
Por Maximiliano Pedranzini*
A 57 años del golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional
del General Juan Domingo Perón. Entre el ayer y el hoy, la historia asoma
tímidamente sus claroscuros, con más oscuros que claros en esta odisea que
representa nuestro presente tambaleante y cada vez con mayores matices por
dilucidar.
“Los bárbaros que todo lo confían a la
fuerza y a la violencia, nada construyen, porque sus simientes son de odio”. José Martí, Obras
Completas, 2ª ed., Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1975.
La
historia sin duda está minada de analogías y similitudes que se hacen eco en el
presente. El presente, aquel tiempo caprichoso pero sabio que nos muestra que a
veces (muchas veces) la historia no es lineal y no sigue una continuidad
exacta, perfecta y objetiva, sin tropezones o malos pasos. Por el contrario, la
historia es es espejo que siempre hay que tener en frente de nosotros, que
somos los sujetos sociales, para historizar este presente y que desde este
presente podamos dilucidar el pasado. Siempre hay una brújula perdida por algún
lugar de la escalinata o retozando en los adoquines donde caminamos. Lo debemos
recoger sin pudor y encontrar el horizonte que nos lleve a buen puerto.
Es por
eso que en este presente cargado de simbolismos invisible a los ojos, se han
dislocado en el tiempo de la historia argentina, momentos pocos felices que en
este presente son convocados, como los brujos esotéricos convocan los fantasmas
del pasado que traen consigo malos augurios. Este presente que en algunos
lugares de la sociedad no ha pasado el agua de la memoria histórica, ni
siquiera ha salpicado gotas que sirvieran para regar esas desérticas
conciencias y esos áridos sentimientos que no hacen más que ser portadores de
odio y de rencor hacía las grandes mayorías y hacia un gobierno que después de
larga ausencia y vacías promesas, por fin fueron atendidas. Tuvieron que
pasar más de tres décadas para que esto ocurriera. Es por eso que el presente es
al mismo tiempo traicionero, desmemoriado e indolente consigo mismo. Un tiempo
egoísta y profundamente masoquista que como muchas veces pasa, se acuerda tarde
de lo que le pasó ese día. Esa es la mirada de la historia, la que no se nos
aconseja aprender.
Una
imagen del pasado, que se repite como se repiten las figuritas de un álbum que
coleccionamos en nuestra infancia y que no la podemos cambiar porque nadie nos
las quiere cambiar. 26 de julio de 1952, muere Eva Perón víctima de un cáncer.
Ese mismo día en las calles de Buenos Aires, había pintadas y grafitis con la
leyenda "Viva el Cáncer". 13 de septiembre de 2012, manifestaciones
en varios puntos del país surgida de los principales núcleos urbanos salen a
protestar en contra de las políticas de este gobierno, con algunos carteles y
consignas que decían, "Néstor volvé... te olvidaste de Cristina".
¿Acaso no es idéntico el odio? El mismo odio, la misma plaza. Dos postales de
un mismo discurso que se repite como agua de un mismo río.
Y es en
este contextos de analogías históricas que se cumple un nuevo aniversario de
una situación casi similar, pero sin los aviones y los tanques. Estamos
hablando del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 que derrocó al
gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Sin hacer analogías violentas y
desmedidas que provoquen la irá y el enojo de algunos, son situaciones que
adoptan el mismo conjunto de características. Si estas no son prácticas
destituyentes y pro-golpistas, se acercan bastantes.
Esto,
como pasará en el corolario del segundo gobierno de Perón interrumpido por el
golpe, tiene un punto en común fuerte, un eje vertebrador de clase que se llama
impotencia. La impotencia de siempre rumiante oligarquía y sus interlocutores
de la pequeña y media burguesía, se hacen oír una vez más como en ese funesto
1955. El proemio de una primavera oscura para el pueblo argentino en ese
entonces, es agitada con bandera y símbolos que muestran lo peor de una época
para el país y para el pueblo.
Como
pasara con el peronismo en la segunda mitad del siglo XX, el kirchnerismo,
aprendiz locuaz de los mejor de sus políticas, pone en práctica una batería de
medidas desde el 2003 y profundizadas a partir del 2008 con la gestión CFK que
irrita a estos sectores. Gobierno que se monta efectivamente en la
reconstrucción de un país arrasado por el neoliberalismo es sus distintas
etapas evolutivas (terrorismo de Estado-transición hacia la
democracia-legitimidad democrática del Estado mínimo) y encargado de llevar en
sus espaldas una de las mochilas más pesadas de la historia política y social
argentina, quizás más pesada que la que tenía consigo el peronismo. Como se
caracterizase el peronismo durante el último siglo, pero fundamentalmente en
circunstancias de la guerra Fría, el kirchnerismo anclado en las corrientes
latinoamericanas se posiciona como frente de liberación nacional. Este proceso
que está llevando adelante es evidente que genera malestar a muchos sectores,
corporizados en pancartas teñidas de odio, de rabia, pero mayor malestar les
produce a los dueños del poder, a la clase dominante. Un clase que afila el
discurso masificador y potente de los medios de comunicación para generar
opinión pública.
Como
pasará en los años del primer peronismo. Un peronismo que barrió con la vieja historia
económica y social que agobiaba a la clase trabajadora. Le había devuelto una
palabra que muchos jamás la había escuchado: Dignidad. Este proceso estaba
beneficiando a la voluntad del pueblo, a la masa trabajadora que pudo gozar de
un salario y todo lo que conllevó la reivindicación de sus derechos. El derecho
en la Argentina dejó de ser un concepto de los letrados que versaban sobre el
derecho como si fuera este algo abstracto e intangible y pasó a ser palpable,
pasó a ser conocido como derechos sociales. Dos palabras que se unían en una
sola para cristalizar las conquistas llevadas a cabo por el peronismo. Pero el
pasado es un tiempo que nunca termina de morir, siempre está asechando, como
pasará en este septiembre de 1955. Años de agitación y convulsión atravesaban
el escenario político. La muerte de Evita debilitaron sustancialmente al
gobierno y la oposición encontraría proyección en la procesión de Corpus
del 11 de Mayo, lo que abría el telón a los bombardeos genocidas en Plaza de
Mayo, el Ministerio de Hacienda y la Casa de Gobierno el 16 de junio y
finalmente el 16 de septiembre para cumplir con la misión de asesinar a Perón.
Objetivo que no lograrían, pero si terminarán efectuando el cruento golpe
militar. Parece que los cipayos habían escogido para ejecutar ambos bombardeos el
16 como número de la suerte. Habrán soñado con anillos la noche antes dar
comienzo a las masacres, quizás porque este representa el símbolo de la
alianza, en este caso con los sectores de poder más reaccionarios como la iglesia,
la oligarquía terrateniente, los medios de prensa y el imperialismo
norteamericano. Este fue uno de los momentos más terribles de la historia
argentina. Una de las imágenes más dolorosas que se sucedieron en el país. La
sangre derramada otra vez regaba el suelo de la Argentina. Era el precio por
querer distribuir la riqueza, mejorar la situación de las mayorías populares,
por enseñarles a ejercer esa palabrita que no conocían y porque mostrarles el
camino hacia la justicia social. Todo esto no sería gratis para el peronismo.
¿De dónde sacar ese montón de riqueza para repartir? ¿De qué manera hacemos
para producirla y reproducirla para todo el pueblo argentino? Había que
quitarles a los poderosos. Quitarles una parte. Eso les dolió como un golpe bajo
que jamás le perdonaron, ni le perdonarán al peronismo. Porque le quitó a la
raza de los privilegiados para darle los desclasados, los desposeídos. El
precio muy fue caro. Y esto se repite como las telenovelas mexicanas a la
tarde. En esa frase de Marx que se ha convertido lamentablemente para todos
nosotros en un cliché que roza el absurdo, de alguna manera sintetiza el
devenir de la historia, de nuestra historia: “la historia aparece dos
veces… una vez como tragedia y la otra como farsa” (Karl Marx, El
dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Polémica, 1975, p. 15).
Esto
era el umbral del golpe. El vaticinio de lo que marcó a fuego y sangre ese 16
de septiembre y todo el derrotero de lo que vino más tarde. Pero la
autodenominada Revolución Libertadora, celebrada con brindis en la redacción
del diario La Nación, no se quedó con los brazos cruzados y actuó en
consecuencia a su naturaleza represora y antipopular. Pedro Eugenio Aramburu
(quien rápidamente reemplazaría a Eduardo Lonardi de paso fugaz en la
conducción del gobierno de facto) e Isaac Rojas se encargan de reducir la
insurrección encabezada por el General Juan José Valle el 9 de junio de 1956,
leal a Perón y uno de los pocos militares que defendieron la causa nacional
contra los golpistas. El General Valle y un grupo de veintisiete sublevados
entre civiles y militares que acompañaron el movimiento contra la dictadura,
fueron fusilados en los basurales de José León Suárez, antes de que el gobierno
declarase la Ley Marcial, sin tener la posibilidad de un juicio o defensa
alguna. Esta era la presentación oficial. Se abría el telón de la Revolución
Fusiladora -como la retratara notablemente Rodolfo Walsh en Operación Masacre publicada un año
después de los fusilamientos-, y firmaba su contrato de locación con la sangre
de sus víctimas. El verdugo volvía a aparecer después de más de una década para
devolverle a la oligarquía lo que había perdido de haber perdido, celebrando
con complacencia el objetivo alcanzado. El monstruo contra la nación argentina
empezaba a crecer alimentándose de carne y sangre. Todavía no había mostrado el
daño que podía ocasionarle al corazón del pueblo argentino, como lo haría sin
escarmientos el 24 de marzo de 1976. Esa bestia aún no ha sido del todo
extirpada de la sociedad argentina. Quedan huevos esperando para eclosionar y
que vemos ya están saliendo de sus nidos para mostrar lo peor de sí y lo más
reacio de este pasado que no está almidonado, sino que aparece para conjugar
las luchas y las tensiones que debemos afrontar en este presente y llevarlos de
una vez por todas al sendero de la liberación nacional.
El pasado porción de
tiempo exiguo y avejentado es convocado por este presente rebelde, conformista,
maniqueo, atomizado y contradictorio. De memoria errática que prefiere perderse
en el laberinto de la amnesia. De efímeras proezas que acaban apenas empiezan.
Tiempo corto que roza el límite de la nada, siempre al borde del olvido, plagado
de controversias y conspiraciones que se extinguen al calor del alba. Ungido de
audacia, inventa su estrategia para sobrevivir en el futuro. Ese pintor de
paisajes frescos que nunca se van a secar. La caja de pandora de la historia.
Pasado y presente se juntan, se contraen tal vez por capricho del destino, por
errores y desaciertos, por no haber aprendido nada de nuestra historia, no
sabemos. Lo que sabemos es que en la historia, y ahora más que nunca, no
existen las avenidas de la casualidad. “Cualquier parecido con el pasado, es
pura coincidencia…”
(*) Ensayista.
Integrante del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo de Misiones.
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