EL CIRCULO AZUL Y BLANCO

Por Gabriel Fernández *

(Si lee hasta el final, verá algunas consideraciones que apuntan a la mirada interior)

Alberto Methol Ferré había comprendido, décadas atrás, que el agrupamiento de países a través de núcleos continentales superaba la potencia establecida por la fórmula del Estado – Nación.

Sin embargo, el planteo en su conjunto infería que quienes ni siquiera se avenían a la configuración del Estado – Nación al ser portadores de un liberalismo conservador que combinaba el individualismo con la dependencia, ya ni siquiera contaban para el debate.

Veámoslo de este modo y pensemos en el Unasur, y en el rol Argentino en el mundo: el conjunto de los críticos de los gobiernos populares latinoamericanos y en especial del Argentino, se hallan tan atrasados que apenas resisten el debate con Juan Bautista Alberdi, quien había comprendido el panorama.

Sobre fines del siglo XIX Alberdi indicaba que el problema de las naciones sudamericanas era que en lugar de agruparse como vecinos se sentían identificadas con países centrales, especialmente Francia e Inglaterra.

En este mismo momento, y pese a la evidencia que permite una mirada perspicaz sobre el horizonte internacional, los cuestionamientos que campean en los medios de comunicación concentrados se asientan en la defensa de un paradigma que implica retroceder dos tramos en la historia humana.

No sólo desvirtúan la gran creación confederada que viene siendo el Unasur sino que objetan la consolidación, a través de políticas públicas con fuerte presencia estatal, de una Nación.

Además de la propaganda trivial que derraman a diario, se afirman en un reclamo inconfesable pero ya visible: la reinserción de la Argentina en la órbita del capital financiero, a través de la permisividad para con los fondos buitres, y de la toma de nuevos adeudos.

A ver: la Argentina creció notablemente en la década reciente debido al impulso jauretcheano del mercado interno, a la decisión metholiana de la asociación sureña y a la determinación kirchnerista de quebrar el monitoreo por parte de los organismos financieros internacionales que condicionaban nuestros programas económicos.

Por eso hoy ha levantado la producción industrial local –siempre, pesadilla del Norte- , y por eso este país tiene un rol preponderante en un armado regional trascendente y en un espacio donde tremendos poderes acuerdan y colisionan, como el Grupo de los 20.

Es curioso: cada vez que el país optó por políticas individuales de sumisión directa, con exclusión social, aislamiento regional y endeudamiento, su lugar en el planeta se achicó, mientras que al resolver avanzar en sentido contrario, el reconocimiento global llegó con cierta celeridad.

Ese liberalismo conservador arcaico e improductivo clama por un presunto aislamiento del país, que no se corrobora en los hechos. Y olvida señalar que cuando le tocó orientar los destinos nacionales llevó a la Argentina a papeles humillantes y desleídos, como vagón de cola de procesos ya resueltos.

Por eso el rumbo del futuro inmediato no sólo debe ratificar la tendencia vigente, sino acentuarla: las políticas sociales destinadas a consolidar el poder adquisitivo de las grandes masas y así sostener el andamiaje productivo (sugerimos ver el informe de Artemio López en La Señal Medios) es determinante para no construir un protagonismo sin bases.

La acción en el Unasur, y por supuesto en el Mercosur, necesita potenciarse; establecer una labor conjunta con Brasil para apoyar a Venezuela en momentos difíciles, conjugarse con Ecuador, Bolivia, y otros para acercar tanto como sea posible a Uruguay, pero también a México.

Y al mismo tiempo, es preciso ahondar el rumbo marcado por la presidenta a nivel internacional para dejar fuera de juego el esquema financiero y rentístico que deriva en armas, drogas y papeles sin valor.

Así, es posible coordinar fuerzas con los Brics para avanzar en el equilibrio de una producción altamente tecnificada que a su vez genere los mercados adecuados.

En este tramo, pese al panorama esbozado, es relativamente fácil caer en un derrumbe a través de una sencilla elección interna con resultados equívocos. Por eso el cuidado de cada detalle electoral y comunicacional contribuye al despliegue de las grandes políticas: sin el voto popular del Gran Buenos Aires, digamos, no hay despliegue continental.

Para que Rusia se sienta amparada, como lo señaló esta semana su Cancillería, por el planteo argentino a la hora de lanzar su propuesta de paz en Siria, es preciso que la acción política directa en los barrios humildes de nuestra patria resulte intensa, justa… bien narrada.

Es claro que mientras nuestra Nación desarrolla prácticas de trazo grueso excepcionalmente positivas, los detalles se nos vienen escapando. Y aunque en los mismos no está el programa, dice la frase que está el estilo.

En los años venideros será imprescindible integrar a la militancia juvenil territorial y a los delegados sindicales al espacio de toma de decisiones políticas para poder articular una acción pública afinada. Modificar todo el esquema de dirección de los medios de comunicación del Estado, y potenciar enormemente a los medios populares. Antes del 2015.

Porque lo que está en juego es demasiado. Sin Unasur, sin una confederación continental, la Argentina será poca cosa. Sin privilegiar la intervención estatal y la inversión productiva, la Argentina se desvanecerá.
Sin políticas sociales de largo alcance relacionadas con el movimiento obrero y popular la dinámica interna se irá trabando, hasta retomar la agonía petérita.

Del horizonte político real existente en el país en la actualidad, sólo el gobierno nacional está capacitado para llevar adelante estas acciones concretas. El resto, tira a la retranca.

Es preciso mirar lejos para entender la importancia de las cercanías.

*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.

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