*Por Maximiliano Pedranzini
La muerte de Mariano
Ferreyra no sólo afectó a los militantes del Partido Obrero, sino que
conmocionó a todo el país. En estos tiempos donde la política vuelve a tener
relevancia y la juventud un protagonismo extraordinario que no se había visto
desde los años `70, un joven que decidió hacer de la militancia parte inmanente
de su vida. Una vida que se apagó un 20 de octubre de 2010 dejando una herida
en el alma de esta nueva juventud que pierde algo más que un militante, pierde
un pedazo de juventud.
Ahora es la justicia la
que debe echar cartas en el asunto. Algo que trasciende a cualquier ideología o
posición política al respecto. El peor crimen que se puede hacer es dejar este
hecho marcado por el silencio y el olvido del Estado. El esclarecimiento debe
dejar al descubierto a los verdugos de este asesinato. A los autores materiales
e intelectuales de un crimen que gozaron por mucho tiempo de las mieles de la
impunidad.
Ha transcurrido casi dos
años desde este duro acontecimiento y las cosas van tomando orden en la
realidad política y sindical. Podríamos decir que José Pedraza y la Unión
Ferroviaria son la punta de lanza de un sindicalismo anacrónico que se fracturó
definitivamente con la oposición de Hugo Moyano al gobierno y la puesta en
escena de Antonio Caló de la U.O.M. como la nueva cara de la C.G.T., lo que
anuncia el final de un ciclo.
Históricamente el
sindicalismo en nuestro país ha protagonizado hechos de violencia, fundamentalmente
desde el surgimiento del peronismo. Se ha pensado que los trabajadores y los
sindicalistas son por naturaleza amantes de la violencia. Pero entendamos lo
siguiente. La violencia es parte esencial de la historia, por lo tanto es a
partir de ella donde se ponen de manifiesto los conflictos políticos que son el
desenlace de la lucha de clases. No podemos concebir los procesos históricos
como caprichos del destino. La historia siempre está en permanente movimiento,
como así los actores que forman parte de ella.
Asimismo, tengamos en
cuenta que los contextos han cambiado, y han cambiado estructuralmente las
relaciones de producción, a partir de la última dictadura de 1976 con las
políticas económicas de Martínez de Hoz y el ulterior desembarco democrático
del neoliberalismo en 1989. Esto reconfiguró el núcleo duro de la
representación sindical que se adecúo a lo que las nuevas relaciones
capitalistas proponían en la mesa de negociación. Ahí surge un nuevo
protagonista en el mundo sindical: los empresarios-sindicalistas o
cariñosamente llamados los “gordos de la C.G.T.”. Sin atacar a nadie en
particular y ateniéndonos al cambio de coyuntura política, Moyano, Pedraza,
Lescano, Medina, y Venegas pertenecen a estos “tipos ideales” -como los clasificaría
Max Weber- de dirigentes gremiales, productos históricos de las condiciones
objetivas que generaría el modo de acumulación neoliberal.
No es un ensañamiento
personal con ningún, al contrario, todos somos buenas personas, hasta que se
demuestra lo contrario. Es una cuestión histórico-estructural que le da forma y
sentido a las distintas prácticas políticas y sindicales. Todos queremos
cambiar la historia, pero la historia nos termina cambiando a nosotros. Moyano, quien ha tenido un rol excepcional de
resistencia frente al menemismo en el gremio de camioneros que preside desde hace
más de dos décadas, pertenece al rubro de transportes y servicios, que dominó
el espectro económico nacional como consecuencia de la privatización, la
destrucción del aparato productivo-industrial y el desguace de la estructura
ferroviaria, clave para comprender cómo se expandieron durante ese período la
construcción de rutas que facilitaron el transporte masivo de camiones a lo
largo y ancho del país en una economía que tenía como eje los servicios, lo que
les permitió a los camioneros construir hegemonía sindical durante los años
´90.
Pero el itinerario de
las prácticas sindicales deviene de una herencia histórica que ha sido
resignificada como estandarte durante el menemismo y que aún perviven elementos
que impide reestructurar el espacio orgánico de representación. La
burocratización, el reclutamiento de patotas, muchas de éstas vinculadas a
sectores ajenos a los gremios que funcionan como fuerza de choque, la
connivencia de dirigentes con empresas que explotan, precarizan y terciarizan a
los trabajadores. Lo que llevó a la genuflexión de dirigentes gremiales que
vieron como el movimiento obrero era descuartizado y el sindicalismo se
desarticulaba por el avance del neoliberalismo.
Hegemonía que como vemos
se resquebraja, expresado en la crisis de conducción del movimiento obrero que
exige una representación en sintonía con los intereses que atraviesa su clase, siendo
los mismos que tiene el país. Los camiones y las rutas reemplazaron categóricamente
a los ferrocarriles y los rieles. Éste representaba una competencia casi
desigual, el que los trenes le sacaban una ventaja sideral en términos de
capacidad de carga y gasto de mantenimiento. Ergo, al no haber industria
fabril, el ferrocarril empezaría a desaparecer en todo el territorio nacional,
lo que hizo posible la consolidación del camión como transporte estratégico. Factor
que no es propio de la Argentina, sino que obedece a las políticas neoliberales
implementadas en todo el mundo. Precursor de esto ha sido EE.UU., de un intenso
auge durante la década de los ´90, que afianzaría el poder de los “Teamsters” en
la central sindical norteamericana (AFL-CIO). Esta lógica se reproduzco en toda
América Latina. Pero el proceso está cambiando y cada vez se hace más visible a
los ojos de la sociedad.
El carácter progresivo
de la economía pone en perspectiva los cambios que se vinieron logrando. En
efecto, el mapa de situación deja sin chances al otrora sindicalismo
noventista, y su reacción frente al cambio empieza de la peor forma: asesinando
a un joven de un balazo. Para luego oponerse y sin tapujos empezar a crear un
clima de desestabilización política -que queda sin efectos- y posteriormente
una ruptura de la central obrera al no aceptar el proceso de democratización
del sindicalismo, que por obvias razones convierten a Moyano y al resto de los
“gordos” férreos opositores.
Pero frente al reclamo
universal de justicia que hace la ciudadanía y los defensores de los derechos
humanos, encontramos el uso siniestro que realizan de la imagen de Mariano
Ferreyra estos sectores autodenominados de izquierda, manipulación que se
refleja en sus panfletos y carteles de campaña en las elecciones del 2011 en el
que culpan de su muerte al gobierno en complicidad con las patotas enviadas por
Pedraza y haciendo alusión a la juventud sindical de los ´70 ligada con la
Triple A. Planteando el argumento de que el sindicalismo es sinónimo de
“patotas” y de “corrupción” estrechamente relacionada con un gobierno que no es
otra cosa más que la continuidad del menemismo. Esto nos señala la perversión
que esconde detrás del rostro de Mariano Ferreyra el Partido Obrero, quien
construye un mártir necesario para sus aspiraciones políticas y que este modo
logren depositarlo en el terreno de la opinión pública para ser visualizados
por posibles votantes. Como era de esperarse, el uso político de la muerte de
uno de sus militantes les vino como anillo al dedo para alcanzar sus
pretensiones electorales (que fueron del 2%) y atacar con mayor proyección
mediática al gobierno.
Mariano Ferreyra fue una
víctima -quizás tardía- de este modelo de sindicalismo arcaico propio del
neoliberalismo. Su barbarie residual se lo llevaría puesto, como la historia se
lleva puesto a muchos que anhelan un mundo más justo y solidario. Su muerte no
fue casualidad del destino. Su muerte había sido premeditada. Alguien tenía que
morir y así fue. ¿En quién pesa los costos políticos? En el gobierno, claro
está, pero ante la paradoja del “no reprimir” que se ve manchado por este
trágico episodio. La muerte de Mariano Ferreyra preocupó a Néstor Kirchner de
tal manera que afectaría su estado emocional debilitando su salud, lo que siete
días más tarde llevaría a su fallecimiento. Como dijo la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner en su discurso: “Mi
hijo siempre dijo que la bala que mató a Mariano Ferreyra rozó también el
corazón de su padre”.
En este cambio de época
el país demanda un nueva conducción sindical, acorde con el proyecto de
industrialización que se viene llevando a cabo, donde ciertos sectores se
consolidan en concomitancia con este proceso, como es la U.O.M. que dirige
Caló, lo que marca la tendencia en la conducción del movimiento obrero. Esto
implica ir borrando esa vieja tipología de dirigentes gremiales que nadaban
felizmente en las aguas del menemismo. El arroyo se les fue secando
significativamente y no les queda más recurso que patotear y disparar a
mansalva a los trabajadores y militantes, como lo definiera notablemente Berthold
Brecht: “No hay nada más parecido a un
fascista que un burgués asustado”.
“Justicia por Mariano
Ferreyra” es lo que pedimos todos. Por eso es menester que los culpables sean
duramente castigados. Su accionar no debe quedar entre las causas perdidas de
la justicia. Y debe sentar un precedente contemporáneo para los derechos
humanos. Los derechos humanos no son sólo una reivindicación del pasado, sino
una tarea incansable del presente.
(*) Ensayista.
Integrante del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo de Misiones y militante
del Movimiento Universitario Evita.
Comentarios