Por Maximiliano
Pedranzini*
El último
30 de junio, la selección brasileña de fútbol se consagró campeón de la Copa
Confederaciones en su edición 2013, disputada en su país, tras imponerse al
combinado de España. Un trofeo merecido, sin dejar dudas de lo que representa a
nivel de selecciones, en la previa de lo que va a ser el Mundial a
desarrollarse en la tierra del “gigante sudamericano”. Pero no vamos a hablar
de fútbol, sino de los acontecimientos que se esconden detrás de las bambalinas
del espectáculo deportivo.
Bajo el
manto festivo que encarna el balompié, ha surgido una serie de manifestaciones
sociales que estallaron en medio del contexto futbolístico y que no son
producto del azar. La espontaneidad popular es un discurso un tanto absurdo si
analizamos detenidamente el proceso que atraviesa Brasil y las consecuencias
que esto trae para los sectores más conservadores. Como ser, la oligarquía,
parte de la burguesía industrial y su proyección ideológico-discursiva: los
medios de comunicación masivos encabezados por la señal Globo que incita a
marchar en contra del gobierno.
Las
movilizaciones masivas hacen temblar la gestión de Dilma Rousseff, que pese a
eso se mantiene firme frente a la insatisfacción colectiva de una parte de la
sociedad que tomó las calles. Asimismo, el Estado no dudó en reprimir a las
multitudes que se aglutinaban alrededor de los distintos estadios donde se
jugaba el torneo.
Una
cuestión que debemos tener presente es que los conflictos que surgen en Brasil,
como en otras partes del continente, son emergentes de las contradicciones
propias del capitalismo. Ergo, Brasil representa, en este sentido, el “Alma
máter” del sistema capitalista en la región y su meteórico ascenso al mapa
económico mundial (cristalizado en IBSA y el BRICS) pone en perspectiva una
situación interna que deja en la encrucijada el buen momento de la economía
“carioca”. La lógica del surgimiento de nuevas potencias económicas en el
contexto de crisis del orden central, obedece al desarrollo de las fuerzas
productivas, pero este desarrollo tiene el desafío de enfrentar los núcleos
duros de pobreza y desigualdad social que viene arrastrando desde hace varias
décadas.
Sin
embargo, el devenir histórico brasileño esta signado por dos momentos previos
al proceso de modernización industrial: El imperio esclavista que abarcó gran
parte de siglo XIX, y la república agroexportadora que inició su paso por el
umbral del siglo XX con el golpe militar liderado por el general Deodoro da
Fonseca en 1889, Pero el verdadero acontecimiento previo a la aparición de la
república fue la abolición de la esclavitud en 1888, última en América Latina,
lo que ha conformado una sociedad compleja étnica y culturalmente. El tren del
capitalismo avanza con fuerza, pero corre el riesgo de colisionar contra el
muro de una estructura social atrasada.
No
obstante, la presencia del populismo de la mano de Getúlio Vargas puso sobre la
mesa al Estado como eje de la política económica, que empezó con el incipiente
proceso de industrialización nacional. Este periplo no se vio interrumpido por
la dictadura que derrocó al presidente João Goulart en 1964, que duraría casi
dos décadas. El avance económico continuaría pese a la ausencia de una
democracia civil. El peso de la década de los ´90 mermó relativamente su
economía, principalmente con la política llevada a cabo por Fernando Henrique
Cardozo y su “Plan Real” de estabilidad monetaria tuvo como objetivo mitigar la
inflación. Esto, como pasara en todas las economías del cono sur, dañaría el
aparato productivo, dejando una profunda herida social que aún se sigue
reparando.
La actual
coyuntura marcada por el enfriamiento de su economía, la sobrevaluación de la
moneda, sumado al clima de protestas, sitúa a Brasil en el reto de resolver el
litigio con su propia historia, la que viene insinuando desde hace tiempo que
será una nación grande y poderosa en Sudamérica y el planeta. Pero este lugar
que ocupa en el sistema mundial se lo ha venido ganando con creces, gracias a
las políticas implementadas por Luiz Inácio Lula da Silva en materia de
inclusión social. Este es quizás, el gran mérito de esta última década para
Brasil, pero que exige en este nuevo siglo profundizar lo conseguido hasta
ahora.
*Escritor
y ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales
Felipe Varela, de Argentina
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