EL COMBATE POR LA PALABRA



La experiencia parece no alcanzar para despertar la conciencia. Y la conciencia en soledad suele marearse al atravesar la experiencia. A su vez, ambas por separado alcanzan cumbres, pero es inevitable que al chocarse con el viento de las alturas sientan una pesada ausencia. Hay personas que son oprimidas, maltratadas, humilladas, y no lo viven con pena, o al menos no dejan que esa pena sea percibida por el resto.

La experiencia parece no alcanzar para despertar la conciencia. Y la conciencia en soledad suele marearse al atravesar la experiencia. A su vez, ambas por separado alcanzan cumbres, pero es inevitable que al chocarse con el viento de las alturas sientan una pesada ausencia. Hay personas que son oprimidas, maltratadas, humilladas, y no lo viven con pena, o al menos no dejan que esa pena sea percibida por el resto. En el defasaje de la experiencia con la conciencia acomodamos el sentido del mundo. A la experiencia de ser oprimido, más que negarla, le ponemos otro nombre. A la opresión algunas personas prefieren llamarla Cultura del trabajo, o El que quiere puede, y nuestras experiencias se reflejan con discursos ajenos. 

Un averno florece cuando se pretende nombrar de alguna manera lo que se vive. La narración de lo que no se experimenta domina por sobre la narración de la experiencia. Hay casos donde es fácil revelar los mecanismos de reemplazo del nombre y el significado cuando, por ejemplo, un gobierno dice que todo los flagelos materiales a los que está sometiendo a gran parte de la población es para el bien de esta, que este sacrificio se pide porque tiene el celestial objetivo de alcanzar el anhelado bienestar sin déficit fiscal. Y no son pocos quienes se lo creen, porque la política no existe sin algún tipo de creencia. El creer no necesita de la prueba empírica, no necesito ver previamente para creer, mientras menos se vea mejor para la creencia, pero nadie puede prescindir totalmente de la experiencia. Algún sustento en la realidad es requerido y así sea una influencia irrisoria o una alucinación, es determinante para que el impulso de la creencia complete su recorrido. Si no hay correlación entre la promesa del gobernante y los resultados, no se debe a una mentira del gobernante sino a elementos violentos verdaderos "a la vista de todos", que conspiran contra su bondadoso proyecto. Para exponer estos argumentos necesitamos respaldarnos en hechos que supuestamente conocemos en primera persona. "A mí no me la cuenta nadie". La culpa es de algo que está en la experiencia. Que nuestra larga trayectoria como esclavos algo está haciendo mal frente a bellos poderosos que nos proponen un progreso infinito, una abundancia inédita y somos nada más que nosotros, con nuestros actos bárbaros, los que rechazamos tan divinas propuestas…

Pero también sabemos que existen aquellos con discursos geométricamente perfectos, que saben ponerles el nombre correcto a las cosas, que están a favor de todo lo que implique igualdad, que adornan su apariencia con la estética de la rebeldía, pero salpican frialdad e indiferencia en los instantes imperceptibles del día a día, en el choque frontal de su experiencia con lo real. Que por ejemplo no quieren siquiera mirar a las personas que mendigan, que invariablemente encuentran una excusa para explicar su rechazo a compartir algo material. No están preparados para vivir el nuevo mundo que saben relatar con lírica incluida. En ambos lados del nombrar hay dilemas. Los que tienen más experiencia que conciencia, aquellas personas explotadas hasta el límite de lo que soporta el cuerpo, no están mudas sino que nombran a su experiencia con las palabras oficiales, funcionales al aparato que las faena. A veces se traspasan las primeras barreras de la mudez y se comienza a hablar, pero tarde o temprano se cae en condescendencias frente a algún aspecto del sistema opresor al que sus nacientes palabras iban a nombrar. Somos magnánimos con nuestra alienación. Son mecanismos de defensas naturales propios de una lucidez desarrollada a fuerza de puro realismo. El casillero está perfectamente calculado; ¿adónde puede ir una persona oprimida si empieza a rebelarse, si empieza a ponerles el nombre que corresponde a los ultrajes constantes que vive? Si sabe que saldrá perdiendo en el juego de poder si se atreve a ponerles un nombre justo a las cosas. El camino y el ingreso a la liberación de la expresión están colmados de guardianes "instruidos".

Tampoco alcanza con el solo hecho de tomar la palabra, cuando esa palabra ya viene manchada, sucia, con historiales de traición y engaño. El movimiento tiene que ser doble, se toma la palabra a la vez que se le impone un renacer. Se reinventan esas palabras que han sido creadas, mantenidas e impuestas por las clases enemigas del pueblo, las mismas que las obligan a una mudez que sólo habla lo que ellas permiten escuchar. No se trata de alcanzar una simple catarsis, concepto tan inofensivo, tranquilizador y con un lugar preferencial en las vidrieras de los convenios. La catarsis es una acción que se tiene como fin en sí misma, usa una máscara similar a la que portan los neutrales. De lo que estamos hablando es de una destrucción simultánea a la creación, una destrucción que es creativa de por sí. Porque hasta ahora, en el momento en que las clases más bajas eligen tomar la palabra, ya las están esperando una gran cantidad de técnicos ansiosos por darles el inventario permitido para sus recientes desobediencias. Para desobedecer a sus opresores deben obedecer a sus salvadores. 

Entonces los discursos de la experiencia que ya estaban dispuestos a ser expresados, liberados de toda cadena, ahora se hunden en un nuevo precipicio: ingresan en la prisión de la corrección política. Todo lo que pueden reclamar se marca con una cruz en un multiple choice diseñado muy lejos de sus experiencias. Son sectores a los que se los mantiene al margen del reino de los símbolos, por una subestimación innata de los eruditos acreditados por la sociedad, que jamás ven en ellos posibles productores de nuevos sentidos. Cuando estos sectores deciden liberarse y entrar al mundo de lo legitimado, siguen perseguidos por la representación que hacen de ellos sectores ajenos...




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