidos iguala a la de los vencedores y es más tocante. Es
conveniente, para hacer que ese desastre sea admirable, celebrar al Ejército
que ha estado en la guerra y publicar los bellos episodios que destacan la
superioridad militar del infortunio. Los vencidos deben empezar por adornar,
hacer lucir y dorar su derrota, engalanándola con signos relevantes de grandeza.
Leyendo a Tito Livio, se ve que los romanos no erraron en esto y suspendieron
palmas y guirnaldas en las espadas rotas de Trebia, Trasimeno y Cannas.”
El
Premio Nobel pertenecía a la Nación que se reponía de los estragos de la
Primera Gran Guerra, que había conocido las glorias Napoleónicas y la amargura
de la derrota en la guerra franco-prusiana. Sin embargo, contrariamente a
ciertas plumas de esta orilla del océano, que se han manifestado en los últimos
tiempos por la autodeterminación de los ocupantes ilegítimos, este genuino
intelectual no se avergonzaba de la suerte de sus armas ni se cuestionaba los
reclamos sobre Alsacia y Lorena. Lo sorprendente es que estos mismos voceros
del llamado “realismo periférico”, que definen a la recuperación de las Malvinas
como un acto criminal y descabellado, fueron durante décadas los principales
impugnadores de la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales del
pasado siglo y ahora proponen involucrarnos en el conflicto de Ucrania. “La
victoria tiene muchos padres, la derrota solo uno” y en este caso en particular
el responsable no es una camarilla de pretorianos, sino el propio pueblo
argentino que acompañó la decisión soberana y aún hoy pese al resultado adverso
de lo que en el futuro sólo será una gran batalla, se enorgullece de sus
combatientes.
La
estrategia de Desmalvinización, que no es otra que la de imponer en el
inconsciente colectivo el fatalismo de la impotencia nacional frente a las
agresiones coloniales, responde a la necesidad de que los Acuerdos de Madrid,
suerte de Tratado de Versalles de similares condiciones vejatorias, sean
aceptados como un fatalismo bíblico. Así, nuestros recursos naturales serán una
nueva Cuenca del Ruhr y nuestro sistema de defensa desmantelado (Proyecto
Cóndor, Fábrica de Aviones, Centros de investigación, etc.) con el argumento
enlatado de que la globalización ha hecho obsoletas las naciones. No parece
considerarlo así nuestro vecino Brasil que desarrolla una formidable capacidad
disuasiva ante los apetitos que genera su Amazonia y los yacimientos
energéticos de su litoral marítimo.
Con este objeto se ha implementado una
banalización suicida de nuestra historia, contrariamente a países como Francia
e Inglaterra, paradigmas de cómo construir historias gloriosas para consumo
mundial, aún a partir de crímenes notorios. Hoy nos intoxican con películas de
soldados llorones y capitanes sádicos, para que no nos percatemos que perdimos
no solo contra Inglaterra, sino también contra Europa y los Estados Unidos que
desarrolló la más formidable movilización bélica desde la Segunda Guerra
Mundial: la “Task Force”, formada por casi 200 navíos, entre transportes y
buques de guerra, y perdió en menos de 60 días de combate en el atlántico sur
el 40% de sus unidades, hundidas, averiadas, fuera de combate, blancos de los
muy bien coordinados y ejecutados ataques de la aviación naval y la Fuerza
Aérea.
Ahora, tanto Chile a través de Punta
Arenas, como ahora Uruguay mediante el aeropuerto de Carrasco y el puerto de
Montevideo, colaboran con el afianzamiento colonial británico dentro del
territorio argentino usurpado de Malvinas. Mientras tanto, un ex presidente
argentino (que dice no entender los problemas de soberanía y que las Malvinas
son un déficit), juega al golf con un déspota saudita en las tierras lindantes
al Lago Escondido propiedad de un magnate inglés, quién además posee una pista
de aterrizaje de mayor volumen a la del aeroparque de Buenos Aires, instalada
en otra área de frontera pero ésta en zona costera.
Muchas de las ventas que se llevan a
cabo tanto en la Patagonia argentina como en el Norte del país – dos de las
zonas más comprometidas en cuanto a la desregulada venta de tierras – violan la
Ley nacional que prohíbe la venta de aquellos territorios que establezcan un punto
clave y estratégico para las fuerzas externas.
Un claro ejemplo de esto es el Acuífero
Guaraní y la Triple Frontera, lugares en los que teóricamente se encuentra
legalmente prohibida su venta por ser considerados frágiles en cuanto al
espionaje y a la instalación de bases militares que tengan como fin la
apropiación de los valiosos recursos naturales que allí se hallan.
Entre algunas de las consecuencias que
se registran al ceder las tierras nacionales sin ningún tipo de restricción
estatal se destaca: el ingreso de fuerzas externas al territorio nacional en
lugares estratégicos tales como las salidas al mar, la pérdida de soberanía
nacional, la prohibición a los ciudadanos nativos a circular libremente por los
caminos y lagos de las regiones vendidas (una clara violación a la Constitución
Nacional Argentina) y estas anomalías no se solucionan con estudiantinas de
jovatos como las que se realizan al Lago Escondido o vociferando en los medios
con la "marchita" y un peronismo abstracto y declamativo, dado que la derrota del adversario no consiste en su
aniquilamiento físico, sino en anular su voluntad de lucha. De allí relatos que
ni el propio enemigo, por pudor y por respeto a la veracidad histórica se ha
atrevido a realizar. Se impone el discurso derrotista, la tergiversación de la
historia (“Obligado fue una derrota”) la resignación fatalista, la negación de
la voluntad. Se trata de “revolcar a la Argentina en el fango de la
humillación”, como propuso el nieto de Churchill, porque la voracidad de la
metrópoli no tiene límites ya que ahora vienen por más, vienen por todo, vienen
por la Antártida: “Muy pronto nos
llevaremos una sorpresa, cuando descubramos que son muchos los aspirantes a la
soberanía sobre nuestro Sector Antártico” advierte con inocultable regocijo
el inefable Luis Alberto Romero, olvidando mencionar que también eran varios
los que pretendían la Patagonia.
La guerra no se perdió en 1982, sino en
un escritorio en 1989, bajo la firma de Menem y de Cavallo regalando a Gran
Bretaña todo lo que ellos pretendían. Y es ahí donde finaliza el conflicto, y
en donde realmente los argentinos perdemos toda dignidad. Ya no se trata de recuperar los territorios
insulares irredentos y su mar adyacente; se trata de recuperar el territorio
continental, es decir, la Argentina misma
Notas:
(1) Fernández
Cistac, Roberto "Historia y futuro
de las Islas Malvinas". Fondo Editorial "Esto es Historia".
2000
(2) Reyes, Jorge "El camino de la Fuerza Aérea Argentina hacia las Islas Malvinas". En: "Malvinización y Desmentirización". Ediciones Fabro. 2013
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