"El golpe de Estado en Bolivia marca el retorno de las Fuerzas Armadas como sostén principal de las derechas neoliberales en la región". Apuntes para pensar la región. |
*Por Sebastián Artola
I
El golpe de Estado en Bolivia marca el retorno de las Fuerzas Armadas como sostén principal de las derechas neoliberales en la región.
Algo de esto ya se había empezado a insinuar el año pasado en Brasil con la presión de altos mandos militares, pidiendo la detención de Lula y amenazando con una intervención militar si resultaba ser candidato. En el último mes, lo vimos en Chile, con la decisión de Piñera de declarar el “estado de excepción” y sacar el ejército a la calle para reprimir la protesta social.
El rápido debilitamiento de la tercera experiencia neoliberal y la posibilidad de un nueva etapa de gobiernos populares, parecen haber detonado el pasaje de la estrategia de los “golpes blandos” y lawfare contra los proyectos populares, para volver al viejo esquema de los golpes clásicos, directos, violentos, cívicos y militares.
II
En los llamados “Documentos de Santa Fe I y II”, de 1980 y 1988, respectivamente, los Estados Unidos empiezan a diagnosticar el agotamiento de la variante militar para América Latina. El largo ciclo de dictaduras en la región, planteaba el necesario pasaje hacia formas democráticas controladas, con el poder judicial y las fuerzas policiales como resortes estratégicos principales, la reconversión neoliberal de nuestras economías y la reforma de las culturas nacionales.
De ahí en más, la prioridad estaría en formar y financiar jueces, fiscales, periodistas, académicos y políticos, como nuevo ariete de control, disciplinamiento y desestabilización, haciendo de la “guerra jurídica” o lawfare – término promocionado por el general Charles Dunlap, en el año 2001, al interior de las Fuerzas Armadas norteamericanas - la estrategia principal contra los gobiernos populares que poblaron el continente en la primera década del siglo XXI.
Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016), fueron ejemplos de este neo golpismo que se lleva puesta la voluntad popular, bajo apariencia de legalidad, a través de mecanismos formalmente institucionales y sin necesidad de recurrir a las Fuerzas Armadas.
Ahora bien, cuando parecía que la región se normalizaba, la derrota electoral de Macri en Argentina y la vuelta del peronismo al gobierno, la protesta del movimiento indígena de Ecuador que hizo retroceder el “paquetazo” del gobierno de Lenin Moreno, el estallido social en Chile en la cuna del neoliberalismo y la liberación de Lula, obligaron a las derechas y al poder imperial a recalcular.
La imposibilidad de alcanzar la hegemonía ideológica y política que habían logrado en los años noventa, si por un lado mostró el techo de la estrategias de lawfare (lo que no significa su abandono, ni mucho menos), por el otro explica la vuelta al recurso de la fuerza directa, a su rostro más violento, con sus viejos protagonistas, echando por tierra todo ropaje de formalidad, como última valla de contención, dando una nueva y última vuelta de tuerca autoritaria al modelo de dominación política, que pone en riesgo la democracia en nuestra América como nunca antes desde su recuperación.
III
Una vez más, queda en claro que la violencia y el autoritarismo en nuestro continente tiene origen en el carácter oligárquico y antidemocrático de las elites, y no en las clases populares como muchas veces se diagnostica desde la academia y se repite a coro entre los medios hegemónicos y los políticos neoliberales.
Las derechas de nuestro tiempo podrán caracterizarse como “nuevas” (en relación a las derechas más ideológicas del siglo XX) por su carácter político, el uso del marketing, la incorporación de las tecnologías de la información y la comprensión de la importancia de ocupar la calle y disputar el territorio, pero nada tienen de modernas y mucho menos de democráticas.
Mal que le pese a cierta politología y muchos analistas, “oligarquía” e “imperialismo” siguen siendo dos categorías explicativas imprescindibles para dar cuenta de los dramas que desgarran nuestro continente.
La imposibilidad de aceptar la soberanía popular y la participación de las mayorías en la vida pública de nuestros países, es una marca grabada a fuego que les viene desde lejos y no terminan de superar.
“Barbarie” en el siglo XIX, “aluvión zoológico” a mediados del XX y “alienígenas” ahora - como escuchamos decir a la mujer del presidente de Chile - son algunas de las figuras usadas para afirmar la inferioridad cultural de las clases populares, su dudoso status humano, la incapacidad de un ejercicio político responsable y, en consecuencia, - claro está – el recurso para justificar el derecho natural a mandar de las élites.
IV
“Los pobres no son un problema, sino la solución para nuestros países”, dice Lula, en una definición portadora de una radicalidad política y epistémica imprescindible para los tiempos que corren y los desafíos de nuestras democracias.
La historia del continente muestra que la democratización de nuestras sociedades, la ampliación de derechos y la conquista de nuevas libertades, siempre vinieron de la mano del protagonismo de las mayorías y los movimientos populares.
Frente al acecho que vive la democracia y el retorno abierto de los peores discursos (como el informe que publicó en estos días el diario La Nación, titulado “La democracia pierde atractivo en la región: la mayoría no la prefiere como forma de gobierno”), la respuesta tiene que ser con más y mejor democracia.
El tránsito hacia formas democráticas más participativas, que pongan la política al alcance de todxs, empoderen la ciudadanía, repiensen el Estado y sus instituciones, permita avanzar hacia representaciones nacidas desde abajo, defina la igualdad como principio y no como un fin que nunca termina de llegar, promueva relaciones horizontales con lxs otrxs, son parte de los desafíos que tenemos.
V
Pese a la resistencia de la academia y cierta parte de la sociedad, el pueblo es el actor central y la posibilidad misma de la democracia en nuestros tiempos.
El pueblo como lugar de unidad, articulación de intereses variados, tejido de pactos de convivencia entre diferentes y configuración de una voluntad común, mayoritaria, plural, contingente y flexible.
Ahora bien, definir al pueblo como clave de una política igualitarista también significa situarlo como sujeto político protagónico y no como mero concepto, objeto o destinatario pasivo de políticas públicas.
Por último, la derrota neoliberal en Argentina y la recreación de un proyecto popular, contiene una experiencia compartida a tener en cuenta para una nueva sabiduría política.
En una nota reciente intentamos pasar en limpio algunas de estas lecciones, que bien valen la pena repasar: 1) La movilización social y la política desde abajo es la fuerza y el motor principal de todo proyecto político popular y democrático; 2) En la dialéctica virtuosa y conjunción entre política desde arriba y demandas del movimiento popular se juega la potencia de una política de transformación; 3) La alianza social entre los sectores populares y las más amplias clases medias es la base imprescindible de todo proyecto popular; 4) La delimitación ideológica del campo político entre neoliberalismo/endeudamiento externo/capitalismo financiero y pueblo/nación, es la dicotomía que permite amalgamar y articular una mayoría popular.
Al retorno de la peor violencia y el terror de Estado, opongamos la unidad popular, la memoria de nuestras luchas, la movilización de nuestras pasiones, los aprendizajes colectivos que supimos hacer en estos años y la inquebrantable voluntad democrática de nuestros pueblos. Para decir bien fuerte y todxs juntxs: ¡Nunca más golpes de Estado y neoliberalismo en América Latina!
(*) El autor es Doctor en Ciencia Política, docente de la Universidad Nacional de Rosario y profesor titular de la cátedra “Proyectos Políticos Argentinos y Latinoamericanos” de la carrera de Ciencia Política de la UNR.
Fuente: APU
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