*Por Pablo A. Vázquez
Entre todos los insultos e injurias proferidos contra el Restaurador de las Leyes llamó la atención que, en su época, los exiliados en Montevideo lo hayan comparado con un émulo del sangriento personaje de Bram Stoker.
Superando la caracterización de Félix Frías en La gloria del tirano Rosas y otros escritos políticos y polémicos (1928) de “aquella fiera, que pretender ser ejecutor de un mandato divino… y ha profanado los cadáveres de sus enemigos”, los unitarios dieron un paso más allá y desde sus periódicos equipararon a Rosas con un gótico bebedor de sangre a la usanza de Bela Lugosi o del personaje de Crepúsculo.
La disputa entre unitarios y federales alcanzó su punto álgido con el bloqueo francés al puerto de Buenos Aires entre 1838 a 1840, buscando las fuerzas de Luis Felipe de Orleáns desestabilizar al gobierno de Juan Manuel de Rosas, las cuales, a su vez, apoyaban las acciones armadas del general Santa Cruz de la Confederación Perú – Boliviana contra la Confederación Argentina, coaligadas con las fuerzas unitarias en el Litoral y en la Banda Oriental.
A eso se le sumaron intrigas palaciegas en la propia
Legislatura bonaerense, tratando de desplazar a Rosas, y conspiraciones de
algunos miembros de la Asociación de Mayo, como Carlos Lamarca, Santiago
Albarracín, Diego Arana, Benito Carrasco, Pedro Castellote, José María Lozano,
Jorge Corvalán, José Lavalle, Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña, Carlos
Eguía y José Barros Pazos. Mientras que las figuras más representativas de la
Generación del ’37, como Esteban Echeverría, Vicente Fidel López, Rafael
Corvalán, Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi, entre otros, aunque
descontentos con el gobernador, no acompañaron realizar acciones directas. Ante
este clima de inestabilidad política la presión oficialista los obligó a
exiliarse a la mayoría, teniendo en Montevideo como su nuevo destino de lucha.
Si la pluma fue lo que los distinguió en su ofensiva
contra el rosismo, sería entonces el arma elegida para que se distinguiesen
ante la posteridad. La producción de sentido de periódicos y sueltos unitarios fue
destacada como arma ideológica para combatir la figura de Rosas.[1]
Aún antes de los hechos relatados existió el
periódico El Moderador, editado en
Montevideo en 1835 por exiliados argentinos donde, junto con avisos, edictos y
notas de color, replicaba artículos de La
Gazeta de Buenos Aires y publicaban cartas de lectores antirosistas.
Antonio Zinny en Historia de la prensa periódica de la República Oriental del Uruguay
(1807 – 1852) (1883) referenció del mismo que: “su redactor fue el doctor
Ángel Navarro y sus colaboradores don Julián Segundo de Agüero, don Francisco
Pico, don Valentín Alsina y don Manuel Bonifacio Gallardo” y el mismo “fue
mandado suspender en virtud de reclamación del gobernador Rosas”.[2]
Pero la experiencia sirvió para entender que debían ser
más explícitos y efectistas en su crítica al gobernador bonaerense. De allí que
recurriesen a una figura mitológica foránea, ajena a estas latitudes, el vampiro.
Figura mítica que apareció desde la antigüedad en la
tradición de varias civilizaciones de Asia, América y Europa, tendrá su
difusión definitiva con las caracterizaciones de producciones de sentido del
siglo XVIII y XIX en base al folclore centroeuropeo.
Si bien en América hay algunos indicios de seres
vampíricos como el pihuychen y el trelke-wekufe, de tradición araucana y
mapuche, también el ColoColo, diabólico ratón que succiona sangre; la diosa Cihuateteo de la actual México; el Camazotz para los Mayas; los Jencham, para los pueblos amazónicos del
Ecuador y Perú, entre otros, por la región que abarcaría la Confederación
Argentina y la región rioplatense sería escasa su presencia.[3]
En el caso de la herencia española, son las brujas
quienes monopolizan la absorción de la sangre, como las guaxas de Asturias, las guajonas
en Cantabria y las meigas chuchonas
en Galicia, entre otras.
La presencia de Nosferatu en el viejo continente,
previa y durante la época estudiada, se vio en textos religiosos, médicos y de
viajeros, y apareció en producciones literarias y plásticas, mucho antes que la
novela Drácula, de Bram Stoker, de
1897, y aún del cuento El extraño
misterioso, de Karl von Wachsmann, de 1844.
Llegará esa tradición al Río de La Plata en textos
de Dom Augustine Calmet de 1749, el Diccionario Filosófico de Voltaire de 1764,
y vía Esteba Echeverría con sus lecturas europeas, de La novia de Corinto, de Goethe; El
Vampiro, de Polidori, de 1819; o alguna obra adaptada a la ópera.
Gabo Ferro en Barbarie
y Civilización: Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de
Rosas (2008) señaló: “Si las metáforas de la sangre y lo monstruoso
resultan las representaciones que los exiliados consideran más ajustadas para
precisar lo que no es posible definirse con palabras ordinarias, las difíciles
condiciones de circulación de sus soportes combinadas con las acciones con las
cuales Rosas ataca – o contraataca – a sus adversarios los lleva a aguzar aún
más sus oficios para descubrir a la bestia. Para tal fin, recurrirán a una
figura que Europa central ha soltado sobre su occidente y que sincretiza los
dos tipos de aberraciones más visitadas por los proscriptos con el sólo llamado
de una voz: el vampiro”.[4]
Así como desde las páginas de “El Grito Argentino”
(1839) y “Muera Rosas” (1841 – 1842) ex incluyeron referencias y dibujos llamando
a Rosas como “bebedor de sangre de sus víctimas” y que el “modo que él tiene de
conservarse es derramar sangre”. Y explicita en verso la idea que el
Restaurador llevaba a sus víctimas para saciar su sed de sangre: “Nos refiere
la Gaceta/ que a cierto gran personaje / una noche de etiqueta / Rosas lo llevó
en carruaje / Y la cueva abandonó. /¡Rosas al aires salir!/ Si tal milagro se
obró / Rosas se está por morir.”[5]
Y el último número de Muera Rosas, un dibujo lo representa, junto con el general Oribe, bebiendo sangre de sus víctimas desde los cráneos, rodeados de demonios.
A modo de conclusión.
La figura del vampiro fue utilizada como un elemento
más en la lucha contra Rosas pero no fue continuada en sus ataques en contra.
Fue un elemento más, quizás por no se r un ser mitológico de gran difusión en
nuestro medio, trasplantado de Europa Central.
Es paradójico que tuviesen que valerse de una figura
foránea para atacar a un gobernante local y que la sangre sea la premisa, sobre
todo cuando fue la sangre del pueblo, luego de Caseros, que corrió a
borbotones.
Finalmente, es paradójico pensar que dirían aquellos
unitarios que utilizaron dicha figura al ver que si hoy acusásemos a Rosas de
vampiro tendría una fuerte adhesión en las jóvenes generaciones por su hálito
sensual y gótico que beneficiaría a la memoria del Restaurador.
[1] Ver González Arrili, Bernardo
(1970): La tiranía y la libertad. 1°
edición, Buenos Aires, Líbera; y Bajarlía, Juan (1942): Rosas y los asesinatos de su época. 1° edición, Buenos Aires,
Araujo.
[2] Zinny, Antonio (1883): Historia de la prensa periódica de la
República Oriental del Uruguay (1807 – 1852). 1° edición, Buenos Aires, C.
Caravalle Editor, p. 221.
[3] Ver Coluccio, Félix (1992): Fauna del terror en el folklore
iberoamericano. 1° edición, Buenos Aires, Plus Ultra.
[4] Gabo Ferro, Gabo (2008): Barbarie y Civilización: Sangre, monstruos y
vampiros durante el segundo gobierno de Rosas. 2° edición, Buenos Aires,
Marea, p. 104.
[5] Muera Rosas (1842). N° 12, 22 de marzo de 1842, Montevideo, pps. 3
y 4
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