Blanca Buenanueva
trabajaba en el policlínico de la Federación Papelera en Osvaldo Cruz 2075. De
allí se la llevaron la madrugada del 9 de septiembre de 1976. Tenía 22 años,
una hija de 3 y algunos testimonios señalan que estaba embarazada. Para
recordarla, el sábado 18 de marzo desde las 10 se realizará un mural en la
cuadra de Barracas donde aún funciona Papeleros. Es parte de
las actividades que organiza el Encuentro por la Memoria La Boca-Barracas
que culminarán el miércoles 22 con la Marcha de Antorchas.
Era madrugada. La una o
las dos de la madrugada del 9 de septiembre de 1976. Blanca Cristina
Buenanueva, morocha, mendocina, ojos negros, grandes, joven, muy joven,
militante, menudita, trabajadora, estaba -como cada noche por medio- en la
Unidad de Terapia Intensiva del Policlínico de la Federación de Papeleros. Era
enfermera. Su amiga María Luciano, también enfermera, estaba preparando el mate
cocido en el sector de cirugía cuando ocho, diez, muchos tipos irrumpieron en
el edificio de Osvaldo Cruz 2075. Armas largas, chalecos antibalas, ropa de
civil, tres, cuatro Torinos blancos. “¿Quién es Blanca? La casa donde estaban
su hija y su mamá se incendió. Ellas están internadas en el Hospital Churruca”,
dijeron los tipos. Blanca se desesperó. Se sacó el ambo, se puso su ropa y se
subió a uno de los Torinos, sin patente, estacionados en esa última avenida de
Barracas. Nunca nadie la volvió a ver. Tenía 22 años. Continúa desaparecida.
“Mi mamá era una
laburante de sanidad, de salud, mantenía a su hija sola, pagaba un alquiler en
Lomas de Zamora y estaba pagando un crédito hipotecario. Porque así podían
vivir los laburantes antes de la dictadura”. Eugenia es la hija de Blanca.
Tenía 3 años cuando se llevaron a su mamá. Hoy, a los 50, sigue reconstruyendo
el rompecabezas de su historia, raíz de su identidad. Recién a los 10 años,
Eugenia supo que no era hija de su abuela, la mujer que le cambió su identidad
luego de denunciar a su propia hija por montonera. Recién a los 25 años, su
documento reconoció que ella es Eugenia Casetta Buenanueva, tal como la
nombraron su mamá y su papá.
Hoy, Eugenia es
trabajadora de la Secretaría Nacional de Niñez, militante de derechos humanos y
mamá de tres hijas. Además, busca a un hermano o hermana que debió haber nacido
en el primer semestre de 1977. “Aparentemente mi mamá estaba embarazada de muy
poquito cuando se la llevaron”. No es seguro, pero por algunos testimonios es
probable. “Ese día, ella me dijo que me iba a contar una noticia, quizás era
que estaba embarazada”, recuerda María, su amiga, enfermera del policlínico y
testiga del secuestro. María vive en Barracas y lleva a Blanca muy fuerte en su
memoria. “Era como mi hermana, mi gemela, estábamos todo el día juntas, desde
las 5.30 que nos íbamos a estudiar al colegio de enfermería Patricias
Argentinas, hasta la siguiente mañana en que salíamos del policlínico. Vivió
con Eugenia tres meses en mi casa y después, cuando se mudó a la pieza que
estaba a unas cuadras, la dejaba al cuidado de mis padres. Esa madrugada del 9
de septiembre antes de irse le di mi tapado verde porque estaba fresco, me dio
un abrazo y no la vi nunca más”.
María recuerda, con
impotencia, cómo intentó convencerla de que no se fuera con esos tipos. “No
podía ser, ¿por qué las llevarían al Churruca si la mamá de Blanca vivía en
frente del Hospital Penna, en Parque Patricios’”. Carlos Nava hace el mismo
relato. Él era médico y también estaba de guardia aquella noche. “Cuando
dijeron lo del Churruca me di cuenta que era mentira, es el hospital de la
policía, ahí no llevan a civiles. Pero ella se desesperó, quería ver a su hija,
que la lleven a verla. Yo le decía que no vaya, que ella estaba en terapia, que
era abandono de guardia. Que mejor llamemos al hospital y veamos cómo están.
Pero Blanca estaba desesperada. Se fue al vestuario, se cambió delante de los
tipos y se fue”.
Después del secuestro
de Blanca, María estuvo un año vigilada. Por las noches, la lloraba y la
soñaba. Hoy a punto de cumplir 70 sigue trabajando de enfermera y cocina en un
comedor de Barracas. Carlos se exilió en España hasta el regreso de la
democracia. Su vida corría peligro. Además de ser testigo del operativo que se
llevó a Blanca, era parte de la Federación de Médicos Residentes y militante en
una organización de izquierda. También trabajaba en el Hospital Posadas, donde
secuestraron a los médicos Jorge Roitman y Ricardo Landriscini, quienes también
atendían en el policlínico de Papeleros.
Las responsabilidades
en el secuestro y desaparición de Blanca son parte de la causa Primer Cuerpo de
Ejército que lleva el juez Daniel Rafecas en el juzgado federal 3. A Eugenia la
representa como querellante el abogado Pablo Llonto, también vecino de
Barracas.
María quiere señalizar
el lugar de donde se llevaron a Blanca. El policlínico cerró en 1995 pero el
edificio de tres pisos -que está a dos cuadras del Riachuelo y a una de la
autopista que lo cruza por el Puente Pueyrredón- sigue funcionando como sede de
la Federación de Obreros y Empleados de la Industria del Papel, Cartón y
Químicos. El objetivo es colocar una baldosa como homenaje y un mural que
recuerde a les trabajadores de la salud víctimas de terrorismo de Estado.
Eugenia dice que,
aunque a los barrios de la Comuna 4 prefiere no venir por tantos malos recuerdos,
estará presente en el homenaje a su mamá. “Todos los homenajes a nuestras y
nuestros desaparecidos son necesarios para rescatarlos del olvido y reivindicar
sus vidas de militantes. Mi mamá era una enfermera militante”.
Fuente:
Sur Capitalino
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