Por Gabriel Fernández *
Hagámonos cargo. Lo habrán escuchado varias veces, pero
nunca es suficiente. La debilidad estructural del Paraguay es , más de un siglo
después, herencia persistente de la invasión de la Triple Alianza ordenada por
Gran Bretaña y plasmada por la Argentina mitrista, Brasil y el Uruguay.
Esa debilidad, machacada durante décadas por la dictadura de
Alfredo Stroessner, ha derivado en un Estado tenue y penetrado por el peor
liberalismo conservador autoritario y en una economía magra, en la cual los
ejes son el latifundio, el comercio irregular, y algunos ingresos genuinos de
la producción de materias primas y la energía hidroeléctrica.
Por eso el arribo de Fernando Lugo al gobierno sorprendió,
quizás, más intensamente a los paraguayos que a los ciudadanos de los países
vecinos, alentados a considerar razonable que la nación guaranítica se sumara a
la oleada soberana continental.
Desde el origen mismo de la forja electoral que lo llevó a
la presidencia, el ex sacerdote cometió numerosos errores que, sin embargo,
merecen evaluarse a la luz de esa estrechez económico cultural que sacude
impiadosamente a su país.
Vale la precisión, porque culpar al legítimo mandatario
desplazado por haber dado pasos inducidos desde un entorno inhóspito, sería
personalizar traspiés sin tomar en cuenta el panorama en su conjunto y, de
paso, ignorar las responsabilidades históricas de los vecinos.
Pero los dislates existieron, claro. Don Arturo Jauretche ha
señalado que “de nada sirve hacerles caras lindas”. Y en el afán de contener la
variedad conservadora para llegar y perdurar, Lugo no avanzó sobre los dilemas
estructurales; eso le hubiera potenciado y fortalecido.
Así, se le recrimina el diálogo con las organizaciones
sociales (allí los opositores son tan “demócratas” como aquí), pero evitó
adoptar medidas en beneficio de un campesinado agobiado y en detrimento de
grandes propietarios ineficaces a la hora de construir riqueza nacional.
Así, se lo considera un izquierdista antimilitar, pero no
pudo/quiso evolucionar hacia un disciplinamiento de las Fuerzas Armadas que las
pusiera al servicio del Paraguay, e intentó dejar la solución de los
inenarrables problemas originados por las fuerzas de seguridad a las franjas
reaccionarias que controlan la cartera del Interior.
Es decir, entre otros puntos, Lugo ha padecido el rencor de
la brutal oligarquía paraguaya sin disponer pasos enérgicos que limen su
poderío ni otros que beneficien a su base esencial de sustentación. La ecuación
abrió un vacío a sus pies, encarnado por la destitución senatorial.
La reasignación de tierras con orientación agroindustrial,
el mejoramiento –inicialmente, por fuerza, asistencial- de los sectores más
damnificados, la reestructuración castrense y policial y el establecimiento de
una acción comunicacional adecuada, eran tareas imprescindibles para afirmar un
poder político originalmente lánguido.
Seamos arbitrarios con las comparaciones para alcanzar un
nivel parcial de ejemplificación: los gobiernos de Venezuela, Bolivia,
Argentina, se fortalecieron a partir de acciones dinámicas en beneficio de los
votantes más humildes aunque en muchos casos debieran hostigar zonas
concentradas de las economías locales.
En lugar de debilitarse, se fortalecieron. Porque pretender
avanzar a partir de concesiones, en lugar de generar un nuevo orden interno,
favorece la permanencia acechante del antiguo régimen. Esto es: Lugo, en sus
buenas intenciones y suaves acciones, se ha parecido más a Raúl Alfonsín que a
sus compañeros de la vecindad en el presente.
La región ha recibido un cachetazo. Detrás del golpismo
colorado están los Estados Unidos y aquellas franjas cuya riqueza se articula
al devenir externo y la miseria interna. Es de lamentar que el poder del
Unasur, vigoroso en otras situaciones, no haya podido hasta el momento
contribuir a revertir la algarada de un puñado de legisladores corrompidos.
Cabe esperar que la reunión sureña de la semana que viene
permita la adopción de medidas claras tendientes a restituir al legítimo
presidente del Paraguay; existen herramientas diplomáticas, pero también
comerciales, que pueden favorecer ese sendero.
Ahora bien: si el Unasur triunfa, más vale que el “nuevo”
Lugo ponga las barbas en remojo y observe aquella nítida expresión de José
Gervasio Artigas, oriental que supo habitar aquellos lares en el tramo final de
su vida:
“La energía es el recurso de las almas grandes. No hay un
sólo golpe de energía que no sea marcado con un laurel. ¡Qué gloria no habéis
adquirido ostentando esa virtud! Orientales: visitad las cenizas de nuestros
conciudadanos. ¡Que ellos, desde lo hondo de sus sepulcros, no nos amenacen con
la vergüenza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!”.
En la década reciente, las puertas del tiempo se han
abierto. Empero, la presión para volver a cerrarlas es insistente. Ya vemos, en
América latina, que los descuidos pueden ser letales. Y que mientras mejor,
mejor.
*Director La Señal Medios
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