SIN NOVEDAD EN EL FRENTE

 *Por Hugo Bertone

Si existe algo fuera de lo común, singular y poderoso en una de las más importantes novelas del siglo XX, es la capacidad de su escritor, Enrich María Remarque, de generar a través de la misma un exorcismo hacia sus propias vivencias ante el hecho de haber sido soldado alemán, de haber palpado de primera mano todo aquel horror de la primera gran guerra. El horror que presenció como soldado le generó una marca interna y dio a conocer en modo de novela su vivencia, desarrollando un particular lineamiento que diversos biógrafos o críticos consideraron como “Anti belicista, pacifista y anti militarista”.

En el año 1933, su más trascendente trabajo resulto incinerado en una gran quema de libros organizada por el Nacional Socialismo por considerarse “Antipatriótica” y el mismo Remarque, enemigo público de un régimen despótico y absolutista.

Este alegato narrativo vuelve a tomar valor y contundencia mediante el trabajo de guion de Ian Stokell y Edward Berger, un joven director alemán experimentado en productos para tv generando una visión asombrosa. Su objetivo general es ilustrar la repetitividad de la guerra, la naturaleza de ida y vuelta de esta lucha inútil y de años de duración por meros metros de tierra, manejando tiempos y momentos desde un matiz muy personal de dirección saliendo sumamente airoso ante la responsabilidad de diagramar un producto honesto, sin teutones hablando en inglés o aggiornando al universalismo la historia personal de un soldado, sumando al film una oscuridad que amerita el desarrollo de aquello a mostrar, concibiendo una realización sin baches que demarca lo extremadamente angustiante y visceral sin concesión alguna.

La obra relata las terribles experiencias y la angustia de un joven soldado alemán en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial.

Si un mérito profundo posee este trabajo es la línea de imágenes y secuencias. Los sórdidos paisajes bélicos se contraponen en el momento justo con planos de la naturaleza que desarrolla toda su medida armónica, contrastando las líneas de comportamiento humano en grandes salones de conferencias políticas con los escenarios más sucios del llano de la lucha, el pandemónium real sobre la tierra.

La narrativa corre entre identidad, nacionalismo extremo, la muerte como solución radical y la vía de sueños y esperanzas; las diferencias marcadas entre los niños soldados y la elite de gobierno. Todos estos elementos están conformados de modo dinámico y reflexivo a la vez, endureciendo el engranaje de vida de un joven que arrastra cuestiones profundas, que debe demostrarse y demostrar cuan capaz puede ser de enfrentar una guerra, luchar con hidalguía y salir victorioso de la misma.

Rodada en la republica Checa y mediante un realismo límite, las simbologías recrudecen el relato. Ya no existirán buenos ni malos, las variables humanas se sucederán cambiantes y convenientes moviendo piezas demarcando quienes somos y como nos constituimos a través de la visión de un joven que no deja de lado su amabilidad pese a la transición drástica y rauda hacia la adultez en un marco colmado de brutalidades diversas.

Tal vez el camino de efecto reflexión resulta el destacable más allá de la artística de alto impacto y efectos digitales diversos. Las miserias, los aciertos y declives humanos recorren el camino del trabajo y el peso de una fuerte historia vuelve a demostrar el valor intrínseco ante cualquier diseño modernista y visual de impacto.

En la faz técnica se destaca la fotografía generada por James Friend generando diversas e interesantes tomas generales y nos introduce con maestría al oscuro mundo devastador de las trincheras mediante acertados Planos secuencia, similares a los logrados por Sam Mendes en “1917”. La Banda sonora es un logro absoluto. La partitura generada por Volker Bertelmann, pianista y musico experimental alemán, conceptualiza el trabajo, reiterando casi como leitmotiv un matiz electrónico de tres notas concibiendo un ambiente diferente y sumamente atractivo.

Desde la línea actoral, el consagrado Daniel Brühl en el rol de un pacifico diplomático (impecable en la secuencia de la firma del armisticio en el vagón de Compiegne), Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus y su protagonista, el debutante Félix Kammerer, logrando un rol profundo, mostrando una progresión de crecimiento y sin concesiones en un camino que lo conduce hacia la locura explicita.

Este trabajo resulta punto de interpelación al pensamiento y la conciencia colectiva e individual, sin nada que envidiarle a la primera adaptación cinematográfica conformada por Lewis Milestone en 1930, apenas un año después de la aparición de la novela, ganando “Mejor Película” y “Mejor director” en la tercera edición de los Premios de la Academia.

La frase final del mismo nos conduce hacia un acto sistemático de reflexión: “al inicio de las hostilidades de la Primera Guerra Mundial, en 1914, comenzó la guerra de trincheras en el frente occidental, para cuando llegó el final del conflicto, en 1918, el frente se había movido apenas unos cientos de metros: 17 millones de personas perdieron la vida por unos cuantos metros de tierra.”

Aquella guerra de trincheras, cruda y demencial, genero el sinsentido mismo de la vida, la crueldad siendo protagonista dentro de una lucha de poder absurda, que demostró sin banalizar el sentido mismo destructivo del humano hacia su prójimo.

Algo que no se contrapone demasiado con nuestra realidad.

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