*Por Alberto Nadra
No todos la pasan mal en el mundo y en la Argentina.
Según un informe de la ONG Oxfan, presentado este año ante el Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza, “[d]esde 2020, el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada en el mundo, casi el doble que el 99 % restante.”
Traducido a nuestro país, un puñado de empresarios nativos
(Eurnekian, Constantini, Bulgheroni, Roemmers, Paolo Rocca, Galperin, entre
otros) están entre los más ricos del mundo, con fortunas que van de los 1.500 a
los 5.000 millones de dólares, mientras que casi la mitad de los argentinos
vive por debajo de la línea de pobreza y un 10%, en la indigencia total.
Un simple, aunque casi increíble, cálculo revela que, si un
trabajador ganara la inhabitual cifra de 150.000 pesos mensuales –unos 6.000
dólares al año–, necesitaría nada menos que 8.333 siglos para igualar las
fortunas de esos empresarios. Sí, siglos completos, sin gastar un peso para
ahorrar el total de sus ingresos.
Desigualdad: esencia del sistema
capitalista
¿Es posible que esa desigualdad haya sido generada y refleje la
“capacidad”, la “inteligencia”, el tan mentado “merito” de los empresarios en
cuestión, en relación con todo el resto de los argentinos?
Es irracional desde la ciencia, brutalmente injusto desde una
mirada humanista e inaceptable desde una política nacional y popular. Pero esta
es la esencia del sistema capitalista, tanto en su versión “salvaje” como en la
“maquillada”: la riqueza se produce socialmente, con el trabajo y el esfuerzo
de todos, pero se apropia y se acopia en forma privada, solo por parte del
reducido puñado de hombres y mujeres que dominan las palancas de la economía y
las finanzas.
Sueño con el fin de este sistema, pero la inmensa mayoría de
nuestro pueblo no comparte este sueño, sino que defiende al sistema vigente.
Por eso, aunque no abandono mis convicciones ni ese sueño, como utopía final,
opto por analizar la realidad para encontrar y defender aquellas políticas que,
por el momento, al menos, tiendan a aliviar los sufrimientos que vivimos.
La impotencia gubernamental azuza a la
ultraderecha
Uno de los hechos públicos más recientes es un claro ejemplo del
dramático retroceso económico y social que sufrimos a partir de la pandemia
mundial de Coronavirus, asentada sobre la “pandemia neoliberal” de la
administración de Macri y agudizada por la impotencia de la administración de
Alberto Fernández. Me refiero al hecho de que el minoritario y multimillonario
grupo de agroexportadores –que tanto critican el gasto público y cualquier plan
social–, paradójicamente, reclama y obtiene ayuda del Estado. A la vez, este
mismo gobierno que brinda ayuda económica concreta a esos empresarios, responde
a la angustiosa pobreza de millones con condicionamientos a los planes sociales
y el otorgamiento de un bono por única vez, en lugar de integrar el aumento de
una suma fija salario de todos los trabajadores. Esta medida de asignar una
suma fija a los salarios –reclamada por sectores del propio oficialismo, a los
que no se ha atendido– no solo aliviaría de un modo medianamente sostenido la situación
de los más postergados, sino que también fortalecería las condiciones-base con
las que los gremios podrían discutir las paritarias en sus respectivos
sectores.
La incapacidad del gobierno para resolver el drama de millones
de argentinos alimenta el desprestigio de la política como instrumento de
transformación de la realidad, azuza a la ultraderecha y genera el peligro
concreto de que el Frente de Todos (FdT) sea derrotado en las próximas
elecciones. Pese a las limitaciones del actual gobierno, si Juntos por el
Cambio reemplaza a la fuerza política a la que representa el FdT, estaremos
ante el gravísimo hecho de la restauración plena del modelo neoliberal, que es
el que generó el drama económico, social y humano que vive nuestro país.
El peligro de la restauración
neoconservadora
Creo que, tanto entre propios como entre opositores
bienintencionados, no hay una conciencia plena de las catastróficas
consecuencias que podría tener el triunfo de Juntos por el Cambio. Algunas ya
las comenzamos a vivir en su gestión anterior y los mismos exponentes de esta
fuerza opositora han declarado públicamente que, si llegan al poder,
profundizarán ese tipo de medidas y, de hecho, las tomarán de manera más
drástica.
Para ilustrar un poco esta posible catástrofe, enumeraré
brevemente algunas. Durante la gestión de Mauricio Macri, en contra de sus
promesas electorales, Juntos por el Cambio, endeudó al país por cifras
impagables, redujo drásticamente el salario y las jubilaciones, aumentó la
inflación, la pobreza y el desempleo. Al mismo tiempo, pese a su discurso,
respaldado por los medios hegemónicos, también erosionaron las instituciones de
la República a través de la designación arbitraria de jueces –Macri, inclusive,
intentó nombrar por decreto a los jueces de la Corte Suprema de Justicia–, un
sistema de persecución político-judicial de opositores y de fallos judiciales
perjudiciales a las demandas laborales. Estas medidas se lograron a través de
decisiones y operaciones coordinadas –de manera bastante inconstitucional–
entre funcionarios políticos de Juntos por el Cambio, jueces y representantes
de los medios de comunicación.
Desde su derrota en 2019, Juntos por el Cambio ha utilizado esa
misma base operativa para orquestar, cada vez con más fuerza, un proceso
destituyente, trabando en el Congreso, y paralizando con el poder judicial,
cualquier iniciativa que tímidamente intente mejorar la situación de las
grandes mayorías, pero roce los intereses de los poderosos.
Asimismo, ya desde el año pasado, públicamente y sin ningún
ocultamiento o disimulo, han anunciado como programa electoral, para su próxima
gestión, que tiene como objetivo barrer los derechos laborales conquistados,
liquidar las empresas públicas a través de despidos masivos y recortar
brutalmente el gasto social, y los “gastos” –definitivamente, no los consideran
inversiones– en educación, vivienda y salud. También han declarado su plan de
tomar medidas que vuelvan a favorecer la fuga de capitales y las importaciones
de productos que compiten con los que fabrica nuestro propio país. En
definitiva, sin tapujos, nos están prometiendo más miseria y menos derechos,
con el peligro cierto de una escalada de protestas y violencia popular que,
necesariamente, responda a esa violencia del régimen.
Una democracia renga
¿Cómo llegamos a esta situación en la que esta restauración
neoliberal es una posibilidad concreta, en la que una parte importante de la
población está decidida a votar a los representantes de estas medidas? ¿Por
qué, sobre el fin del mandato del FdT, la famosa relación de fuerzas es aún más
desfavorable para el campo nacional y popular que al inicio? ¿Por qué no ha
podido reforzar sus posiciones?
Hoy tenemos una democracia renga, en el sentido que hay un
respeto básico a las libertades individuales, pero no gozamos de una democracia
plena, en la que el pueblo pueda representarse adecuadamente por un gobierno
que le brinde empleo y salarios dignos, educación, salud y vivienda de calidad.
Tampoco hay República, aunque no debemos olvidar que la República solo es una
forma de gobierno y que, por si sola, no garantiza la democracia.
Pero, como mencionaba, tampoco tenemos una República, porque, en
lugar de contar con poderes independientes –no solo entre sí, sino de cualquier
influencia de grupos de poder– sufrimos de un poder judicial cooptado por las
corporaciones, y que tiene una pata política y mediática, con las que muchas
veces actúa coordinadamente. Al mismo tiempo, el Ejecutivo está prisionero del
acuerdo con el FMI de la gestión anterior y fraccionado por disputas internas.
A estas circunstancias se suma que la composición del Legislativo muestra cada
día su capacidad de frenar cualquier cambio positivo para los intereses
populares, algo que ya han hecho y seguirán haciendo; de hecho, bien podríamos
considerar que han dado una suerte de golpe institucional, que bien podría profundizarse
y agravarse, dada la relación de fuerzas actual. Insisto, con esta situación
política, es imposible afirmar que tenemos una República, y los principales
responsables de corromperla son aquellos que declaran mediáticamente
defenderla.
Los fundamentos del retroceso
Cuando Cristina Fernández de Kirchner (CFK) eligió a Alberto
Fernández para encabezar la fórmula de un amplio frente integrado por ambos, no
renunció a su influencia ni a un papel determinante en la conducción
estratégica, sino que optó por confiar la gestión presidencial en ese compañero
de frente. Eso, sin dudas, lo conversaron y lo acordaron, ya que, de otra
forma, no se entendería la decisión de ella.
Sin embargo, una de las razones de la crisis de conducción
actual es que no definieron ni acordaron un programa estratégico de gobierno ni
las medidas necesarias para lograr los objetivos políticos del FdT; medidas
como las imperiosas reformas financiera, tributaria y de la organización
judicial. Tampoco consensuaron un enfoque general con el que encarar las
negociaciones por la deuda externa ni para mejorar de manera inmediata los
ingresos reales de los trabajadores y los jubilados.
Más allá de la disputa electoral, estos acuerdos deberían haber
sido la base para convocar al FdT y, también, debería haberse dado
institucionalidad a esos acuerdos a través de una mesa de conducción amplia,
con la participación de las diferentes fuerzas integrantes. Una vez constituida
la mesa de conducción debería haber vuelto a discutir los lineamientos programáticos
del frente para ratificarlos, modificarlos, precisarlos, definir plazos para su
realización dentro del lapso del mandato y, finalmente, publicarlos. La
publicación de estos objetivos, de este programa de gobierno con medidas
concretas, con plazos, y consensuadas por la fuerza debería haber sido la base
de la movilización popular en la campaña electoral y, luego, tras el triunfo en
las elecciones, la guía para las medidas del presidente en su gobierno, aun sin
saber que la pandemia nos golpearía en el día 99.
Otra de las razones de la crisis de conducción actual –y que
también explica las limitaciones y, en su momento, las derrotas del Frente para
la Victoria o de Unidad Ciudadana– es que la fuerza nunca se propuso convocar a
sus militantes para que pudieran organizar y fortalecer al frente desde las
bases, con una organización unitaria en todo el país –provincia por provincia,
distrito por distrito, ciudad por ciudad– y en todos los sectores –gremial,
estudiantil, cultural–. Nunca hubo una convocatoria concreta al protagonismo de
la militancia, ni se le brindaron las herramientas de recursos y dirigencia
para construir el involucramiento social.
Lo que no se hizo, ni se hace
Un verdadero empoderamiento de la dirigencia intermedia y la
militancia no se concreta convocando en abstracto a “empoderarse” o a repetir
la frase de Perón sobre el bastón de mariscal en la mochila de cada militante.
Una convocatoria de ese tipo supone meros fuegos artificiales, cuando lo que en
realidad se necesita es que los dirigentes y los militantes puedan conocer las
demandas de las bases y ponerlas en contexto o solucionarlas a través de la
visión de la realidad y las políticas concretas de la fuerza política a la que
representan. Solo de ese modo, a través de un impacto concreto en sus vidas y
de un poder real para modificarlas a través de la política, es que se puede
comprometer al pueblo con los objetivos y las políticas concretas de una fuerza
política.
Otra hubiera sido la historia ante la ofensiva derechista
durante los 12 años kirchneristas –o los ataques político-mediáticos
abiertamente desestabilizadores y golpistas que sufrimos ahora– si los
militantes pudieran movilizarse y movilizar con el objetivo claro que da un
programa, para mostrar cómo cada medida que se propone podría beneficiar a los
diferentes sectores involucrados y así hacerlos carne en las demandas generales
y en las de cada sector y lugar. Con la activación, organizar y coordinación de
los núcleos unitarios de poder popular, se incrementaría exponencialmente el
poder de cada instancia de movilización popular. A la vez, cada demanda
militante indudablemente tendría un peso distintivamente mayor si su
justificación remitiera clara y coordinadamente al mismo programa de gobierno.
Imaginemos el peso y la consistencia de cada una de estas
medidas –tanto las que se intentaron como las que ni siquiera figuraron en la
agenda de este gobierno– hechas carne en la militancia y la ciudadanía que votó
al FdT:
¿Fraude en Vicentín y resistencia agroexportadora a un parcial
control del comercio exterior? Concientización de las bases, denuncia,
organización y movilización organizada para neutralizarla.
¿Inflación desatada con los aumentos descontrolados de precios?
Concientización de las bases, denuncia, organización y movilización organizada,
con el frente y los trabajadores organizados en cada empresa formadora de
precios y control popular de la cadena de valor.
¿No aceptan comunicación regulada, de interés público y nos
aumentan las tarifas de los servicios de comunicación día a día, con la
complicidad de la Justicia? Concientización de las bases, denuncia,
organización y movilización organizada.
¿Inventan cautelares para importar Ferraris y yates, que los
jueces venales aprueban pese a que las Pymes no logran los insumos básicos?
Concientización de las bases, denuncia, organización y movilización organizada.
¿No quieren una reforma financiera para frenar la especulación o
una reforma tributaria para que paguen más los que más tienen, los que se
enriquecieron y enriquecen, con y sin pandemia? Concientización de las bases,
denuncia, organización y movilización organizada.
La misma repuesta se debería haber dado ante el más que
anticipado fallo de la Corte Suprema a favor del gobierno porteño, que le
afectará del bolsillo y la calidad de vida de a millones de hombres y mujeres
de las provincias. Todavía no hay noción del impacto que tendrá esto en la vida
cotidiana. A la vez, la pandemia, a
la que tanto se alude –con cierta pero no suficiente justificación– debería
haber dado mayores, y no menores, oportunidades para ganar fuerza y actuar.
Ser parte de la solución
CFK sabe de cierto aislamiento y sufre por la impunidad que
tienen quienes ostentan el poder real, en su cruzada revanchista por las
conquistas que logró y su prédica en favor del pueblo, pero –voy a afirmar algo
incómodo para algunos de mis compañeros– ella fue parte de la crisis de
dirigencia que actualmente tiene su partido y el frente o, al menos, no fue, ni
es, parte de la solución.
Identificar al adversario y al enemigo y llamar a la militancia
a empoderarse es necesario, pero no es suficiente porque terminará en
impotencia y frustración para sus seguidores si no les explica cómo se logra
ese empoderamiento, si no se toman las medidas organizativas para que concretarlo.
Al mismo tiempo, es fatal la larga ausencia de una alternativa
política de izquierda, que sea anticapitalista, pero que también tenga la
racionalidad suficiente para evaluar la relación de fuerzas y organizar la
presión política para cambiarla, pero a través de un plan a largo plazo que
incluya, en el corto y mediano plazo, poner límites claros al capital
concentrado.
El radicalismo dejó de ser parte del campo nacional y popular
con la convención de Gualeguaychú, donde –asustado por su orfandad electoral y
creciente deshilachamiento orgánico– acordó con un partido municipal, el PRO, y
terminó cediéndole toda su organización partidaria a nivel nacional.
El peronismo, sin dudas, sigue siendo el integrante principal
del campo nacional y popular, pero con las contradicciones que lo han cruzado
históricamente: afirmar su perfil de movimiento transformador que expresa los
intereses populares dentro del sistema capitalista, o ser el partido de la
ortodoxia y el conservadorismo extremo con los que gobierna en no pocas
provincias y al que representa gran parte del sindicalismo. Siempre fue su
principal disputa interna y lo sigue siendo hoy.
¿Qué hacer?
¿No se puede hacer nada? ¿Hay que irse del FdT?
Hoy por hoy, a pocos meses de los comicios, no hay posibilidad de
construir una alternativa inmediata de poder, o de reconfigurarlo de cara a las
próximas elecciones, por lo que el camino inmediato a tomar parece ser dar la
pelea desde adentro del FdT y forzar candidaturas insobornables, con una
identidad clara como corriente interna, al estilo de algunos intentos que
lamentablemente solo quedaron en declaraciones.
Luego de los comicios, habrá que gobernar o resistir y el éxito
de cualquiera de esas empresas dependerá de comenzar a hacer ya lo que no se hizo, pero sí se
puede, y se debe; esto es, convocar, organizar y tomar medidas drásticas para
concientizar a las bases y movilizarlas a favor de medidas tendientes a
redistribuir el ingreso y aumentar los márgenes de nuestra menguada soberanía
nacional, así como para frenar cualesquiera otras medidas que pretendan seguir
sumiéndonos en la miseria y la dependencia, tengan o no posibilidad de
aprobarse por este Congreso o vencer al aparato judicial.
Publicado en: Rebelión.org
Comentarios