*Por Maxi Goldschmidt desde Santiago para lavaca.org
Maestras jardineras reprimidas. Así empieza el martes en las calles de Santiago donde se realizó otra masiva marcha, esta vez a La Moneda.
En la avenida La Alameda se siente fuerte el olor a quemado: las manifestaciones del lunes terminaron con más incendios de comercios que otros días, y en algunos casos hasta se extendieron por edificios que debieron ser evacuados. El clima en las calles se caldea más, mientras las respuestas oficiales sólo parecen echar más leña al fuego.
-Vamos, cabros, no retrocedan: hay que llegar a La Moneda.
El lema del martes era manifestarse en ese lugar histórico, pero avanzar por sus calles aledeañas no estaba fácil: Carabineros defendieron el edificio con gases y disparos. Más tarde, el director general de Carabineros, Mario Rozas, dirá que su fuerza no cometió ningún error estos días y que está «muy conforme con el trabajo desarrollado”.
Ayer, entre las decenas nuevas de heridos se encontraba un funcionario del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), que recibió siete perdigones en su cuerpo. Según ese organismo estatal, hasta anoche se registraban 1233 personas heridas que fueron atendidas en hospitales. De esas, al menos 140 sufren lesiones oculares.
«Los primeros días los pacos disparaban a las piernas, ahora apuntan a la cabeza y los ojos», es el testimonio que repiten médicas y enfermeros en las postas sanitarias autogestivas que siguen brotando a lo largo de la ciudad. Una pancarta muestra un par de ojos destrozados. Se pregunta: «¿Cuántos más para que abras los tuyos?»
Ayer fue asesinado otro hombre en Concepción, y ya suman 19 los muertos desde que comenzaron las protestas. Aún hay 20 personas desaparecidas, la mayoría mujeres. El INDH ya presentó 138 acciones judiciales, 92 por torturas y 18 por violencia sexual. Suman 3712 las detenciones, de las cuales 404 son menores de edad.
Crecen las cifras y con ella la solidaridad en las calles y la organización. Cada dos o tres personas hay una que ofrece agua con bicarbonato o limones para paliar los gases y no dejar de avanzar hacia La Moneda.
La salud del modelo
¿Y cómo, y cómo, y cómo es la weá? Se mueren los pacientes, y nadie hace ná.
La canción se escucha por el centro de Santiago, en medio de una procesión de cinco cuadras plagada de ambos médicos de todos colores. Bajan por la calle Mac Giver, desde el Ministerio de Salud hacia La Alameda.
“Es la primera vez que se unen todos los estamentos de salud: médicos, enfermeros, estudiantes”, dice Leonor Palma, ambo floreado, 42 años, 15 de enfermera de urgencia. Lleva en alto un cartel: «Por mis pacientes hospitalizados en pasillos».
-Vine por ellos, que pasan hasta cinco o seis días esperando una cama. Gente que se muere sin que la atiendan, y eso no se dice, porque está prohibido filmar, sacar fotos o difundir lo que pasa en los hospitales públicos.
Suenan silbatos y una percusión distinta: además de cacerolas, se suman bandejas plateadas que suelen contener bisturís y otros instrumentos quirúrgicos. Un grupo de odontólogas las golpea con vasos de acero inoxidable y cubetas de metal para hacer impresiones dentales.
-Si recibo un prematuro y no tengo espacio en el hospital, tengo la obligación de derivarlo a una clínica privada. Y el Estado prefiere pagar sobreprecios que hacer más camas o invertir en salud pública. Así gran parte del recurso se va para el servicio privado.
Irene es neonatóloga, trabaja hace 39 años en un hospital público y da un ejemplo práctico de lo que, unos metros más atrás de la larga caravana, acaba de explicar Sebastián Wendt. “El Estado subsidia a las empresas en vez de a la gente. Y lo que vale uno, lo paga diez. Eso se logra gracias a la sillita musical -el juego de la silla-: los empresarios pasan a ser legisladores, votan leyes y luego son directores de empresas de salud privadas que se financian de los convenios con el Estado. Así se maneja el neoliberalismo”, dice Sebastián, psicólogo, 40 años, delantal blanco y megáfono en mano.
«Violento es que llamen a un paciente para la quimio dos meses después de su muerte» dice otro de los carteles cuya consigna, con ejemplos diversos, se repite a lo largo de la marcha que avanza por uno de los carriles de La Alameda rumbo a Plaza Italia.
En el otro carril, a paso lento y encorvado un doctor de 77 años, delantal blanco, medio siglo de trabajo en hospital público. Se llama Andrés, es toxicólogo y dice: «Por primera vez en mi vida veo que es posible un cambio profundo en el sistema de salud. Hay que aprovechar este momento, porque ahora sí se puede conseguir».
Daniela Miranda es socióloga, 34 años. A su alrededor todo es humo negro, olor a gases, camiones de bomberos que pasan a toda velocidad. Sirenas, gritos. Saluda, y deja flotando otra de las frases que como “asesinos” y “Chile despertó”, es de las que más se escuchan en la calle: «El pueblo no está dispuesto a retroceder en sus demandas. Hay miedo, por supuesto, pero el miedo más grande es otro. El miedo de muchos es que esto se acabe y no cambie nada».
Hoy hay paro nacional y desde temprano nuevas manifestaciones, que se replican en otras ciudades. Una caravana salió anoche desde Valparaiso y pretende llegar a las 20 de hoy a La Moneda.
El gobierno y los medios, mientras, insisten en poner el foco en la violencia de los manifestantes.
Daniela es una de ellas, armada de cacerola y cuchara de madera. Y dice:
-Si no es ahora, no es nunca.
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