*Por Hugo Bertone
Los recónditos surcos de la memoria. Por allí
transitan y se establecen todo el conjunto de imágenes de hechos y situaciones
del pasado que se depositan en nuestra mente y que a veces, vaya a saber por
qué cuestión cognitiva, se bloquean, desaparecen sin dejar un mínimo rastro.
Hasta que un suceso hace despertar aquellas raíces que
jamás hubiéramos querido experimentar.
De memoria y olvidos, de alienación y venganzas, de
pasados lejanos, nebulosos, inconclusos se estructura este trabajo que contiene
una temática muy abordada por cierto, dejando entrever que pueden resultar de interés
nuevamente cuando surge un producto con indelebles recuerdos que nunca se
situaran en el olvido dentro de una narrativa efectiva, practica, dinámica.
El egipcio de origen armenio Atom Egoyan, un cineasta
contemporáneo proveniente del mismísimo cine independiente, multipremiado
mediante abordar las situaciones límites del devenir humano en sus diversas
realizaciones, logra en este trabajo confluir sostenidamente hacia el destino
de mostrar un hecho innegable construyendo desde los peldaños del suspenso y el
drama social un ingenio cinematográfico digno de resaltar y de difundir,
recreando un segmento de aquel fatídico holocausto que lastimo a cada uno de
nosotros, trayéndolo a la actualidad mediante una singular y atractiva
narración generada por el debutante guionista Benjamín August.
La historia relata el devenir de Zeb, judío superviviente del Holocausto ya de 90 años y
con Alzheimer, que busca a un criminal de guerra nazi que fue responsable de la
muerte de su familia, con el objetivo de asesinarlo mediante un plan que traza
su compañero y amigo dentro de una institución geriátrica.
Con ciertos toques del estilo “Road movie” este trabajo posee una
historia muy bien contada, que hace honor al “menos es más” tan citado en la actualidad.
Allí radica el punto de inflexión que contiene un increscendo de situaciones y
manipulaciones.
Egoyan manipula nuestra idea y desarrolla diversas vertientes
haciéndonos parte misma de la historia, poseedora de un certero montaje que
sabe demostrar y ocultar imágenes, generando revelaciones, recorriendo los
limites senderos de la mente y las consecuencias que contienen sus estados y
sus giros, funcionando de modo positivo cada segmento del entramado que puede
resultar un tanto naif por momentos, pero que disparan secuencias tal vez no
imaginadas manteniendo en vilo sorprendentemente la atención a lo que viene,
hecho no muy encontrado en productos cinematográficos de la actualidad, dando
cuenta que aun la infamia, posee diversos matices y se esconde en los recovecos
menos sospechados.
El mal de Alzheimer va concretando su funcionalidad. Esgrimiendo sus
tópicos, entreabriendo un portal por momentos, situando al protagonista en
diversos escenarios cargados de malos entendidos y diversas contrariedades. Las
lecturas reflexivas son miles y el pacto entre dos ancianos de honor. Un honor
casi difuso por momentos que pone a Zeb, como un solitario lobo en estepas
modernas buscando una reparación histórica al daño pasando por diversas etapas
dentro de algo que casi se convierte en una especie de lúdica historia la cual
se corre de los estándares tradicionales de realizaciones en la línea del
Nazismo y sus consecuencias.
Su parte actoral se fundamenta en tres estandartes de la actuación.
El inmenso actor Alemán Bruno Ganz, generando el rol de un ex integrante
de aquel pandemónium en la tierra como lo fue Auschwitz Birkenau. Breve pero
significativa representación maniobrando los climas y el oficio que poseía
aquel talento de las tablas.
El gran Martin Landau como Max, un singular personaje que encarga a su
amigo una misión casi suicida, demostrando su eximia capacidad para conmover en
un papel a su altura.
Y Zeb. Quintaesencia del anciano querible, impulsado por una extrema
ansia de justicia se dispone a recorrer los caminos que traza el asfalto y que
dibuja su propia mente, en franco combate con un enemigo lejano y a la vez,
cercano, librando una última batalla.
Christopher Plummer. Aquel capitán Von Trapp perseguido por el nazismo
en “La Novicia Rebelde”, o el mismísimo León Tolstoi en la impecable “La última
estación”, recrea un personaje sumamente creíble, e increíble. De mirar
profundo, casi intimidante por momentos, de empatía plena, que demarca un surco
inolvidable a través de una interpretación inigualable, sin desperdicio alguno,
realzándolo como uno de los más grandes talentos actorales de todos los tiempos.
De aquellos que se animan a tomar riesgos.
Aun hoy en diversas regiones continúan en la oscuridad existiendo
matones que fueron tan solo fetiches destructivos de un poder absurdo y
siniestro y estos productos son más que interesantes a la hora de provocar
aquel recuerdo que nos quite el “Alzheimer” impuesto por un sistema que tiende
a la anestesia y al olvido.
Los grandes acontecimientos del pasado llegan inexorablemente
a nuestra cotidianeidad, sangran en el presente y dan forma a esta historia de
una extraordinaria venganza.
La redención, vendrá cuando una palabra harto mencionada, se
ponga en práctica.
Justicia.
La obra se puede ver en la plataforma Cuevana 3. (Rememeber- 2015).
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