*Por José Antonio Gómez
Di Vincenzo
A pesar de que la
historia evolutiva tiende a la complejidad es preciso siempre tener en cuenta
que por un carril paralelo transita sigilosamente el azar. Acechante obliga a
los justos a tener precaución, a medir siempre las consecuencias de los actos,
a mirar atrás para ir hacia adelante, a ponderar el contexto, para ajustar la
lucha, si lo que se quiere es progresar, estar mejor que antes.
En la fauna salvaje, quienes
cuentan con ventajas, sobreviven y dejan descendencia. Otros, menos
afortunados, perecen. La caída de un meteorito (necesariamente tiene que ser un
objeto más contundente que un satélite yanqui obsoleto) puede aniquilar un gran
porcentaje de especies. Los bichos y las plantas no piensan, no tienen
conciencia, no se proyectan hacia el mundo, son pura naturaleza. Otros más
afortunados pueden hacer historia, pueden leer el mundo y transformarlo. Les
dicen injustamente hombres porque también son mujeres. Hombres y mujeres hacen
cosas para mejorar sus condiciones de vida. Y eso que hacen lo hacen en
sociedad. Se piensa y se hace, se piensa para hacer, pensando se hace. Praxis y
política, dos maravillosas actividades del hombre y de la mujer.
En el reino de la
política, hoy, ya nos son los vivos quienes se salvan. Afortunadamente algo
cambió. Y el cambio vino a surgir como una eclosión dialéctica entre los
significados que provenían de incipientes prácticas discursivas transformadoras
emanadas desde la conducción y su resonancia en una juventud que vibraba al
ritmo del “con la política vamos a transformar las cosas”. Muchos hombres y
mujeres oyen el cambio. Otros tantos, sonámbulos, zombies, se arrastran
sugiriendo mediante la repetición de ese autóctono mantra que dice “vienen por
más”, que la democracia está en peligro, etc.
En rigor, ese latiguillo
o mantra está vacío de contenido concreto, es una fantasmagoría, un espectro
creado por quienes temen quedarse sin… ¿Laburo? Es un invento desesperado que
pretende instalar al fabulador en el lugar del defensor del derecho y la
libertad. Presos de su propia inoperancia, de su probada incapacidad por
generar propuestas con adhesión, estas alimañas viajan descarriadas por la
historia sin darse cuenta que en un carril paralelo, los cambios asechan,
obligan a leer y comprender para dónde va la cosa y a jugar dialectalmente con
el devenir, para marcar rumbos. Tras estos disfraces de alimañas se esconden
sujetos de poca monta, actores del individualismo amarrete que antes de tejer
un discurso transformador desde una opción distinta a la que expresa el
gobierno prefieren agitar fantasmas para salvarse.
Sutil pero
extraordinariamente abismal es la diferencia que existe entre ese mantra repetido
por cucarachas y algunas ratas y ese que comienza a ser el slogan de una
juventud comprometida que machaca: “con la política vamos a transformar el
mundo”. Uno podría preguntar: ¿Por qué cosas más vienen los que creen en que
con la política se puede cambiar el mundo? La mala noticia para la cucaracha,
la rata y la lagartija cae como un martillo. Porque ese “vienen por más” se
comienza a llenar de un contenido ya no espectral sino concreto. Los que vienen
por más, vienen por todo, por todo un mundo injusto que debe transformarse, un
mundo donde las alimañas ocupan un lugar poco importante.
Las alimañas son varias.
Estudiémoslas…
Las cucarachas sólo
salen a la luz en la oscuridad. Cuando la luz ilumina la historia se esconden y
buscan convencer a otras alimañas de que por ahora, nada puede hacerse, que como
no hay oposición hay que dejar que todo fluya para que el gobierno se caiga por
sus propias contradicciones. Un juicio en el que subyace un desprecio por la
capacidad intelectual de quienes siguen y apoyan las políticas oficialistas y
tienen claro que la oposición al proyecto del gobierno no se encarna en unos
cuantos títeres, en una colección de cucarachas, ratas y lagartijas sino que dicho
poder está tras bambalinas, moviendo los hilos de las titiritezcas alimañas y
tiene nombre y apellido.
Por su parte, las ratas
andan a hurtadillas, buscando al menos quedarse con un trocito de queso.
Plantean que hay que hacer fuerte la oposición en el congreso. ¡Una cantidad de
votos por favor! Llanto, lamento que ahora busca reactualizarse para al menos
ir a ocupar un lugar en el espacio del Congreso Nacional. Las ratitas enarbolan
latiguillos republicanos de poca monta, adjudicándose el rol de defensoras de
la democracia sin ver que no existe nada más puro que la voluntad popular de
elegir con el voto popular que las ratas inmundas se guarden de decir
estupideces y procuren pasar una temporada reflexionando en sus respectivas
alcantarillas.
En el zoológico político
local tenemos también a las siempre escurridizas lagartijas. Estas infatigables
lobistas se encuentran siempre propensas a jugar a favor de los intereses
foráneos, a seducir y dejarse llevar por el capital y la cultura extranjera que
por luchar por la independencia. Las lagartijas vienen sobreviviendo en su
nicho ecológico desde los albores de la nación. Siempre están. Hoy juegan a
favor de los intereses de quienes por su propio derrumbe buscan salvarse
tramando un nuevo saqueo a países como el nuestro. Una rareza poco frecuente en
el reino animal las distingue. Les cortás la cola y vuelve a crecer.
Por último están las
urracas. Estas infatigables parlanchinas, no conformes por haber recibido de la
madre naturaleza el don del habla, siempre se muestran frustradas por el hecho
de que tan maravilloso don no fue acompañado por la inteligencia. Las urracas,
en fin, no paran de hablar. Y hablan como cucarachas, como ratas y como
lagartijas siempre tramando algo, siempre mintiendo.
Muchas alimañas, muchas
características, un fin común: sobrevivir. Quienes cuenten con ventajas
sobrevivirán y dejarán descendencia. Otros menos afortunados, perecerán. En el
mundo de los hombres, la inteligencia es un plus no menor. Permite leer que
pasa en el carril de la historia, operar en la contingencia. Cuando el político
no toma el toro por las astas, cuando el pueblo no quiere ver, el mundo puede convertirse
en el palacio de las cucarachas, ratas y lagartijas. Y lamentablemente para
estas alimañas no existe príncipe azul. No hay beso que las convierta en
princesas. Siempre serán cucarachas, ratas y lagartijas. Podremos haber caído
en la trampa una vez, pudimos creer que una rata era un príncipe. Ya no… Algo
cambió al ritmo del “creemos que con la política podemos transformar el mundo”.
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