PERON Y LA POLÍTICA: UN SENTIMIENTO ÉPICO



Se cumplen 40 años del fallecimiento del líder político que marcó la historia argentina. El recuerdo de Ernesto Jauretche.




*Por Ernesto Jauretche
Mire lo que se nos propone a los sobrevivientes de la Resistencia y de la Década del 70: el difícil intento de razonar sin pasión la trascendencia de la fecha.

Perón es parte de nuestra vida. Yo tenía 15 años en 1955 y el General era ya un faro, la antorcha que iluminaba nuestro presente y nuestro destino, la causa de todo desvelo por lograr su retorno. No sólo era un empeño político, sino una entrega personal. Nuestra misma existencia estaba comprometida con la lucha por su retorno, por la devolución del cadáver de Evita, por la entrega de la CGT, y… por la libertad de mi mamá, secuestrada en la ESMA primero y en la Cárcel de Contraventoras de Humberto 1° después. Mi vieja estaba en cana y nosotros recién empezábamos a recorrer un camino de vejaciones y maltratos.

Era un mocoso. Y no imaginaba el largo escape de ese infierno y la ascensión a la gloria. Pasaron muchos años.

Por eso, en rigor, recordar la muerte de Perón es una introspección sobre la experiencia propia, con sus pruebas, aciertos y errores; como es la política, como fue la vida: así lo hemos acompañado siempre, con suerte diversa. Y ese obligado buceo en la memoria conduce, por fin, como cada año, a confirmar que valió la pena y que, como se dice, volveríamos a hacerlo.

Al fin, mirando con un solo ojo (que eso es la política real), nos cagaron a palos, pero a partir del 2003 no nos ha ido mal.

El raconto es cultivar un emblemático síntoma nacional: una pertinaz epidemia peronista que asalta el ADN de todos los argentinos. Un virus, una enfermedad contagiosa, un extraño mal de cine de ciencia ficción, una posesión diabólica. En cualquiera de los bandos en que se haga política en la Argentina, de Perón y el peronismo no se puede prescindir y, créanme, ser antiperonista puede llegar a ser una forma de ser peronista.

No es un acertijo extraño. En la breve extensión de nuestra historia venimos desarrollando un conflicto a veces silencioso, rumoroso en ocasiones y con formidables retumbos de guerra más de una vez: es la Patria Grande y la patria chica disputándose el destino de la Nación y de cada uno de los argentinos, formen en la fila social que les toque; o que quieran, si prefieren desacompasar su cultura con su pertenencia económica.

En este atávico enfrentamiento ser peronista o antiperonista es cuestión accesoria. Lo fundamental es estar en el campo de lo nacional. ¿Cuántos kirchneristas no han caído todavía en cuenta que son inevitablemente peronistas? ¿Y acaso la viceversa no es también una realidad? Kirchnerismo es el nombre actual de aquel Movimiento que fundó Perón, y que tuvo muchas denominaciones diferentes pero un solo Dios verdadero.

Para propios y extrapartidarios cada desplazamiento, actitud o frase del Perón exiliado o en presencia, fue motivo de profundas exploraciones. Sus primeros discos de pasta, sus cartas o las películas documentales eran el maná nutritivo de una militancia que no sabía de ideologías, organizativamente inmadura y, por tanto, apenas intuitivamente revolucionaria. El trasvasamiento generacional, el mandamiento de unidad, solidaridad y organización, Las 20 verdades, y tantas otras consignas que señalaban el derrotero del movimiento nacional y popular eran objeto de una hermenéutica que las adaptaba a cada tendencia según sus posibilidades y necesidades. Esa es la genialidad del conductor: aceptar que “las doctrinas no son para siempre” y que “la política no impone ser fuerte en todas partes, sino ser fuerte en el lugar y el momento donde se produce la decisión”.

Imperaban, no obstante, tremendas definiciones inapelables: Perón enseñó a varias generaciones que para hacer política hay que tener un sentido heroico de la vida. Con sus propios hechos nos señaló las sendas y los cruces: no será retrocediendo que se trazará el rumbo de una Nación grande con un pueblo feliz, porque para los peronistas la política es una épica; nunca un negocio o un pacto de conveniencias anodinas. Así vista, la política es servicio, es lealtad a las mayorías; es una pelea cotidiana por la igualdad. No es tarea de mediocres ni de pusilánimes: una virtud inseparable será el coraje.

Además nos inculcó que mejor que decir es hacer; que sólo el pueblo salvará al pueblo; que el proletariado unido será invencible; que es preferible el tiempo a la sangre. Pero también nos enseñó que cuando la Patria está en peligro todo aquel que no milita es un cobarde o un traidor.

¿Son acaso éstas sabidurías partidarias? No. Quienquiera que se anime será acogido por el pueblo peronista, y si tiene los atributos necesarios hasta podría fundar un nuevo “ismo” en el campo nacional y popular. Sin embargo son, sí, condiciones éticas y portación de considerables cojones, lo que caracteriza al SER peronista.

Hay nacimientos y hay muertes que los vivientes habitamos de manera desigual. Perón es el intelectual más negado como tal y sin embargo es el más multicitado en el siglo XX en toda latinoamérica. Sesenta tomos constituyen su obra literaria. Allí está, viva, para que nos valgamos de ella hoy. Rememoramos su desaparición del escenario, pero el Perón que transformó la letra de la política no muere. Nos sigue hablando en OFF.

Bien o mal, con odio o amor, ese hombre vilipendiado o bienamado, acatado o resistido, comprendido o caprichoso, transparente o críptico, a la derecha, la izquierda o el centro, sí que falible, pero jamás ausente, nunca evitado ni ignorado o inadvertido es, indudablemente, el arquitecto más destacado de entre los hacedores de nuestra patria Argentina. Si fue inevitable desde 1945 hasta el ´55, mucho más determinante de los destinos de la Nación fue su comportamiento hasta 1974. Y aun hoy vemos cotidianamente cuál es su peso en las disputas políticas: desde hace 70 años los caminos históricos que recorre el país se disciernen en la interna peronista. Una misma identidad; un sinfín de utopías.

Vamos a recordar la muerte de Perón como la de uno más de los mártires y héroes de la política sudamericana de todos tiempos, que todavía hoy es presente. Por algo será, dicen, que cuando en 1955 Perón fue derrocado, Winston Churchill, entonces premier británico, afirmó: “La caída del tirano Perón en la Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene para mí tanta importancia como la victoria en la Segunda Guerra Mundial, y las fuerzas del imperio inglés no le darán tregua, cuartel ni descanso, en vida ni tampoco después de muerto”.

El mismo Perón describió los senderos que transitó para merecer el elogio y la maldición gitana que le dedicó aquel precursor de la Baronesa Thatcher. Y desde esos laureles nos interroga frente a los actuales problemas políticos.

Dijo, en una admirable síntesis histórica, que él ganó las elecciones de 1946 con la clase trabajadora, las del ´52 con las mujeres y las del ´73 con la juventud. Tres veces Presidente constitucional de todos los argentinos.

Claro, con los obreros del 17, con los peones del Estatuto; los nuevos ciudadanos que venían a ocupar su lugar para escribir la historia de las clases subordinadas en la construcción de una Argentina democrática (de la que nunca jamás se irían, a pesar de las proscripciones y crímenes que se cometieron contra ella).

Afirmó, en el mismo sentido, que las elecciones de 1952 las ganó con las mujeres. Sin ese paso justiciero y trascendental ninguna otra conquista de familia hubiera sido posible. Gracias a Evita se promovió una ampliación del aporte civil y una fresca visión de género a la política de la que hoy podemos disfrutar.

También elogió y llevó al triunfo en 1973 a la militancia que él mismo había alentado: “…ha llegado el momento en que la vanguardia de la Patria, representada por su juventud, se una y organice para alcanzar el más alto grado de preparación compatible con su misión y la grave responsabilidad que le incumbe. Para alcanzar tan alta finalidad es indispensable que la unión y solidaridad juvenil se realice en forma indestructible, con un alto sentimiento de Patria, una absoluta determinación de imponer nuestra doctrina y una firme resolución de vencer. Sólo en la fortaleza y decisión de tornarse invencibles, se puede basar la seguridad de la Liberación del Pueblo Argentino”.

Frente a la responsabilidad que hoy nos propone la historia: ¿cuáles son los dirigentes, con qué organización política y con qué potencia social enfrentaremos los combates que se avecinan?

Los peronistas no queremos ser previsibles, inmutables, simpáticos e inocuos interlocutores del enemigo porque ellos, como se dice en el fútbol, quieren hacernos daño y no se conforman con buenas intenciones; además, hablan siempre con el bolsillo y como la torta no se estira, andamos en un permanente tira y afloja. Provenimos de una estirpe de atletas traviesos y revoltosos, jugadores de impensadas gambetas y sorprendentes disparos al arco. Nos anima una historia de goles y victorias, no de arrugues y empates. Somos combatientes por la justicia y la paz, y tenemos por delante una épica de broncas por la igualdad y la soberanía.

Así como en su momento proclamó “BRADEN O PERON” ni un tranco de pollo concedería “el Hombre” a los aspirantes programados por el merchandising colonial; a los que piensan que se gana alimentando los titulares de los medios concentrados; a los que conceden más privilegios a los propietarios de la renta agraria; a los amigos de los fondos buitres.

Profundizar el rumbo y abocarnos a construir una nueva victoria del modelo nacional y popular que desde hace diez años venimos sustentando contra viento y marea será el mayor homenaje que podemos brindar al Líder inmortal. Ni un paso atrás en las conquistas de la década ganada.

Fuente: APU

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