*Por Villa Manuelita
El proyecto de la legalización del aborto presentado en estos días genera una serie de tensiones políticas que es necesario analizar. Es nuestro deber diluir las fuerzas que generan divisiones en el Movimiento Nacional en función de derrotar el proyecto neoliberal de Macri y sus secuaces. Debemos afrontar las conflictividades políticas armonizando las prioridades que nos lleven a una camino de liberación. Analicemos entonces las distintas fuerzas que tienden a diluir el eje de resistencia al intento colonial.
Uno de los problemas más graves que acontecieron en la comunidad argentina después de la muerte del general Perón fue el grave retroceso en el grado de conciencia social del pueblo. Situación provocada por la permanente prédica liberal de la defensa de los derechos individuales aislados de su relación social que genera un crecimiento espiritual cancerígeno, es decir hacia adentro del individuo en vez de proyectarse en términos de solidaridades crecientes hacia su comunidad. Agravado además por una institucionalidad liberal que fomenta el materialismo y el hedonismo alentando y profundizando los ejes individualistas de nuestra comunidad.
Un camino de liberación, contrariamente, se basa en la recuperación de la confianza ciudadana. Un crecimiento de la confianza de los ciudadanos entre sí y de los ciudadanos con el gobierno y el Estado. Esa confianza solo puede crecer detrás de un espíritu solidario que genere una actitud constructiva del ciudadano y que lo estimule a tomar el compromiso de forjar una nueva Argentina. Solo un proceso de solidaridades crecientes puede invertir el sentido de desconfianza y división que provoca el individualismo liberal y generar la Unidad Nacional: objetivo primero y básico de la revolución peronista. Despertar este espíritu de compromiso, este espíritu autodeterminante solo será posible si nos proponemos otra forma de hacer política.
Hoy la política está asociada a la pelea por llegar al gobierno a través del voto ciudadano y desde ahí imponer un proyecto determinado. Una propuesta que sonaba revolucionaria en la época que desplazaba a las monarquías absolutistas, pero que hoy aparece como un límite a las nuevas potencialidades culturales de los pueblos que se sienten con capacidades de construir su propio destino. Ordenar la participación de todos los que quieren crear un destino común para su Patria y su comunidad es el camino de la Comunidad Organizada. Una acción política que no tiene un modelo a seguir, sino principios comunes que surgen detrás de una impronta anticolonialista de más de 70 años. Esta construcción reúne en el esfuerzo a todos los argentinos que respeten las tres banderas históricas del peronismo de justicia social, independencia económica y soberanía política. No estamos unidos por un proyecto cristalizado, o un modelo de país, ni por una plataforma partidaria. Estamos unidos por un basamento ético que se expresa en las virtudes populares que promueven la lealtad, la solidaridad y la justicia, que Perón y Evita sintetizaron políticamente en los principios doctrinarios de nuestras Tres Banderas y 20 verdades.
Por eso el peronismo no es un partido político, no es una ideología cerrada. Es la construcción de una confianza creciente que puede darse solamente en el diálogo creativo y fecundo. Un dialogo que va creando un identidad revolucionaria detrás de acciones concretas provocadas por el esfuerzo de construir una nueva Nación.
No tenemos modelos, no tenemos vanguardias esclarecidas, ni CEOS que nos marquen el camino. Solo nos alienta la convicción y la fe de que en el pueblo existen los basamentos fundamentales para construir un mundo mejor.
Claro que este camino revolucionario no encuentra en la institucionalidad liberal, ni los ámbitos para su desarrollo, ni mecanismos de acción política que lo promuevan. Al contrario, todas las instituciones del liberalismo promueven un verticalismo unidireccional desde una dirigencia profesional que tiene el privilegio de la creación política. Con estos mecanismos se intenta impedir la participación popular generando el “hombre niño” como basamento de una comunidad sobre la cual caerán distintas formas de disociación.
Estos intentos diluyentes de la participación popular toman distintas formas que pueden condensarse en los ideologismos, el electoralismo y la internacionalización de las conflictividades sociales.
Ideologismos
Uno de los enemigos del nuevo espíritu autodeterminante que debemos despertar para construir una nueva democracia, es el intento de imposición de ideologías que desde una visión iluminista impide la construcción común de una nueva identidad popular.
Una nueva fe debe forjarse. De la fe en la razón iluminada, el peronismo plantea pasar a una fe en los valores del hombre para organizarlos y dar rienda suelta a las nuevas identidades ideológicas que se expresarán más como hechos concretos que como ideologías abstractas.
Este camino de la autodeterminación solo es posible si existe la convicción de la existencia de estas virtudes que son de todo el pueblo y que desplazan la ética del saber que las concedía solamente a los sectores sofisticadamente educados. La fe sobre la razón del iluminismo deberá ser reemplazada en las nuevas democracias por una revalorización de los valores fundamentales de las virtudes populares. Una vez imbuidos de esta nueva fe, el camino de una nueva identidad cultural o proceso ideológico, se ordenará detrás de una unidad conceptual o principios doctrinarios que serán el primer objetivo de la organización de la creatividad comunitaria.
El diálogo no es imposición ideológica sino una creación común. No se trata de imponer una idea sino de generar un proceso participativo de donde surja y se desarrolle en forma permanente una nueva identidad política.
Cuando los ámbitos institucionales para el desarrollo de esta dinámica creativa no existen, las ideologías se hacen dueñas de la acción y comienza un camino de imposición que termina en el vanguardismo o el dogmatismo político.
Son dos caras de una misma moneda que pretenden ordenar al pueblo imponiéndoles unos, un modelo preelaborado y otros, un dogma inalcanzable que obliga a la existencia intérpretes profesionales. Los vanguardistas son los esclarecidos que marcan el camino desde sus ideologías atrincherados en sus “partidos u organizaciones revolucionarias” y los dogmáticos son los que utilizan sus principios políticos no para articular la creación común, sino para transformarlos en un dogma que sólo ellos interpretan, amoldándolos al sistema partidocrático liberal, haciéndose dueños y administradores de sellos fosilizados.
El electoralismo
Luego de la acción de los ideologistas y una vez ausente el pueblo de las grandes decisiones, se pone en marcha el electoralismo. La política se reduce a una lucha a la toma del poder por parte de los políticos profesionales que una vez en el gobierno impondrán su visión.
Poner la Nación al servicio de la política es el camino de los electoralistas. Es decir: llegar al gobierno y en vez de construir una nueva nación junto con su pueblo, solo construyen lo que permita mantener su caudal electoral y por consiguiente su poder permanente. La política se reduce a satisfacer lo que ese pueblo infantilizado, materialista y disociado desee. Un sistema ordenado detrás de “focus groups” y sociólogos profesionales que ante la imposibilidad de un camino de recuentro y de crecimiento de la confianza comunitaria, galvaniza la ley de la selva donde sólo sobreviven los más aptos en términos económicos.
Un sistema que se disfraza de democrático permitiendo la participación detrás de elementos secundarios o intrascendentes. Con un Estado que se presenta atento a escuchar al pueblo a través de timbreos, encuestas y demás yerbas, pero que nunca permitirá a la comunidad la posibilidad de crear y comprometerse en planes de acción concretos para el desarrollo de un nuevo modelo de país. Su lema liberal fundamental lo ratifica: el pueblo solo gobierna a través de sus representantes.
El peronismo plantea que la política debe estar al servicio de la nación y que los procesos electorales no son para elegir modelos de país sino para elegir a los conductores que junto con el pueblo desarrollen en forma permanente esos modelos.
Insistimos: el voto popular sigue siendo la base fundamental de nuestra democracia popular, pero no queremos elegir a quienes decidan por nosotros sino a quien junto con nosotros tomen las riendas de la Nación.
La internacionalización de los conflictos
Sobre ese hombre aislado y aniñado de las democracias coloniales se derrama la manipulación informática que tergiversa las realidades y que controla las subjetividades comunitarias a través de una formidable industria del entretenimiento. Sin embargo la evolución tecnológica se expande geométricamente desbordando todos los diques de contención corporativa, que pese a todos los filtros no pueden impedir el surgimiento de un hombre más informado, con una capacidad de discernimiento mayor y con una rebeldía social insurgente que estalla inevitable ante la injusticia evidente.
Por eso ante ese peligro de desborde, se implementa una nueva herramienta de disociación que concede visibilizar el conflicto pero deja la solución en un marco irrealizable.
La conflictividad social va en aumento generando distorsiones de todo tipo que se suman a las graves consecuencias del colonialismo como son el hambre, la miseria y la exclusión que sufren amplios sectores de nuestra comunidad pero especialmente, los niños, los ancianos y la mujer.
La trampa es reconocer el conflicto y promover una esperanza de solución ocultando que una solución expresada dentro de la institucionalidad colonial no es solución alguna, porque no resuelve lo fundamental que es el poder popular que podría corregirlas.
Desempolvando el viejo y conocido guitarreo radical, se promueve la solución por medio de la promulgación de alguna ley o creación de algún organismo para estudiar el problema con la idea de que discursear ampliamente sobre el mismo es solucionarlo.
Podríamos hablar de una especie de mirada Rawlsoniana donde se describe el problema en profundidad pero sin un remedio eficaz para corregirlo. Es como un médico que te diagnostica un cáncer y te receta una sesión de Spa y sauna.
Las fuerzas colonialistas polarizan activamente las nuevas conflictividades sociales. Unos alientan la profundización del debate brindando una falsa solución dentro del marco del poder legislativo, dando loas al pluralismo democrático colonial. Otros desde un progresismo de izquierda profundizan el enfrentamiento llevándolo a una polarización que alimentan sus permanentes delirios de “cuanto peor, mejor” típicos del vanguardismo iluminista.
Otro aspecto del mismo dilema es la internacionalización de los conflictos. Poderes corporativos y algunas visiones de izquierda alientan una universalización de conflictividades que son evidentes en la vida diaria de las comunidades como diversos derechos sociales vulnerados, los pueblos originarios, la exclusión de la mujer, la ecología, el cambio climático, etc. Estos conflictos se presentan como fenómenos de carácter universal y se plantean además soluciones con agendas articuladas desde una perspectiva internacional.
Según el peronismo un poder revolucionario se construye desde la periferia al centro. Desde el basamento popular expresado por medio de una unidad conceptual con una conducción política y en un proceso de integraciones mayores: del hombre aislado, a la Comunidad, la Nación, el continentalismo y el Universalismo. Lograr la Unidad nacional es lo primero, si queremos tener un poder real que nos permita enfrentar cualquier injusticia social que se derrame sobre nuestros países en su camino por su liberación.
La solución no se logrará de lo universal a lo individual sino de lo individual a lo universal. Presentar la solución de cualquier problema social desde una perspectiva distinta es una quimera que atenta contra la verdadera solución.
La militancia del movimiento nacional tiene la enorme responsabilidad de armonizar las prioridades correctas en la lucha. Debe promover un espíritu de participación democrática renovada, dando respuesta a todos los conflictos sociales que estallarán a diario, pero advirtiendo que lo primero es la construcción de un poder independiente popular que permita la solución real.
El movimiento nacional debe ser sincero con su comunidad explicando que no hay solución real a las futuras conflictividades sin la organización política popular que permita dar una respuesta a los problemas no desde la visión iluminada sino con un debate profundo que involucre a las instituciones populares.
No es importante la opinión de los profesionales de la política ni de los iluminados para resolver los futuros conflictos del mundo. Es necesario saber que opinan los pueblos al respecto. Es decir que no existe autoridad real para dilucidar la conflictividad social actual. Sólo el pueblo organizado podrá reestablecer la autoridad necesaria para reencauzar la armonía social futura.
El proyecto de la legalización del aborto presentado en estos días genera una serie de tensiones políticas que es necesario analizar. Es nuestro deber diluir las fuerzas que generan divisiones en el Movimiento Nacional en función de derrotar el proyecto neoliberal de Macri y sus secuaces. Debemos afrontar las conflictividades políticas armonizando las prioridades que nos lleven a una camino de liberación. Analicemos entonces las distintas fuerzas que tienden a diluir el eje de resistencia al intento colonial.
Uno de los problemas más graves que acontecieron en la comunidad argentina después de la muerte del general Perón fue el grave retroceso en el grado de conciencia social del pueblo. Situación provocada por la permanente prédica liberal de la defensa de los derechos individuales aislados de su relación social que genera un crecimiento espiritual cancerígeno, es decir hacia adentro del individuo en vez de proyectarse en términos de solidaridades crecientes hacia su comunidad. Agravado además por una institucionalidad liberal que fomenta el materialismo y el hedonismo alentando y profundizando los ejes individualistas de nuestra comunidad.
Un camino de liberación, contrariamente, se basa en la recuperación de la confianza ciudadana. Un crecimiento de la confianza de los ciudadanos entre sí y de los ciudadanos con el gobierno y el Estado. Esa confianza solo puede crecer detrás de un espíritu solidario que genere una actitud constructiva del ciudadano y que lo estimule a tomar el compromiso de forjar una nueva Argentina. Solo un proceso de solidaridades crecientes puede invertir el sentido de desconfianza y división que provoca el individualismo liberal y generar la Unidad Nacional: objetivo primero y básico de la revolución peronista. Despertar este espíritu de compromiso, este espíritu autodeterminante solo será posible si nos proponemos otra forma de hacer política.
Hoy la política está asociada a la pelea por llegar al gobierno a través del voto ciudadano y desde ahí imponer un proyecto determinado. Una propuesta que sonaba revolucionaria en la época que desplazaba a las monarquías absolutistas, pero que hoy aparece como un límite a las nuevas potencialidades culturales de los pueblos que se sienten con capacidades de construir su propio destino. Ordenar la participación de todos los que quieren crear un destino común para su Patria y su comunidad es el camino de la Comunidad Organizada. Una acción política que no tiene un modelo a seguir, sino principios comunes que surgen detrás de una impronta anticolonialista de más de 70 años. Esta construcción reúne en el esfuerzo a todos los argentinos que respeten las tres banderas históricas del peronismo de justicia social, independencia económica y soberanía política. No estamos unidos por un proyecto cristalizado, o un modelo de país, ni por una plataforma partidaria. Estamos unidos por un basamento ético que se expresa en las virtudes populares que promueven la lealtad, la solidaridad y la justicia, que Perón y Evita sintetizaron políticamente en los principios doctrinarios de nuestras Tres Banderas y 20 verdades.
Por eso el peronismo no es un partido político, no es una ideología cerrada. Es la construcción de una confianza creciente que puede darse solamente en el diálogo creativo y fecundo. Un dialogo que va creando un identidad revolucionaria detrás de acciones concretas provocadas por el esfuerzo de construir una nueva Nación.
No tenemos modelos, no tenemos vanguardias esclarecidas, ni CEOS que nos marquen el camino. Solo nos alienta la convicción y la fe de que en el pueblo existen los basamentos fundamentales para construir un mundo mejor.
Claro que este camino revolucionario no encuentra en la institucionalidad liberal, ni los ámbitos para su desarrollo, ni mecanismos de acción política que lo promuevan. Al contrario, todas las instituciones del liberalismo promueven un verticalismo unidireccional desde una dirigencia profesional que tiene el privilegio de la creación política. Con estos mecanismos se intenta impedir la participación popular generando el “hombre niño” como basamento de una comunidad sobre la cual caerán distintas formas de disociación.
Estos intentos diluyentes de la participación popular toman distintas formas que pueden condensarse en los ideologismos, el electoralismo y la internacionalización de las conflictividades sociales.
Ideologismos
Uno de los enemigos del nuevo espíritu autodeterminante que debemos despertar para construir una nueva democracia, es el intento de imposición de ideologías que desde una visión iluminista impide la construcción común de una nueva identidad popular.
Una nueva fe debe forjarse. De la fe en la razón iluminada, el peronismo plantea pasar a una fe en los valores del hombre para organizarlos y dar rienda suelta a las nuevas identidades ideológicas que se expresarán más como hechos concretos que como ideologías abstractas.
Este camino de la autodeterminación solo es posible si existe la convicción de la existencia de estas virtudes que son de todo el pueblo y que desplazan la ética del saber que las concedía solamente a los sectores sofisticadamente educados. La fe sobre la razón del iluminismo deberá ser reemplazada en las nuevas democracias por una revalorización de los valores fundamentales de las virtudes populares. Una vez imbuidos de esta nueva fe, el camino de una nueva identidad cultural o proceso ideológico, se ordenará detrás de una unidad conceptual o principios doctrinarios que serán el primer objetivo de la organización de la creatividad comunitaria.
El diálogo no es imposición ideológica sino una creación común. No se trata de imponer una idea sino de generar un proceso participativo de donde surja y se desarrolle en forma permanente una nueva identidad política.
Cuando los ámbitos institucionales para el desarrollo de esta dinámica creativa no existen, las ideologías se hacen dueñas de la acción y comienza un camino de imposición que termina en el vanguardismo o el dogmatismo político.
Son dos caras de una misma moneda que pretenden ordenar al pueblo imponiéndoles unos, un modelo preelaborado y otros, un dogma inalcanzable que obliga a la existencia intérpretes profesionales. Los vanguardistas son los esclarecidos que marcan el camino desde sus ideologías atrincherados en sus “partidos u organizaciones revolucionarias” y los dogmáticos son los que utilizan sus principios políticos no para articular la creación común, sino para transformarlos en un dogma que sólo ellos interpretan, amoldándolos al sistema partidocrático liberal, haciéndose dueños y administradores de sellos fosilizados.
El electoralismo
Luego de la acción de los ideologistas y una vez ausente el pueblo de las grandes decisiones, se pone en marcha el electoralismo. La política se reduce a una lucha a la toma del poder por parte de los políticos profesionales que una vez en el gobierno impondrán su visión.
Poner la Nación al servicio de la política es el camino de los electoralistas. Es decir: llegar al gobierno y en vez de construir una nueva nación junto con su pueblo, solo construyen lo que permita mantener su caudal electoral y por consiguiente su poder permanente. La política se reduce a satisfacer lo que ese pueblo infantilizado, materialista y disociado desee. Un sistema ordenado detrás de “focus groups” y sociólogos profesionales que ante la imposibilidad de un camino de recuentro y de crecimiento de la confianza comunitaria, galvaniza la ley de la selva donde sólo sobreviven los más aptos en términos económicos.
Un sistema que se disfraza de democrático permitiendo la participación detrás de elementos secundarios o intrascendentes. Con un Estado que se presenta atento a escuchar al pueblo a través de timbreos, encuestas y demás yerbas, pero que nunca permitirá a la comunidad la posibilidad de crear y comprometerse en planes de acción concretos para el desarrollo de un nuevo modelo de país. Su lema liberal fundamental lo ratifica: el pueblo solo gobierna a través de sus representantes.
El peronismo plantea que la política debe estar al servicio de la nación y que los procesos electorales no son para elegir modelos de país sino para elegir a los conductores que junto con el pueblo desarrollen en forma permanente esos modelos.
Insistimos: el voto popular sigue siendo la base fundamental de nuestra democracia popular, pero no queremos elegir a quienes decidan por nosotros sino a quien junto con nosotros tomen las riendas de la Nación.
La internacionalización de los conflictos
Sobre ese hombre aislado y aniñado de las democracias coloniales se derrama la manipulación informática que tergiversa las realidades y que controla las subjetividades comunitarias a través de una formidable industria del entretenimiento. Sin embargo la evolución tecnológica se expande geométricamente desbordando todos los diques de contención corporativa, que pese a todos los filtros no pueden impedir el surgimiento de un hombre más informado, con una capacidad de discernimiento mayor y con una rebeldía social insurgente que estalla inevitable ante la injusticia evidente.
Por eso ante ese peligro de desborde, se implementa una nueva herramienta de disociación que concede visibilizar el conflicto pero deja la solución en un marco irrealizable.
La conflictividad social va en aumento generando distorsiones de todo tipo que se suman a las graves consecuencias del colonialismo como son el hambre, la miseria y la exclusión que sufren amplios sectores de nuestra comunidad pero especialmente, los niños, los ancianos y la mujer.
La trampa es reconocer el conflicto y promover una esperanza de solución ocultando que una solución expresada dentro de la institucionalidad colonial no es solución alguna, porque no resuelve lo fundamental que es el poder popular que podría corregirlas.
Desempolvando el viejo y conocido guitarreo radical, se promueve la solución por medio de la promulgación de alguna ley o creación de algún organismo para estudiar el problema con la idea de que discursear ampliamente sobre el mismo es solucionarlo.
Podríamos hablar de una especie de mirada Rawlsoniana donde se describe el problema en profundidad pero sin un remedio eficaz para corregirlo. Es como un médico que te diagnostica un cáncer y te receta una sesión de Spa y sauna.
Las fuerzas colonialistas polarizan activamente las nuevas conflictividades sociales. Unos alientan la profundización del debate brindando una falsa solución dentro del marco del poder legislativo, dando loas al pluralismo democrático colonial. Otros desde un progresismo de izquierda profundizan el enfrentamiento llevándolo a una polarización que alimentan sus permanentes delirios de “cuanto peor, mejor” típicos del vanguardismo iluminista.
Otro aspecto del mismo dilema es la internacionalización de los conflictos. Poderes corporativos y algunas visiones de izquierda alientan una universalización de conflictividades que son evidentes en la vida diaria de las comunidades como diversos derechos sociales vulnerados, los pueblos originarios, la exclusión de la mujer, la ecología, el cambio climático, etc. Estos conflictos se presentan como fenómenos de carácter universal y se plantean además soluciones con agendas articuladas desde una perspectiva internacional.
Según el peronismo un poder revolucionario se construye desde la periferia al centro. Desde el basamento popular expresado por medio de una unidad conceptual con una conducción política y en un proceso de integraciones mayores: del hombre aislado, a la Comunidad, la Nación, el continentalismo y el Universalismo. Lograr la Unidad nacional es lo primero, si queremos tener un poder real que nos permita enfrentar cualquier injusticia social que se derrame sobre nuestros países en su camino por su liberación.
La solución no se logrará de lo universal a lo individual sino de lo individual a lo universal. Presentar la solución de cualquier problema social desde una perspectiva distinta es una quimera que atenta contra la verdadera solución.
La militancia del movimiento nacional tiene la enorme responsabilidad de armonizar las prioridades correctas en la lucha. Debe promover un espíritu de participación democrática renovada, dando respuesta a todos los conflictos sociales que estallarán a diario, pero advirtiendo que lo primero es la construcción de un poder independiente popular que permita la solución real.
El movimiento nacional debe ser sincero con su comunidad explicando que no hay solución real a las futuras conflictividades sin la organización política popular que permita dar una respuesta a los problemas no desde la visión iluminada sino con un debate profundo que involucre a las instituciones populares.
No es importante la opinión de los profesionales de la política ni de los iluminados para resolver los futuros conflictos del mundo. Es necesario saber que opinan los pueblos al respecto. Es decir que no existe autoridad real para dilucidar la conflictividad social actual. Sólo el pueblo organizado podrá reestablecer la autoridad necesaria para reencauzar la armonía social futura.
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