18 DE ENERO DE 1983: FALLECIMIENTO DEL EX PRESIDENTE ARTURO UMBERTO ILLIA

*Por Prof. Daniel Chiarenza

Arturo Umberto Illia. Nació en Pergamino, desarrolló una honrada carrera de médico en Cruz del Eje, Córdoba. Presidente de una democracia anémica, con falta de poder popular. Un buen hombre..

El golpe de Estado programado contra el gobierno semi-constitucional de Illia intentaba una nueva legitimidad política, contando para ello con las fuerzas armadas cohesionadas, el consenso del sector sindical hegemónico (llámese vandorismo) y las grandes entidades patronales. Fue sin duda una respuesta corporativa a una democracia parlamentaria anémica.

Illia, destituido de la presidencia, sale de la Casa de Gobierno aquel 28 de junio de 1966.

“El único jefe supremo de las fuerzas armadas soy yo; ustedes son los insurrectos. ¡Retírense!”.
La contestación del doctor Illia al general Alsogaray, minutos antes que lo desalojaran de la Casa Rosada, no deja de ofrecer una buena dosis de inocencia política. Este desenlace fue preparado desde tiempo atrás. Sólo faltaba un detalle: ocupar el despacho del presidente.
El gobierno estuvo condenado al fracaso desde el comienzo. Illia fue un piloto de un avión averiado en medio de la tempestad; pero en tales ocasiones, la voluntad inobjetable no es suficiente en condiciones políticas desfavorables y cuando está en juego el poder (salvo que te llames Néstor Kirchner).

La imagen misma del dinamismo que necesitaba el país para salir de su crisis de representatividad.
Tenemos que rescatar la actitud de Illia y subrayarla, más allá del interés de clase que representó o defendió: 1) Su gestión –hasta que llegara el Frente para la Victoria al gobierno- había sido una de las experiencias más destacables por el respeto a la libertad burguesa y a los derechos públicos; 2) aunque seanindividualidades no son trivialidades –aunque no podamos dejar de mencionar (al menos) a su canciller Zavala Ortiz, que fue uno de los aviadores que masacró gente sin sentido en la jornada del 16 de junio de 1955 y luego impidió el retorno de Perón en 1964, no nos parecen gestos de defensa de la libertad y de los derechos públicos-, lo que no niega que burócratas sindicales -que se le habían ido de las manos hasta al propio Perón- al otro día de asumir Illia estuvieran “culo y camisa” con el militarismo más recalcitrantemente gorilaconspirando. Muy rescatable es la actitud si la analizamos según la óptica de la última dictadura cívico-militar (1976-1983), que marca una de las etapas más oprobiosas de la historia del país y entre las peores del mundo (y que no exime de responsabilidades a algunos radicales y peronistas) por los sofisticados métodos de crueldad, criminalidad, desapariciones, exterminio y negociados.

Cómplices civiles de la dictadura: Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y Leonardo Castellani, sacerdote, almorzaron con el general Jorge Rafael Videla y con el general José Villarreal, secretario general de la Presidencia.

Illia llegó a la Casa Rosada con un patrimonio y se retiró con el mismo patrimonio. Fue acreedor del Tesoro Nacional, por gastos realizados en su último mes, que no reclamó. Rechazó un automóvil oficial el día que fue echado y tampoco aceptó la jubilación si provenía de un gobierno de facto; no quiso aumento en sus haberes mientras ejerció su mandato. Hasta la enfermedad que le provocó la muerte pudo transitar solo y sin necesidad de custodia por las calles de su tierra y por cualquier lugar de la Argentina.

Illia jugando a la pelota con su nieto, después de la salida de la presidencia.

Después del golpe, Illia se retiró a la vida privada y lo realiza en la más absoluta austeridad. En 1982, durante la dictadura del general Galtieri, y ante la derrota argentina en Malvinas, el nombre de Illia aparece ligado a un proyecto de gobierno de “salvación nacional” donde ocuparía en forma provisoria la presidencia.
Illia muere el 18 de enero de 1983 cuando corrían los últimos meses de la dictadura. Sus restos fueron velados en el Congreso Nacional, y mientras descendían por las escalinatas entre una pasarela de uniformados de la Policía Federal se escuchó, entre el silencio y desde distintos sitios, a viva voz: “sáquense la gorra caraduras”. Los gritos del público que lo despedían no fueron casuales. Quizás un humilde reconocimiento, que podría haber sido mayor si no primara entonces el terror de la dictadura.Recalquemos que los golpes militares jamás se han producido sin el apoyo de los civiles, y concretamente de los políticos. Y esto vale también para la UCRP. Illia se mantuvo solo con un grupo de colaboradores, abandonado a su suerte aun por sectores radicales. Éstos con su silencio y sin ejercitar una resistencia real, no dejaron de contribuir a la quiebra del sistema republicano que tanto decían defender.

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