EL ESQUEMA DICKENS EN EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

*Por Hugo Bertone

“Una imagen vale más que mil palabras”, sostiene un antiguo dicho en un mundo que comenzaba a documentar diversas realidades mediante el ojo obturador de una revolucionaria máquina. Desde el darse cuenta y la profunda toma de conciencia de ejercer el digno y esclarecedor oficio de fotógrafo, existió un ser que no solo fundamentó el rol importante que generaría el hoy llamado “Fotoperiodismo”, sino que se representó como figura del documentalismo social, tomando placas de los más débiles, luchando desde su profesión contra la esclavitud infantil sucedida en el país del norte como nadie.

Comprendió muy profundamente en su interior que su herramienta serviría para despertar conciencias y construir un mejor mundo, situando el foco directo en los inmigrantes y los niños en condición de proletarios.

Lewis Hine comenzó estudiando sociología a principio del siglo XX hasta que descubre el potencial de un aparato que eternizaba momentos en un papel, y que el mismo aportaría volumen más que interesante a su profesión.

Así comenzó un derrotero complicado, pero esclarecedor para millones. Sus trabajos comenzaban a poseer un desarrollo distinto, único y revelador. Muchos pudieron descubrir el vivir de modo limite y carenciado de las inmigraciones en la Isla de Ellis, sus insalubres viviendas y sus precarias labores, la ausencia de la cruz Roja en la Centroeuropa o a través de la eximia colección llamada “Men at Work” que exponía la intensa y riesgosa labor de los trabajadores que construyeron el Empire State de New York.

Pero existió un trabajo que sacudió aquel lejano tiempo; un trabajo que posee tanta fuerza, que no pierde matiz en la actualidad, teniendo en cuenta que aun en la modernidad y en el proceso “Evolutivo” humano, continúan sucediendo estas extremas, dantescas y horrorosas prácticas.

El fotógrafo viaja de modo investigativo, buscando tal vez esa inspiración que le permita poner en funcionamiento su máquina de retratar y conseguir la postal justa, que ilustre devenires ajenos. Así llega al estado de Carolina del Sur, EEUU, en febrero de 1912. Lugar de importantes procesos industriales, logra divisar algo que ningún humano quisiera advertir.

Ingresa a la Maggioni Canning Co., industria dedicada a la explotación y comercialización de ostras marinas, empresa que hasta la actualidad siguen efectuando el proceso citado. Y logra ver a tres niñas que trabajaban en la labor conservera.

La primera de la izquierda se llamaba Josie, que en esta foto tan solo tenía seis años, luego vemos a Sophie, también de seis años, y por último a Bertha la mayor de las tres con diez. La labor de las niñas consistía en abrir las ostras y extraer de las mismas la carne, efectuando una tarea altamente riesgosa, ya que podía provocar cortes en las manos y provocar infecciones. Ellas iniciaban su jornada laboral a las 4 de la madrugada.

No existía estudio alguno para ellas, ni juegos, ni juguetes, ni alegría. Tan solo obligación extrema y sistemática.

Los reportes fotográficos del sociólogo y periodista contribuyeron no solo a poner blanco sobre negro en materia de explotación infantil y generar conocimiento y reflexión al prójimo, si no que fueron pilares fundamentales para generar la ley de trabajo infantil en los Estados unidos.

Diversas problemáticas le generaron a Hine el exponer realidades. La industria y el poder económico apunto sus armas contra su trabajo y continuo el mismo teniendo que disfrazarse de vendedor en reiteradas oportunidades para consolidar sus movimientos fotográficos siempre en pos de generar criterio.

Lo fotografiado por el estadounidense aún continúa sucediendo; y hasta siendo romantizado por miles de personas que sostienen haber trabajado de niño y que esa condición los coloca en un lugar de “responsabilidad y trabajo”.

Generaciones completas formaron parte de la explotación y abuso por parte de empresas que amasaron gigantes fortunas mediante estas barbaridades.

Podemos observar la antigua foto de Hine a diario por el tren línea Roca, o en el San Martin, o en cualquier localidad del inmenso, querido y olvidado sur del conurbano bonaerense.

El trabajo infantil constituye una de las más graves violaciones a los derechos humanos. En nuestro país se estima que el 10% de niñas, niños y adolescentes de 5 a 15 años realiza actividades productivas: la cifra asciende al 19,8% cuando se trata de áreas rurales. Pese a estar prohibido y es penado con hasta cuatro años de cárcel, sanciones administrativas, multas y la incorporación del empleador infractor al Registro Público de Empleadores con Sanciones Laborales, pese a que la Ley Nacional 26.061 de 2005 protege de manera integral los derechos de los más chicos y, por otro lado, la Ley Nacional 26.390 de 2008 prohíbe el trabajo infantil y establece un marco de protección de trabajo adolescente, esta demoniaca modalidad continúa sucediendo.

Observen la expresión dura y triste de las niñas de la foto. Sus entrecejos poseen marcas de enojo y frustración.

Ellas no interpelan. Contestan.

Les robaron la niñez., cerrando el círculo del dolor humano ya en corta edad, el pasar extremo dentro de un “Nunca jamás” pero a la inversa.

Todos los niños que venden golosinas, rosas, lustran zapatos o muy eficientemente te limpian el parabrisas son parte de un mundo que todos nosotros nos encargamos de crear.

Dentro de nuestro sistema social pulular miles de seres que resultan algo así como los carceleros en el orfanato Londinense de la Magnánima “Oliver Twist” de Charles Dickens.

La marginación se sucede cotidianamente hacia aquellos niños que deben realizar supervivencia como excluidos de una raigambre sádica, egocentrista, individualista y conveniente. El “plato de comida” que pone a responsabilidad de cumplir la prueba en el juego de Oliver, se traduce a diario en miles de regiones y con millones de niños que no juegan, padecen.

Desde las denuncias visuales de Hine hasta “El Polaquito” nada ha modificado.

Se instauraron contrariedades hacia los agoreros de la explotación, pero entre las sombras, las mismas sombras que cubren sus imperios basados en la explotación de todo tipo, continúan pensando y obrando del mismo modo, pero visibilizándose como “Solidarios, colaboradores y sensibles”.

Decir “Basta” es decirlo hacia nuestro interior, fundamentando de ese modo un real y verdadero cambio social que nos permita ver a nuestros niños crecer sin saltear etapas, establecerse con fortaleza física y mental de cara al futuro.

Nuestro compromiso es decirlo sin concesiones, para poder contribuir al ingenio de un mundo con niños sin marcas de expresión dura, para que puedan ir subiendo de a uno los peldaños que conduce a una vida plena y acompañando su camino.


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