HISTORIAS PERONISTAS


El “Negro” Carlos
Comando Musical de la Resistencia Peronista



*Por Natalia Jareguizahar Serra

A la hora de resistir, mil y una maneras, infinidad de caminos, surgían de la inventiva peronista. Es que el sentimiento no sabe de cárceles ni de prohibiciones. No hay rejas capaces de encerrar el amor, ni barrotes tan fuertes como para detener el grito mudo de un alma convencida.

En tiempos de angustia que vivía el pueblo peronista, el destierro, los  largos y dolorosos silencios, las miradas bajas y la angustia que oprimía el pecho eran sentimientos comunes entre los compañeros. El dolor de no poder ser, lo que indefectiblemente, eran.

Como ya sabemos, el absurdo del odio gorila de los golpistas del 55, que había condenado al exilio al General y prohibido –expresamente, a través del decreto 4161/56- el uso y alusión a los símbolos y elementos distintivos del peronismo, la sola mención de Perón y de Evita, era castigada con la cárcel.

Los compañeros, golpeados, desorientados y desorganizados intentaban una y mil formas de luchas. Todas ellas, reflejaban lo que eran en esencia, parte de una revolución pacífica, que no deseaba el derramamiento de sangre sobre el suelo argentino.

Fieles representantes de un Movimiento que apunta a la unidad latinoamericana, a la soberanía, a la justicia social.

Atados al único dogma de los peronistas: la búsqueda del Pueblo feliz y la Patria grande, camino que debemos recorrer, enarbolando tres banderas: Soberanía Política, Justicia Social e Independencia económica.

El “Negro” Carlos, músico y militante, sufría casi en silencio, ese decreto imposible. Y digo casi, porque en algunas ocasiones, la sangre podía más que el miedo.

Sumaba pesos al presupuesto familiar, cuyo ingreso principal era el sueldo de un trabajo de oficina,  animando con su bandoneón bailongos, cumpleaños y peñas.

Tangos, milongas, gatos y chacareras empujaban al baile cuando sus rodillas castigaban al baqueteado fuelle y sus manos de mago le arrancaban sonidos imposibles.

Y en el pico de la fiesta, allá por el quinto o sexto vino, le brotaba el sentimiento prohibido que le inflaba las venas y el grito de “-¡...Y A MI QUÉ PUTAS ME IMPORTA EL DECRETO…! ¡...VIVA PERÓN, CARAJO...!” congelaba de golpe la bailanta para dar paso a los acordes estentóreos de una Marcha Peronista que convocaba a la rebelión.

Y eran muchos los que se prendían y cantaban la Marchita a voz en cuello y acabado el canto, bandoneonista y cantores se encaminaban solitos a los patrulleros o al camión celular, a pagar con unos días de calabozo el descaro y la violación de la ley que prohibía ser peronista.


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