Por
Maximiliano Pedranzini*
“Ya no queda duda de que una fuerte
expedición española viene a atacarnos, sin duda alguna los gallegos creen que
estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni
ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra la tenemos que hacer del modo que
podamos, si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar;
cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos
trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos
los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales
os daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos. La muerte es mejor que ser
esclavo de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano
hasta ver el país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje”. José de San Martín,
Mendoza, 1819
Es este
Bicentenario que atraviesa América Latina, el carácter histórico y político de
la figura del General San Martín, símbolo indiscutido de la emancipación
americana, adquiere una vigencia fundamental en este presente. El espectro
ilustre construido a pelo y contrapelo de la historia argentina se ha
convertido en una disputa por el sentido que recobra una importancia
trascendental en este nuevo proceso por la Liberación Nacional. ¿Qué representa
San Martín en estos 200 años de historia nacional?
La figura de José de San
Martín como la de muchos otros protagonistas de las revoluciones
hispanoamericanas, ha estado sometida a la sala de operaciones de la historia
oficial y no-oficial. Infinidades de interpretaciones, tanto historiográficas
como políticas han ido circulando a lo largo del tiempo. Pero fue sin duda, uno
de los personajes más significativos (y polémicos) de toda la historia
argentina y latinoamericana, y que marcó a fuego los destinos políticos e
ideológicos tanto de nuestro país como de América del Sur.
Es quizás, la batalla
más importante la que debemos dar entorno a la inmensa representación
histórico-simbólica que conlleva la vida de San Martín como el máximo prócer de
la historia argentina, lugar en el coinciden la mayoría de las corrientes
historiográficas. Ahondar el carácter más revolucionario que quiebra con el
orden “marmóreo” del discurso historiográfico liberal es una tarea esencial en
este nuevo momento histórico para los pueblos de la América Latina, que percibe
a su vez una gran responsabilidad intelectual y un compromiso político
articulado con un devenir que encuentra su brújula en este horizonte de
liberación. Por eso se vuelve indispensable encontrar los lazos históricos que
habitan entre la lucha de San Martín y el proyecto emancipatorio de la
Generación de Mayo.
La ceguera
historiográfica impuesta por la matriz liberal-positivista de Bartolomé Mitre y
la Generación del ´80, construyeron una imagen tergiversada y por lo tanto
falsa de los acontecimientos de la Revolución de Mayo: la invención del relato
oficial proclamaba al proceso de Mayo como una independencia separatista con un
marcado discurso antihispanista a favor del libre comercio, más precisamente
con Inglaterra. El elemento que merodea entrelíneas en este relato es el del
factor económico, subyacente en el entramado histórico por los intereses que
ostentaba la élite oligárquica -a la que pertenecía Mitre- con el imperio
británico tras los triunfos en la Batalla de Caseros en 1852 y finalmente con
la de Pavón casi una década más tarde; y la consolidación de una arcaica
estructura agroexportadora, condición que hacía necesaria la construcción de un
relato que se encargue de dar función legitimadora a las acciones políticas y
económicas de esta oligarquía liberal triunfante.
¿Si la Revolución de
Mayo aparece como independentista y antiespañola? ¿No fue asimismo un proceso
secesionista a los ojos de las oligarquías liberales en toda la región? ¿No es
casualidad que dichos discursos historiográficos legitimados desde el poder por
estas elites, hayan “olvidado” a los demás patriotas latinoamericanos por el
simple hecho de no pertenecer al mismo suelo y no poseer la misma
“nacionalidad”, reduciendo a la figura hegemónica y jerarquizada de un solo
“prócer nacional”?
La construcción del
rompecabezas a sangre y fuego que daría como resultados a los Estados-Nación
modelo capitalista en América Latina, configuró el mapa balcanizador del
continente a finales del siglo XIX, que conllevó a la producción de discursos
historiográficos institucionalizados por medio del aparato estatal que
hegemonizaron la vida social y pedagógica de los distintos países.
Este discurso producido
desde las elites oligárquicas interpelaba a la sociedad, a la vez que la
moldeaba a través de este esquema dominante. El carácter dominante del discurso
historiográfico liberal ha impedido entender a la historia como un campo de
batalla donde se dirimen los conflictos, en el que se hacen presentes los
hechos y se confrontan las verdades. Su desentendimiento de la compleja
dimensión social y la “inmortalización” cuasi-divina de los próceres, eran
elementos que formaban parte de su impronta política.
Con la
“invisibilización” de los sectores populares como protagonistas reales de la
escena revolucionaria, Mayo expresaba el corolario del viejo orden colonial
español y la aparición de uno nuevo, una nueva organización económica que
estaba de moda por estos lares en pleno siglo de expansión capitalista. En este
contexto de nuevas configuraciones: ¿Qué llevó a San Martín a retornar al
continente americano? ¿Cómo se explica el fenómeno que lo impulso a dirigir el
ejercito independentista antiespañol? ¿Por qué se reduce su figura a la del
retrato idílico de retornar en 1812
a sus raíces abandonadas cuando era un simple infante?
En esto coinciden varias
corrientes historiográficas que, variando sus caracterizaciones, encuentran un
denominador común en la matriz propuesta por el mitrismo y la lógica
constituida a partir de la consolidación del modelo oligárquico-liberal del
“Granero del Mundo”. Pero a pesar del universo hermenéutico en el que navega
San Martín, es imposible y absurdo disociarlo del proceso revolucionario de
Mayo, y mucho menos de las revoluciones que habían tomado carácter
hispanoamericano, en principio totalizador pero luego se desgranaría por la
puja de los intereses que tenían las diferentes élites criollas devenidas luego
en oligárquicas.
La consumación
valorativa propuesta por corrientes historiográficas de distinta índole
-principalmente por toda la tradición liberal- sobre el Padre de la Patria,
proponen señalarlo como el paradigma épico del héroe individual, solitario
frente al resto de los mortales subalternos imposibilitados de ser parte de ese
relato mítico, que ponía por obra y destino de la providencia como figura
central al héroe, que por obvias razones, se robaba toda la película y se
coronaba con todos los laureles de tan gloriosa epopeya construida a partir de
su figura por la historia oficial.
He aquí varios elementos
primordiales para tener en cuenta en la elaboración de esta trama. Uno de los
principales es el individualismo, germen característico de toda la tradición
liberal. La exaltación de la figura del héroe individual como epicentro en el
desarrollo del relato histórico nacional, pone de manifiesto el carácter
utilitario de San Martín como eje constitutivo en la construcción de la
historia oficial de la nación, tanto Argentina como sus reproducciones en toda
América Latina. Sin duda, nuestra postura data de afirmar todo lo contrario.
Aunque la ficción de los hechos hayan instalado en los libros de historia la
idea de que San Martín retornó a América, en 1812, por el "llamado de
las fuerzas telúricas". El sentido más noble que convoca al Libertador a
suelo americano es continuar con la lucha antiabsolutista que veía impedida en
España por el avance napoleónico.
Las historias oficiales
no están encerradas en cáscaras de nueces. Atraviesan por su fuerza dominante
todos los rincones comunes de nuestra región que amalgaman por esas mismas
raíces históricas un pasado en común, por lo que estos tipos de relatos
construidos desde la hegemonía de la historiografía liberal son fácilmente
impuestos en toda la sociedad y en sus instituciones encargadas de reproducir
de manera sistemática y simultanea el orden del discurso oficial a lo largo del
tiempo. El problema no es interpretar o criticar el relato en sí, sino el de
perforar las capaz de sedimentación estructural impuestas por el discurso
dominante y encarnadas profundamente en la conciencia de los ciudadanos.
Desmitificar esta
narración sesgada e inverosímil que componen su estructura, implica en efecto,
revisar todos los recovecos ocultos o poco explorados de nuestro pasado, y eso
constituye la ardua tarea de construir y consolidar un nuevo edificio
historiográfico en nuestro país y en todo el continente. Son quizás las
celebraciones bicentenarias las que ponen en perspectiva como nunca antes en
200 años, la posibilidad de encarar nuestro pasado desde una mirada crítica que
sirva para mitigar el viejo orden dominante de la historia liberal-conservadora
que aún sigue vigente; donde que poco a poco se está logrando colocar en la
arena del combate historiográfico, la posición subterránea del revisionismo
histórico emergente en el umbral de este siglo XXI.
La Otra Historia pone
sobre la mesa todo lo que la historia oficial ha ocultado o peor aún, lo que ha
desvirtuado a través del poder de un relato infame creado con la arcilla de la
mentira y la denigración de figuras populares a quien considera “malditos” y
que debían ser demonizados, ya que éstos representan un estorbo en los planes
la oligarquía. En los bordes de este sendero a caminado San Martín. Donde su
figura está embarrada por las vicisitudes de una historia agitada y
convulsionada, en el que el Libertador fue protagonista clave. Y ese
protagonismo ha sido la base donde se erigieron las interpretaciones que
colocaron las dimensiones del prócer, en el pedestal de bronce o en la crítica
más despiadada que lo hundía en el desprestigio y la humillación por sus
orígenes o por su concepción ideológico-política. Un ejemplo contundente de
esto había sido su función como
Protector del Perú, donde toma una serie de medidas que levantan el polvo de la
lima: a) Elimina la servidumbre de los indios. b) Declara la abolición de la
esclavitud y de la Inquisición. c) Da por terminado los castigos corporales. d)
Decreta la libertad de expresión y la instrucción pública. Principios que
estaban enmarcados dentro de las ideas progresistas de la época, muchos de
ellos contemplados en la Asamblea del Año XIII. Esto inmediatamente causaría el
repudio de la oligarquía limeña y de la Iglesia Católica -que aún tenía fuerte
injerencia en el ex virreinato-, acusándolo de lo peor, desde tirano hasta de
expropiador, celosa de cualquiera que viniera y les cercenara los privilegios
que supieron ostentar desde los tiempos coloniales. Vayamos a otro breve
ejemplo. La historia oficial tampoco nos narra sobre el
odio que le tenía Rivadavia y los rivadavianos en Buenos Aires. Un odio de
poder que lo perseguiría, como persiguió a Moreno, Belgrano y Castelli que
representaban un proyecto político que estaba en las antípodas del hacedor
del empréstito Baring Brothers y la ley de Enfiteusis.
Esto
la historia oficial prefiere omitirlo de su heurística y contar el lado que más
le conviene, que más le sea útil. Este es el caso del San Martín tardío, el del
exilio en Francia que llevaría a la historiografía liberal a hacer una
abstracción mitológica necesaria para legitimar su discurso. Su distanciamiento
de la realidad que acontecía en Hispanoamérica y su aislamiento europeo, hacía
más fácil la configuración de ese mito. Pues, los
últimos días de San Martín son los que el mitrismo prefiere reivindicar y poner
como estampa en los manuales de escuela. Ese San Martín anciano que despertaba
la admiración y el beneplácito de tipos como Alberdi o Sarmiento por esa
lucidez republicana que le hizo cruzar el charco y supo mantener hasta el final
de su vida en Boulogne-sur-Mer. Ese recorte es el que le sirve, el que no
entrega a San Martín como el prócer
estoico e impoluto de enormes cualidades y atribuciones que lo vuelven un ser
en tanto perfecto, inalcanzable. Un ser sobrehumano al que nunca le llegaremos
a los talones, ni siquiera a la puntita. Esta más allá de nuestra imaginación
terrenal. Esta es el concepto que han intentado imponer de San Martín.
Desprovista de toda humanidad, de toda equivocación, de todo error. El primer
paso metodológico que tiene que dar la historiografía es la de humanizar a los
próceres. Mostrarle al pueblo que están hechos de carne y hueso, como todos
nosotros. Lo demás, eso que horroriza y causa urticaria a los administradores
de la historia oficial, es mejor ocultarlo en los sótanos de los archivos
nacionales para que jamás sea encontrado.
Todas las corrientes
ideológico-historiográficas han vertido sus opiniones sobre la figura de San Martín.
Desde el liberalismo mitrista (proemio del relato fundador de su argumento
historiográfico), pasando por el nacionalismo en todas sus versiones y la
historiografía mosaica de la izquierda que lo aniquila por ser un impulsor de
más que de la emancipación americana, de las relaciones capitalistas reflejo de
su pensamiento liberal heredado de Europa. Por lo que merece ser duramente
criticado hasta el hartazgo, llegando a la simple conclusión de que nuestro
Padre de la Patria es un personero de la más rancia burguesía mercantil
proimperialista. Trasladando mecánicamente la repulsión que tenía su mentor
(Karl Marx) hacia Simón Bolívar, que luchaba por la emancipación en otras
latitudes del continente americano. En definitiva, para la izquierda argentina,
todos los próceres representan lo mismo, y si Marx criticaba con munición
gruesa al fundador de la Gran Colombia y Libertador de Venezuela, eso quiere
decir que tendría la misma opinión de los demás patriotas hispanoamericanos.
¿Qué hubiera dicho Marx desde la redacción del New York Daily Tribune de
San Martín, Moreno, Belgrano, Castelli o Monteagudo? Bueno, no hacemos historia
contra fáctica, ni somos cultores de ucronías para responder esto. Pero la
izquierda hace este tipo de deducciones teóricas que lo llevan casi podríamos
decir, a un suicidio historiográfico.
Por lo tanto, nuestros
recordatorios o fiestas patrias terminan siendo el síntoma de un nacionalismo
burgués que impide toda revolución, sea obrera o campesina. En la vasta y
espesa selva historiográfica hay de todo. Si no tenemos un machete en mano,
estos bichos raros pueden atacarnos en cualquier momento. Por eso debemos estar
atentos y bien preparados. Con los pies firmes sobre la tierra, pero para eso
debemos tomar una postura, una interpretación que consideremos la más adecuada
para analizar su figura y el contexto histórico donde se desenvuelve. Y para
eso intentaremos dar respuesta a estos interrogantes: ¿Por qué San Martín
vuelve después de mucho a suelo hispanoamericano? ¿Qué proceso lo impulsa a
retornar? ¿O simplemente es una cuestión del destino o de la divina
providencia?
Como hemos vistos, San
Martín regresa para continuar con el proceso de lucha contra el absolutismo
monárquico, que vieron agotadas sus posibilidades de seguir dando pelea debido
a que España había sido derrotada y sometida por el imperio napoleónico. San
Martín veía con ojos de gran estratega, que la lucha debía continuar, pero del
otro lado del Atlántico, en las colonias españolas que se encontraban en
América. Y San Martín lo veía como una obligación seguir dando pelea porque los
tiempos se lo demandaban y no quería dejar asignaturas pendientes, y menos en
el campo de batalla. La guerra tenía que prolongarse y extenderse al territorio
colonial. Es ahí cuando decide desembarcar en 1812. Y en el proceso se
constituye la Logia Lautaro, donde incorpora -por medio de Monteagudo y los hombres que integran la Sociedad
Patriótica- al grupo comandado por Mariano Moreno, quien lo
consideraba una pieza clave en el mapa estratégico de la revolución por su
papel trascendente en las jornadas de Mayo. Como así también daría su apoyo a
las insurrecciones comandadas por Güemes en Salta y Pedro José Saravia y
Álvarez de Arenales en el Alto Perú, quienes tenían un amplio consenso de las masas
populares que San Martín veía con buenos ojos. Su inquietud e insistencia
estaba en que se acatara la voluntad popular, porque sabía que sin el pueblo
acompañando, difícilmente se alcanzarían los objetivos deseados.
Por esta razón, decide
no apoyar el proyecto constitucional de ese año, ya que ésta les otorgaba a los
diputados americanos una escasa representación, que San Martín veía necesaria
para cristalizar los cambios políticos. Su visión iba más allá de los
horizontes del Río de la Plata, donde la continuidad del proceso revolucionario
no se acortaba en los límites del virreinato. Veía en Artigas, Bolívar, O`Higgins y Sucre no solamente
aliados por la causa patriótica, sino líderes capaces de unificar y profundizar
el proceso de liberación, a pesar de los rechazos internos con los que tenía
que lidiar, ya que todos coincidían en que la América española era una sola y
su lucha una sola, que se iba dirimiendo en diferentes puntos del continente.
Esto de alguna manera se intenta llevar adelante en el encuentro cumbre de
Guayaquil entre los dos libertadores el 26 de julio de 1822.
En consecuencia, pensar a San Martín es reflexionar sobre el sentido, tanto de la historia nacional como latinoamericana. No se puede concebir bajo ninguna circunstancia hermenéutica el derrotero histórico de Nuestra América sin la figura de San Martín, cardinal para ubicarnos en la contienda de ese pasado que le da forma y sentido a lo que somos y representamos los latinoamericanos como pueblo que empieza a reconocerse como uno solo y no como los retazos de una patria condenada a permanecer dividida y separada por disposición extranjera.
Sin embargo, es el
presente el que nos retrotrae a San Martín, para que desde este presente
bicentenario lo interpretemos y le demos un nuevo valor, quizás ese valor que
siempre tuvo, pero queda en las subjetividades políticas de ese tiempo que lo
convoca, más que en discutir vanamente si San Martín era esto o aquellos, si
iba para aquí o para allá. Es desde el presente donde cobra vida, para sintetizar
simbólicamente un proyecto político. Para que su figura sea el reflejo de ese
nuevo proceso que lo llama. Tal como lo han hecho quienes convocaron el oráculo
de Delfos de la historia patria para justificar sus políticas presentes, como
lo hicieron Mitre, Generación del `80, la oligarquía del primer Centenario o el
peronismo. En fin, todos los convocan, independientemente de sus posiciones
ideológico-políticas, sean buenos o malos, eso lo juzgará la historia, no como
fuerza sobrenatural, con dotes mágicos, sino la historia como esa arma del
presente. Ergo, pensar en San Martín es pensar en el devenir, pero por sobre
todo es pensar en el porvenir de una Patria Grande Latinoamericana Unida hacia
el camino de la Liberación Nacional.
(*) Ensayista.
Integrante del Centro Cultural E. S. Discépolo y militante del Movimiento
Universitario Evita de Misiones.
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