*Por José Antonio Gómez Di Vincenzo
El acontecimiento, por duro que sea, promueve la reflexión, exige un pensar que se adentre en la densidad de lo ocurrido, en la complejidad y el cruce de circunstancias que llevaron al acontecimiento mismo. Del trágico accidente del Sarmiento en la cabecera Once, tras el éticamente obligatorio pero, a la vez solidario, acto de silencio, congoja y apoyo moral a los damnificados, emerge la necesidad de buscar respuestas.
Respuestas que expliquen algo más que el acontecimiento mismo. No sólo el acontecimiento es relevante. Toda tragedia producto de fallas en medios tecnológicos como hecho evitable exige explicaciones técnicas, científicas. Desde una racionalidad instrumental puede exigírselas para “mejorar las prestaciones del servicio y que la cosa no vuelva a pasar”. Así operan, por ejemplo, los organismos públicos o privados que tienen a su cargo la investigación de accidentes aéreos. Se reclama una explicación que cierre o clausure la incógnita, que responda al qué pasó. Y cuando ella se hace presente, se puede enterrar la cuestión. Todo seguirá funcionando y lo hará aún mejor que antes, más eficientemente. Y gracias a los muertos en accidentes que pagaron con su vida (por eso están bien muertos) el desarrollo tecnológico, hoy sabemos más y tenemos una tecnología aeronáutica - o la que fuere- más segura.
No es este el caso. No quiere quien escribe que lo sea. Si fue el freno o no, si hubo fatiga de material o no, pueden ser factores que expliquen el hecho, por qué ocurrió lo que ocurrió pero esta lógica no permitirá una cabal comprensión de cómo llegamos a este punto en que el sistema de transporte no da para más. El acontecimiento cobra un sentido especial en la coyuntura, actúa como la punta de un iceberg, una señal que remite a toda una serie de cuestiones relacionadas con lo paupérrimo del servicio, con ciertas dinámicas y tensiones propias de los intereses encontrados, a la política y la economía. El acontecimiento podrá tener un por qué. Pero por relevante que pueda ser en tanto acontecimiento lo que debe interesar aquí es eso que queda oculto tras los hechos. Me refiero a una compleja trama de acuerdos, contratos, negociados, políticas, acciones y prácticas concretas mediante las cuales, se ha pretendido sistematizar la prestación del servicio. Un conjunto de significados y acciones que dejan entrever a las claras que no alcanza con formular grandes anuncios desde lo macro para lograr plasmar los cambios estructurales a nivel micro, allí donde mejora o se torna insoportable la vida concreta del ciudadano. En principio, queda en evidencia que a pesar de todo, en ciertos ámbitos las cosas no están cambiando, que no sólo falta sino que en cierta medida es necesario revisar críticamente ciertas cuestiones.
La herencia de los 90, la privatizaciones, ese pus que drena cada tanto, cuando ocurren estas desgracias, pero que estuvo empobreciendo a la sociedad desde las entrañas, al instalar lógicas de acción de corte neoliberal a nivel institucional tanto en el sector privado, como también (y esto es lo más grave) en el sector público, exige en quienes tienen hoy el rol de representar los intereses de todos un ejercicio tremendo inteligencia y estrategia para torcerle el brazo a las circunstancias. Pero sobre todo demanda una acción concreta y ya que exceda el plano discursivo y golpee en lo concreto más que sólo en el imaginario popular.
Es sabido (y lo es desde mucho antes de la catástrofe del miércoles) que la cosa no da para más. Es menester explicar entonces por qué no se han tomado cartas en el asunto, por qué se actúa tan sólo como el gerente que sale a vender espejitos de colores, como el idiota que busca justificar lo injustificable. Porque si bien es cierto que lo esencial en primera instancia era hacer que los trabajadores puedan dirigirse a bajo costo a sus lugares de trabajo (muchos recientemente creados por el resurgimiento de la economía en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner) y para eso se implementaron los subsidios, la verdad es que no se avanzó en los cambios estructurales que son necesarios y ni siquiera se planteó un debate en serio a pesar de las permanentes alertas que llegaban desde distintos organismos públicos y los gremios. Se deja así la oportunidad de sacar tajada de los hechos a los carroñeros patanes, se deja la oportunidad de denunciar en manos de ciertos bocones mediáticos, que con el objeto de convencer que todos los males de la Argentina se solucionan solamente estatizando el ferrocarril, inundan la escena mediática con una ráfaga de pamplinas y paparruchadas con escaso sustento empírico y lógico.
Este gobierno ha cosechado una cantidad de votos en las urnas no sólo por lo que dijo sino más bien, por lo que pudo traducir en hechos. Para los trabajadores que viajaban en los vagones del tren siniestrado (y sí, en el tren viajan los laburantes, obreros o comerciantes, administrativos, amas de casa, estudiantes o educadores, etc. etc.), la Argentina no era, ni es la del 2001. Negar las transformaciones operadas en el período K sería necio. Este escriba sabe que para explotar posiciones negadoras de todo - y sobre todo negadoras de la política- hacen fila en el casting de los multimedios los denunciadores compulsivos de siempre, los delirantes adalides de revoluciones etéreas, los pastores de los pueblos vendedores de estampitas, etc. Sin embargo, se amarga porque ciertos logros no se han traducido aún en mejoras concretas en puntos prioritarios como es, en particular, el caso del transporte público pero podría ser también, el del sistema de salud y la educación.
Quien escribe lejos de adherir a las miradas conspirativas, a años luz de pensar que lo que tenemos es sólo la presencia lamentable de otro exponente patéticamente egoísta de la burguesía nacional, un capitalista entre otros preocupado sólo por incrementar sus ganancias a costilla de los trabajadores. Quien escribe renuente a toda explicación mecanicista y reduccionista de los hechos, tiene a pensar que más que nada lo que hay aquí es una muestra de lo compleja que es la cosa, que no alcanza con cambiar el balance de poder otorgando más fuerza a los trabajadores sino que deben modificarse ciertas formas de pensar y actuar en el mundo para que las políticas transformadoras puedan plasmarse en cambios concretos. Las maravillas con las que se vendía en los 90 la gestión privada de los servicios públicos se hizo añicos en más de una triste tragedia ferroviaria. Pero del atolladero se sale saldando cuestiones en un profundo debate y mediante la profundización de políticas que procuren materializa en lo concreto beneficios para la gente. Y para eso hay que discutir otra forma de pensar y actuar en democracia.
En primer lugar, en concreto, hay que debatir la pertinencia de la gestión privada de la cosa pública. Si los ferrocarriles deben ser del Estado o privados, en definitiva si queremos que sean públicos o privados. O si todo el transporte debe ser público o sólo una parte. Si debe el Estado manejarse con concesiones. Quién o quiénes deben controlar qué. Qué es posible hacer hoy desde el punto de vista económico. Quiénes deben gestionar el servicio: trabajadores, empresarios, funcionarios públicos, una mixtura.
Pero en un nivel mayor de abstracción, debe repensarse la política en general y la de transporte en particular desde lo macro, desde lo micro, cuestionando lógicas de gestión ligadas a tradiciones liberales y racionalidades que tienen su origen en las filosofías de la ilustración, cambiando el eje del asunto, buscando pensar y hacer otra política de transporte que involucre en la toma de decisión a los trabajadores y a los conjuntos sociales destinatarios de esas prácticas, todos fortalecidos por el gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos. Hay que debatir una política de transporte sin soluciones a priori, hay que ir construyendo el camino mientras se anda. Pero hay que empezar a recorrerlo ya, no hay excusas, ni tiempo que esperar. Mientras tanto y durante, resistir, accionar para cambiar mentalidades. Debe priorizarse la acción al plan. Para no tener otra vez una nueva comisión u organismo que lo único que logra es posicionar gente para obtener algún rédito y nada más.
Quien esto escribe no tiene todas las respuestas sobre estas y otras cuestiones en particular. Desconoce, no domina ciertos saberes. Sólo cree que se debe comenzar inmediatamente a debatir la cuestión y que en la mesa de debate deben encontrarse sentados distintos actores pero sobre todo, quienes dominan el tema, trabajadores y usuarios. Sin embargo, de algo está seguro y convencido de que la cosa como está, no da para más, y que el gobierno debe dar señales concretas que excedan lo discursivo en lo inmediato de que se abre una instancia de cambio y que deben rodar algunas cabezas de actores que o bien pretendieron justificar lo injustificable o tiraron la pelota afuera.
Tal vez muchos de los que murieron o resultaron heridos en la tragedia de Once votaron por el partido que está gobernando. Seguramente no lo hicieron por TBA. Tal vez muchos acompañaron porque reconocieron los logros que el gobierno concretó en el período anterior, porque notaron que la política que busca el bienestar general por sobre los intereses privados se impuso por sobre las lógicas provenientes de la economía, el tongo, la rosca y el negociado. No se puede mirar para otro lado, ya no se puede estafar a un pueblo, a una militancia que exige profundizar la propuesta e ir hacia un horizonte de igualdad social. Y si cabe rescatar algo de este triste suceso es el hecho de que todo parece indicar que aún dentro mismo del movimiento nacional y popular, el kirchnerismo, en ciertos sectores las bases está bien viva la crítica y la presión para que la cosa siga cambiando, para que se pueda hacer realidad la igualdad que es la única forma de lograr la justicia social.
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