No somos conscientes de nuestra finitud, hacemos de cuenta que somos inmortales, pero inconscientemente sabemos que hay un punto final.
En la era de la “modernidad líquida” (en términos de Zygmunt Bauman) nadie se detiene a reflexionar sobre ningún aspecto de la vida, porque los tiempos de la globalización y las telecomunicaciones nos exigen la inmediatez para todo, lo cual no es sinónimo de calidad.
Más allá del contexto de pandemia, la “virtualidad” ha destrozado todo contacto humano. Hoy se habla mucho de empatía pero de la boca para afuera, cuando sabemos que muchos compatriotas han perdido sus trabajos y no les queda ni un ápice de esperanza. Ah, pero todos quieren detentar y ostentar el poder sin importar quien queda atrás. Vale más ser “popular” que tender la mano al desposeído.
Siempre mejor que decir es hacer, pero que lejos quedó eso en esta sociedad que se oculta tras los filtros de una cámara, las reacciones de un desconocido en redes sociales y el supuesto debate político en la red del pajarito.
Hemos perdido la aptitud de ser humanos en el afán de tener “seguidores”… me pregunto ¿para qué?...esto no nos hace más felices ni virtuosos.
Si fuésemos conscientes que de este mundo no nos llevamos más que la experiencia y los recuerdos, muchos se estarían replanteando su accionar.
La liquidez por la que se nos escurre la vida no nos ha dejado lugar para pensar que mundo le vamos a dejar aquellos que también van a venir solos a hacer su experiencia en esta tierra.
No creo que ser mejores signifique ser donde hoy estamos parados, porque todavía no aprendimos a ponernos en los zapatos del otro para ver hasta donde aprietan.
Hace falta más humanidad y menos realidad virtual. Si en el pasado hubo realizadores e impulsores de la conciencia humanista, ¿Qué nos pasó que erramos el camino?
Polvo somos y al
polvo regresaremos, cada uno sabrá si le da temor o felicidad al pensar por las
acciones que será recordado.
*Directora Ida & Vuelta Medios
Comentarios