UNA TENUE VELITA

*Por Natalia Jaureguizahar 

A veces sentimos que no alcanzó tu paso tan fugaz para dar vuelta las viejas estructuras que aún hoy nos oprimen, pero dejaste marcado el camino, fuiste madre, esposa, amante y la eterna protectora de tus descamisados, que todavía hoy lloramos tu pronta partida.

Fuiste Compañera, en el real significado de la palabra: “comer del mismo pan”, el que llegaba con dignidad a la mesa de los trabajadores, el mismo pan que no les iba a faltar nunca más a un solo niño, porque serían por siempre tus únicos privilegiados.

Nunca dejaré de sorprenderme, al observar como las frágiles líneas de tu silueta, pudieron cargar el peso de la lucha que libraste por todos nosotros, convirtiéndote en un emblema de fortaleza, a la vez que parecías tan delicada y frágil.

Arremetiendo contra la injusticia, nos diste el derecho al voto femenino, hospitales, escuelas, casas para ancianos y madres solteras, hogares de tránsito y tantas cosas más, que parecen el resultado de siglos de trabajo, y fue el fruto de tu breve lucha, a la que no renunciaste ni un solo instante, a pesar que tu cuerpo ya te había abandonado a vos.

El dolor popular que dejó tu partida no nos abandonará nunca más, y alimentará eternamente una luz a tu recuerdo, cómo una tenue velita siempre encendida en el corazón de quienes no te dejaremos partir.

Ya no sos tuya, querida compañera, sos del pueblo que no olvida, del los grasitas que te siguen necesitando, de los chiquitos que no deben pasar frío o hambre en las calles, de los trabajadores que merecen un país cómo el que soñaste para todos, de los ancianos que merecen una vejez plena y descansada.

Seguís a nuestro lado, en la lucha de cada día, cuándo repetimos lo que nos dejaste por enseñanza: ser libres, sin sentir culpa…

Cuándo llegaste a este mundo, aquel lejano 7 de Mayo de 1919, tu madre decidió nombrarte Maria Eva, unió los nombres de dos mujeres que crearon la historia, pero vos hiciste “nuestra” historia y elegimos llamarte simplemente “Evita”.

Epidemia de dolor en la ciudad

Pocas frases son capaces de pintar tan bien una realidad de aquel día, cómo esta, que acabo de robar de una canción, de Joaquín Sabina, escrita para contar otras cosas, y que sin querer, me termina hablando de aquel 26 de Julio.

Tengo grabada en la mente la imagen de esa viejita, vestida de estricto luto, llorando desconsoladamente la muerte de Eva.

Incontenible, como lo son todos los sentimientos que nacen desde el alma, el llanto de esta mujer quedó inmortalizado en esa fotografía, como mudo testimonio del dolor de un pueblo.

Tal cómo sucediera después, con la muerte del General, el cielo mismo lloró durante días. Cómo si la lluvia intentara lavar el dolor de las calles.

Esa mujer, que había cobijado en sus brazos el dolor de todos, se iba para siempre, pero las mezquindades de las que estamos plagados los seres humanos se ensañarían particularmente con su memoria.

No se cual vejación habrá sido peor, si la sufrida por su cadáver, en manos del enemigo, tal vez pensando que desapareciendo su cuerpo borrarían del pueblo su memoria, o la que vino después, cuándo tomaron su nombre cómo bandera, para una causa que, ella jamás hubiera acompañado más bien habría combatido. Si Evita viviera, sería lo que fue, sólo peronista; sería la compañera del general, luchando codo a codo por la causa Nacional. No existe Evita sin Perón, ni Movimiento Evita separado del Peronismo.

No existen otras banderas que las de la Justicia Social, ni otro camino que el de la Revolución Nacional, que puedan ser sostenidas al invocarla. Todo lo demás, es un falaz intento del mismo enemigo infiltrado en versión marxista, usando la estrategia de vestirse con la piel del peronismo, para ocupar un espacio de poder que no podrían haber logrado nunca de otra manera.

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