*Por Pepe Muñoz Azpiri
"Como órgano del pueblo y de la
multitud popular, el caudillo es del tipo opuesto al militar, que es por
esencia órgano del gobierno, de quien siempre depende.
El caudillo supone la democracia, es
decir, que no hay caudillo popular sino donde el pueblo es soberano, mientras
que el militar es de todos los gobiernos, y especialmente del despótico y
monárquico.
El caudillaje que apareció en América con la democracia, no puede ser denigrado por los que se dicen partidarios de la democracia, sin el más torpe contrasentido (...)"
Juan Bautista Alberdi
Desde la aparición en el escenario universal de nuestra
nación como nación independiente, coexisten dos proyectos de país antagónicos.
Tanto en el plano político como económico, dos realidades se enfrentaron
sangrientamente. Esta contradicción subsiste hasta el día de hoy. "La división argentina, no es política, es
geográfica, no son dos partidos, son dos países" reflexionó
amargamente el tucumano Juan Bautista Alberdi, al analizar el federalismo de
los caudillos y la política unitaria de los grupos portuarios.
Buenos Aires desarrolló un modelo hegemónico, basado en
una burguesía mercantil, con el propósito de establecer un modelo librecambista
que favoreciera su crecimiento económico. Su sustento ideológico era el
racionalismo de la ilustración, las "luces" de la
"civilización" que llegaban de Europa, a las cuales el país debía
amoldarse. Esta teoría ahistórica del "progreso indefinido" fue
impuesta al resto del país mediante bayonetas y expediciones punitivas. Se
pretendió encajonar a la Argentina es esquemas teóricos importados "en la
filosofía sensualista de Condillac - decía José María Rosa - la ética utilitaria
de Bentham, el liberalismo constitucional de Constant" como si la realidad
histórica de un país se desarrollara en base a postulados predeterminados.
Este fue un esquema de país, el puerto importador de
manufacturas y la pampa productora de materia prima. La "granja
próspera", la factoría "elegante" para la cual el resto del país
no importaba
La otra realidad fue el país real, el interior, cuyo
incipiente desarrollo artesanal ya sufría la retracción económica producida por
la apertura a las mercaderías británicas decretada por la administración
borbónica.
Su concepción de nacionalidad era telúrica, basada en el
arraigo a la tradición de las antiguas comunas castellanas (Patria es el lugar
donde se nace) y, en consecuencia, diametralmente opuesta a las concepciones
intelectuales de los cenáculos portuarios.
"El tema del
espacio fue siempre vital para los federales. Parecían condicionados por
definiciones geopolíticas precisas, - comenta Marcelo R. Lascano - animados por la previsión enunciada por
Montesquieu. El espacio es destino, según el pensador, luego el alma de una
nación cambia en la misma proporción en que su extensión aumenta o disminuye,
en que se ensanchan o se estrechan sus fronteras".
La rapidez con que, después de Caseros, se aprueban los
tratados suscriptos el 10 de julio de 1853 con Gran Bretaña y Francia sobre
libre navegación de los ríos demuestra, inobjetablemente, que el espacio para
los unitarios jamás constituyó una prioridad nacional, como sí lo fueron las
definiciones estratégicas de Chile y Brasil para circunscribir la cuestión a la
región.
En 1835, tres caudillos se destacaban en el país: Facundo
Quiroga, asentado en el Norte y Cuyo, Estanislao López en el Litoral y Córdoba
y Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.
Tanto Rosas como Quiroga y López representaban la
oposición al "progreso", no por la supuesta barbarie con la que los
estigmatizó Sarmiento, sino porque advertían que tras el romanticismo de los
salones literarios y las declamaciones de los apologistas del libre cambio, se
agazapaba la injerencia de los intereses foráneos. Su "nacionalismo"
trascendía el marco de la patria chica y se insertaba en un contexto
continental. La concepción política de los caudillos (que en carácter de tal
constituían la expresión máxima de la democracia) trascendía el marco del
criterio municipal y se insertaba en el contexto continental. Al igual que José
de San Martín, se llamaban a sí mismos "americanos" pues subsistía en
ellos el espíritu de unidad de la antigua anfictionía hispánica.
Lejos de lo que la falsificación histórica del
liberalismo ha difundido, el período de la Confederación Argentina constituyó
no solo un proyecto de desarrollo (Ley de Aduanas de 1835, Banco de la
Provincia de Buenos Aires, Ley Agraria, desarrollo de manufacturas, etc.) sino
también de afianzamiento de la unidad nacional y desarrollo de la cultura. Al
respecto, basta la lectura de la "Carta de la Hacienda e Figueroa"
del propio Rosas y los trabajos del maestro Fermín Chávez sobre la cultura durante
el predominio federal.
Al contrario, la enunciación y los métodos de los partidarios del iluminismo adquiría, a veces, visos de ingenuidad y desconocimiento de la realidad americana y en otras oportunidades se revestía de racismo y metodologías terroristas que hubieran espantado a los mismos protagonistas de la Revolución Francesa. Un testigo de la época, refiriéndose a Sarmiento lo describe diametralmente diferente al retrato de la mitología liberal:
"El Sr.
Sarmiento, que tanto se jacta de imitar a los norteamericanos, parece
inspirarse más bien en las ideas de Rousseau que de Jefferson: Es partidario de
la intolerancia política, es un inquisidor, un Robespierre, un Torquemada
político. Es un civilizador a cañonazos y bayonetazos" (Alejo Peyret,
"Cartas sobre la intervención a la provincia de Entre Ríos",
publicadas con el seudónimo "Un extranjero". Buenos Aires.1873).
El 3 de febrero de 1852, con la derrota nacional de
Caseros, se derrumbó el gran proyecto de la Confederación. El aparato político
forjado por Juan Manuel de Rosas, bajo la advocación del federalismo, que había
constituido la génesis de un Estado Nacional es desmantelado por
constitucionalistas exasperados que ya habían colaborado con las intervenciones
anglo-francesas desde Montevideo. Paradójicamente, el mal llamado "período
de organización nacional" se transforma en el de la desorganización
nacional. Nuevamente Buenos Aires por un lado y el resto del país por el otro,
la tajante opción de civilización o barbarie creada por Sarmiento impedía
establecer un diálogo entre provincianos y porteños.
Bartolomé Mitre - hombre clave del unitarismo en la
década del 60 - tras la defección de Urquiza en Pavón, asume las riendas del
país. Su gobierno se caracterizará por el absoluto control de nuestra política
exterior por parte del Imperio Británico, por el brutal sometimiento y
represión en las provincias y por la cruenta guerra de la Triple Alianza.
El aislamiento del Paraguay, iniciado por Gaspar
Rodríguez de Francia y continuado hasta Francisco Solano López había
evolucionado a un estado autárquico que transformó a la nación guaraní en
generadora de manufacturas y bienes artesanales.
El Paraguay construyó arsenales y astilleros, flotas
fluviales y de ultramar, telégrafos, fábricas de pólvora, papel, loza, azufre y
tintes. Estableció fundiciones en Ibicuy para el tratamiento de carbón de
madera y mineral de hierro. Desarrolló el primer ferrocarril de América del
Sur. Alcanzó un alto grado de alfabetización y monopolizó en manos del Estado
el comercio exterior. Es decir, estableció un modelo de nación independiente,
absolutamente inverso al nos impuso posteriormente la celebrada generación de
1880. En consecuencia, y más allá de su cuestionable autoritarismo y sistema
dictatorial, la dirección elegida en el terreno económico constituía un ejemplo
peligroso de imitar por las naciones vecinas. Su proceso de desarrollo
independiente desarticulaba la política comercial británica, que necesitaba
imperiosamente de mercados externos para colocar los excedentes del maquinismo
industrial. Sin la existencia de la India y de las naciones hispanoamericanas
como mercados de consumo, el desarrollo capitalista de Inglaterra hubiera sido
imposible.
Mitre, fiel representante de los intereses británicos,
elaboró una política de provocaciones que culminó en la guerra del Paraguay. No
tuvo escrúpulos en declarar públicamente sus razones:
"Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa campaña, a recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscriptos en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado para mayor felicidad de los hombres".
Miles de argentinos regaron de sangre las trincheras y
los esteros paraguayos para que los obreros de Manchester y Liverpool no
perdieran sus fuentes de trabajo, al igual que hace cuarenta años los soldados
se congelaban en las turberas de Malvinas mientras los representantes de la
Trilateral Commission regían el destino económico del país.
En nombre de la civilización; Brasil, con sus cuatro
millones de esclavos y la Argentina, que
degollaba a las montoneras en las provincias, arrasaron con el último proyecto
americano de envergadura. Semejante crimen histórico, en el que los "voluntarios"
debían ser enviados engrillados al frente de batalla, fue resistido por los
últimos representantes de la Argentina Federal: Ángel Vicente Peñaloza - el
Chacho - Felipe Varela y Ricardo López Jordán.
Es inexacto que redujeron el país a mezquinas concepciones
localistas. Estos caudillos se levantaron por la unidad nacional y americana,
no contra ella. Constituyeron el último resplandor de la memoria orgánica de la
América Hispana otrora unida y ya descuartizada. Sus manifiestos aún resultan
proféticos.; Felipe Varela, en 1863, durante la inauguración de la Sociedad de
la Unión Americana en Sucre, proclamó:
"¡Si, señores!
Ambas aves cuentan numerosas victorias, ambas son el emblema de la gloria, pero
hay una diferencia. Cuantas veces el águila imperial remontándose a las
alturas, ha tendido la vista sobre el hemisferio, ha sido solo para divisar
donde hay un pueblo indefenso que desgarrar. Al contrario, cuantas veces el
cóndor republicano, desde las cumbres de Los Andes ha tendido su vista sobre el
continente, solo ha sido para ver donde hay un pueblo oprimido que liberar. El
águila es el representante del pasado y el cóndor es del presente y el
provenir; aquel anuncia conquistas, éste libertad. El águila representa la
usurpación y el cóndor el derecho".
¿Era este el pensamiento de la anarquía y el atraso? ¿Era
éste el testimonio de la barbarie? Tal vez, si consideramos que en los países
periféricos determinados conceptos deben considerarse a la inversa del
significado que le atribuyen las usinas centrales que las emiten. La
"barbarie montonera se transformó posteriormente en la "chusma
radical" y el "aluvión zoológico" peronista. Alem fue "el
hijo del mazorquero", Yrigoyen el paladín de la chusma y Perón el "tirano
depuesto", el "gran corruptor", categorías que en el lenguaje
político de la oligarquía se aplican a quienes representan las luchas de los
pueblos por su autoconciencia.
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