*Por Gabriel Fernández
Jorge Rafael Videla encarna a miles de militares argentinos que desplegaron intensamente, a lo largo de la totalidad de sus existencias, la mentira como única presentación íntima y pública de sus intereses, creencias y acciones.
Extremo de los famosos “fines inconfesables”, tuvieron en jaque a la Nación erigiéndose en árbitros, jueces y ejecutores de políticas que surgían para desmentir todos sus enérgicos y abanderados discursos.
Estos militares, y muy especialmente Videla, han realizado el cien por ciento de sus carreras profesionales en contra de la Patria Argentina.
Orientados, conducidos y en ocasiones alquilados vulgarmente por los Estados Unidos, Gran Bretaña y sus corporaciones, han sido el ariete para evitar el crecimiento industrial, social y cultural de esta tierra.
Y sin embargo, la declamación patriótica ha atravesado todos sus planteos, discursos, comunicados. La patria como cobertura para atacar la Patria. El colmo, claro, de las traiciones a la Patria.
Dentro de un cúmulo de seres que habitaron este planeta violando derechos humanos y sometiendo a pueblos enteros, comparar a los militares mitristas argentinos con los nazis, con la dirección del Departamento de Estado norteamericano o con los jefes del ejército colonial británico, es realzarlos sin sentido.
Los nazis fueron inequívocamente alemanes y combatieron dañina y criminalmente, a favor de su país. Lo mismo cabe decir de los que dirigen la nación más asesina del mundo, los Estados Unidos. La pérfida Albión se construyó con un saqueo que tenía como objetivo su propia grandeza.
Las dictaduras cívico militares instauradas en 1955 y 1976 tuvieron el específico objetivo de dañar los logros nacionales, aniquilar la dinámica cultura de nuestro pueblo, golpear y erradicar la competitiva industria argentina, entregar nuestra Defensa y nuestra estrategia a manos imperiales.
Después de tanto palabrerío escuchado desde esos generales alrededor del carácter apátrida de los movimientos insurgentes, de las campañas antiargentinas pergeñadas en el exterior, de la necesidad de alzar nuestra bandera por sobre trapos e insignias presuntamente ajenas, es decisivo en la lucha interpretativa despedir a Videla y a sus camaradas de armas llamándolos apátridas, antinacionales, traidores a su tierra.
Pero la mentira, evidentemente, no terminó allí. Mientras decían combatir el terror desarrollaban el más sanguinario terrorismo de Estado. Mientras alegaban luchar por la democracia golpearon gobiernos escogidos por el voto popular e instauraron las dictaduras más crueles y oprobiosas.
En tanto combinaban su grandilocuente patriotismo con llamados al valor y la determinación, configuraron hordas de cobardes cuyo combate más dramático fue alrededor de una parrilla, picana en mano, sometiendo a rivales atados e indefensos.
Porque la ausencia plena de coraje es otra de las contradicciones importantes a señalar ahora que Videla ha muerto. La falta de hombría para afrontar la pelea directa, y la rastrera alcahuetería hacia los hombres de negocios que decían qué hacer, constituye otro de los factores básicos de personas que tuvieron en sus manos los destinos de nuestro país durante décadas.
Y que nadie se engañe. Esto no es sólo el ayer. Quienes hoy sostienen una prédica semejante desde los grandes medios de comunicación, están alineados en el mismo sentido. Los que buscan nuevamente voltear un gobierno elegido por la voluntad masiva, saben que el éxito de su accionar derivaría en otras dictaduras, en nuevos secuestros, en más entregas.
Los intereses concentrados locales en vinculación con los internacionales, ligados a su vez con los centros estratégicos de poder de los países que han tallado fuerte en el planeta desde hace 200 años, siguen operando para destruir la Argentina y el naciente Unasur.
Ha muerto Videla en prisión, y en los últimos diez años se ha disciplinado políticamente a las Fuerzas Armadas. El potencial económico del Sur se planta para rasgar los incentivos de movimientos golpistas antinacionales. Pero todo cuidado es poco: esas potencias saben que todavía cuentan con argentinos que están dispuestos a retomar la senda de la traición y mentir enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción y la tiranía.
La misma bandera, el trapo, que levantó Videla al asumir el gobierno de facto en 1976.
*GF / Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica
Jorge Rafael Videla encarna a miles de militares argentinos que desplegaron intensamente, a lo largo de la totalidad de sus existencias, la mentira como única presentación íntima y pública de sus intereses, creencias y acciones.
Extremo de los famosos “fines inconfesables”, tuvieron en jaque a la Nación erigiéndose en árbitros, jueces y ejecutores de políticas que surgían para desmentir todos sus enérgicos y abanderados discursos.
Estos militares, y muy especialmente Videla, han realizado el cien por ciento de sus carreras profesionales en contra de la Patria Argentina.
Orientados, conducidos y en ocasiones alquilados vulgarmente por los Estados Unidos, Gran Bretaña y sus corporaciones, han sido el ariete para evitar el crecimiento industrial, social y cultural de esta tierra.
Y sin embargo, la declamación patriótica ha atravesado todos sus planteos, discursos, comunicados. La patria como cobertura para atacar la Patria. El colmo, claro, de las traiciones a la Patria.
Dentro de un cúmulo de seres que habitaron este planeta violando derechos humanos y sometiendo a pueblos enteros, comparar a los militares mitristas argentinos con los nazis, con la dirección del Departamento de Estado norteamericano o con los jefes del ejército colonial británico, es realzarlos sin sentido.
Los nazis fueron inequívocamente alemanes y combatieron dañina y criminalmente, a favor de su país. Lo mismo cabe decir de los que dirigen la nación más asesina del mundo, los Estados Unidos. La pérfida Albión se construyó con un saqueo que tenía como objetivo su propia grandeza.
Las dictaduras cívico militares instauradas en 1955 y 1976 tuvieron el específico objetivo de dañar los logros nacionales, aniquilar la dinámica cultura de nuestro pueblo, golpear y erradicar la competitiva industria argentina, entregar nuestra Defensa y nuestra estrategia a manos imperiales.
Después de tanto palabrerío escuchado desde esos generales alrededor del carácter apátrida de los movimientos insurgentes, de las campañas antiargentinas pergeñadas en el exterior, de la necesidad de alzar nuestra bandera por sobre trapos e insignias presuntamente ajenas, es decisivo en la lucha interpretativa despedir a Videla y a sus camaradas de armas llamándolos apátridas, antinacionales, traidores a su tierra.
Pero la mentira, evidentemente, no terminó allí. Mientras decían combatir el terror desarrollaban el más sanguinario terrorismo de Estado. Mientras alegaban luchar por la democracia golpearon gobiernos escogidos por el voto popular e instauraron las dictaduras más crueles y oprobiosas.
En tanto combinaban su grandilocuente patriotismo con llamados al valor y la determinación, configuraron hordas de cobardes cuyo combate más dramático fue alrededor de una parrilla, picana en mano, sometiendo a rivales atados e indefensos.
Porque la ausencia plena de coraje es otra de las contradicciones importantes a señalar ahora que Videla ha muerto. La falta de hombría para afrontar la pelea directa, y la rastrera alcahuetería hacia los hombres de negocios que decían qué hacer, constituye otro de los factores básicos de personas que tuvieron en sus manos los destinos de nuestro país durante décadas.
Y que nadie se engañe. Esto no es sólo el ayer. Quienes hoy sostienen una prédica semejante desde los grandes medios de comunicación, están alineados en el mismo sentido. Los que buscan nuevamente voltear un gobierno elegido por la voluntad masiva, saben que el éxito de su accionar derivaría en otras dictaduras, en nuevos secuestros, en más entregas.
Los intereses concentrados locales en vinculación con los internacionales, ligados a su vez con los centros estratégicos de poder de los países que han tallado fuerte en el planeta desde hace 200 años, siguen operando para destruir la Argentina y el naciente Unasur.
Ha muerto Videla en prisión, y en los últimos diez años se ha disciplinado políticamente a las Fuerzas Armadas. El potencial económico del Sur se planta para rasgar los incentivos de movimientos golpistas antinacionales. Pero todo cuidado es poco: esas potencias saben que todavía cuentan con argentinos que están dispuestos a retomar la senda de la traición y mentir enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción y la tiranía.
La misma bandera, el trapo, que levantó Videla al asumir el gobierno de facto en 1976.
*GF / Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica
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