ARGENTINA, 1985.

 

*Por Hugo Bertone

Entendemos por conciencia todo el conocimiento que posee el ser humano de sus actos y su existir. Y la misma, aquella que perdemos mediante el loco ritmo de vida y las periferias colectivas, cuando nace y recrea toda su importancia, toma su real poder, confirmando nuestra propia identidad humana, iluminando el camino del crecimiento para constituirnos como mejores seres.

Esta obra cinematográfica se establece en la conciencia. Y ese mismo comprometido estado se sitúa en un judicial que comienza a ingresar en un estado candente y profundo, interior y responsable, sosteniendo el peso de ser carril conductor directo de aquella materia que tan postergada se encuentra en nuestro sesgo social: La justicia.

Desde esta estructura nace un film que no solo se convierte en una de las obras contemporáneas más relevantes de la industria, si no que se erige como un decálogo histórico, una historia necesaria que nos hará ingresar en un análisis pleno de tiempos aun oscuros, teñidos de un halo esperanzador pero complejo mediante la situación social apocada y temerosa por el terror que aún se encontraba latente.

Generando un sincronismo emocional altamente rescatable y un criterio inteligente en el planteo de mostrar una etapa que poseía más interrogantes que certezas, Santiago Mitre Guionista del trabajo en conjunto con Mariano Llinas, alejándose del ritmo lento y cansino de uno de sus más populares trabajos como lo es “La Cordillera”, aborda una temática difícil con suma aptitud, logrando un dinamismo importante, una accesibilidad para todo tipo de público dentro de lo difícil que resulta entretener y hacer pensar desde un drama judicial sosteniendo un destacable pulso de narración mediante el interesante texto y los destacables diálogos.

La historia sencillamente narra el histórico juicio a las juntas militares, inspirada en la real labor de Julio Strassera y Moreno Ocampo quienes se atrevieron a investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos por aquel oscurantismo, reuniendo a un joven equipo de investigación que de modo acertado, abre las aristas necesarias para cumplir su cometido, entre intimidaciones varias y amenazas explicitas dentro del marco del advenimiento democrático.

De modo clásico se aborda un suspenso particular. Locaciones de tribunales con su impronta poco iluminada pone el marco adecuado para entronizarnos en la historia.

Y como de modo estructural el proceso interno del fiscal a cargo de tamaña empresa sostiene el trabajo, el insondable rigor pone de manifiesto a través de elementos ficcionados que resultan recursos atractivos y personajes que serán inolvidables dentro de lo empático y desempatico que poseen las trabajadas secuencias.

El villano es conocido desde la primera toma; y el conspicuo entramado político situando en tiempo y espacio las decisiones y los temores que contenían lo drástico a definir generan un aditivo especial desde el modo en el cual se encuentran delimitados: Un presidente democrático y su voz en off, un ministro del interior (representante de los “siniestros” ministerios) y su maquiavélico manifiesto de manipulación, un periodista estrella mostrando su irreverencia y su lado espurio y tendencioso, forman parte de un entramado que se destaca sobremanera los manifiestos reales y extremos de las víctimas, tiro directo hacia nuestras almas, generando el interrogante de nuestros roles en aquellos momentos, los momentos traumáticos extremos de los sobrevivientes de aquel infierno tan temido que miles de nosotros tuvimos que sostener de primera mano.

Un golpecito a la clase media que en su mayoría apoyó aquella dictadura cívico-militar -religiosa se sucede y conmueve dentro del formalismo métrico clásico cinematográfico.

En su parte técnica, destacable resulta la labor de montaje a cargo de Ángel Estrada, su banda sonora generada por Pedro Osuna con el bonus de tradicionales canciones de nuestro Rock Argentino, el vestuario puntillosamente abordado por Mónica Toschi, abren el camino a un seleccionado de grandes actores.

El inmenso Norman Brinski interpretando a “Ruso”, de breve pero sumamente efectiva aparición, Carlos Portaluppi en el rol del recordado León Arslanian, aportando a través de su oficio la impronta necesaria que requería la actuación, una sensible pero a la vez estoica Alejandra Flechner como Silvia Strassera, mujer de armas tomar del fiscal, sosteniendo un papel a su altura.

Y sus dos protagonistas. Elementos necesarios para brindar un poco de luz ante semejante arquitectura absolutista que aún no lograba comprender que su reinado de terror había concluido. Y para siempre.

Peter Lanzani como el adjunto Moreno Ocampo. Este actor posee una particular virtud: casi metodiza sus interpretaciones, logrando así conformarse como uno de los mejores de la época contemporánea. Entre inexperiencia y acérrima voluntad, va situándose como eje de importancia y relevancia en el derrotero que marcara historia y definirá que aún existe un sesgo de importancia y honestidad en materia judicial. Mas allá del significativo parecido físico con el funcionario, despliega postura y forma, resulta inteligentemente ser quien cuestiona el rol de aquellos que ya integraban uno de los poderes más importantes de nuestra república. Inmensa actuación, colmada de efectividad y pureza.

Y Ricardo Darin como el Fiscal Stressera. El afamado actor cumple a la perfección el compilado que lo catapulto a la fama. Impronta porteña, voz colocada efectivamente, breves chistes dentro de temáticas complejas. No veremos un Darin distinto de aquello que generalmente presenta, pero tan solo por trascender actoralmente mediante interpretar a un ser que, preparado o no, logro poner contra las cuerdas a los hacedores de la desgracia Nacional. Entre las dudas y la obligación, entre la conciencia y la fuerte lucha interior, muestra aquel oficio real que tanto bien le hace a nuestra escena.

Una suerte de telefilm por instantes. Un comentario gracioso que rompe de cuajo la red del dolor. La emotividad exacta mediante el recordar situaciones propias y ajenas. Formulas exactas de nuestro costumbrismo cinematográfico, aquel que nos conformó como diferentes ante otros productos, pese a clichés que muchas veces no podemos erradicar.

Muestra fiel de cómo somos, relato también de nuestra disímil idiosincrasia cambiante, conveniente, altanera y pre adolescente.

Así somos. En 1985 y en la actualidad. Una dualidad difícil de explicar, habitando un espacio de mundo donde muere toda teoría. Estos productos resultan importantes por antonomasia puesto que pueden generar la conexión, el arranque necesario para que despertemos aquella conciencia que aletargamos, que dormimos como madre que arrulla a su niño.

Para los Jóvenes, desde acercarse a conocer un poco de donde proviene el devenir.

Para nosotros, adultos que permitimos de una u otra forma, que miles de hermanos y hermanas sean detenidos – desaparecidos.

Y el maestro García cerrando el espacio visual de reflexión. Con su canción celebrada generación tras generación, la enmienda llamada “Inconsciente Colectivo”.

Allí caerán lágrimas de seguro, como en lo personal me sucedió.

Sostuvimos muchos años un transformador que nos consumía lo mejor de nosotros, tirándonos hacia atrás, que pedía más y más, y muchos, no pudieron continuar.

Por los hambrientos, por los locos, por aquellos que se encuentran en prisión.

Por la libertad, que jamás se podrá enclaustrar.

Es necesario recordar de nuevo, una vez más…

En homenaje a 30.000 y hacia aquellos fiscales y jóvenes que pusieron manos a la obra para definir un mundo mejor.

La obra se puede ver en diversas salas.

Apoyemos a nuestro Cine.

Comentarios