¿NEGACIÓN DE LA POLÍTICA O POLÍTICA DE LA NEGACIÓN?



*Por José Antonio Gómez Di Vincenzo



El resultado electoral en la primera vuelta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, junto con el guarismo alcanzado por el cómico Del Sel en Santa Fe, constituyeron una sacudida en el avispero, una patada en los testículos y ovarios para los militantes de la causa nacional y popular, un breve cimbronazo elevado a la condición de tsunami por una corporación mediática que todo el tiempo, busca enterradores para el oficialismo, poniendo a su disposición las palas y los picos bien pulidos para el trabajo pero sin encontrar ni poder ocupar aún, un terreno firme donde hacer el pozo. A tientas andan por allí, hurgando por dónde entrarle a un gobierno que discursivamente arrasa pletórico de argumentos para sostener sus políticas, que cuenta con instrumentos densos que no sólo se afianzan en la lucha contracultural sino también, promueven las transformaciones estructurales que los nostálgicos y paralizados voceros de la izquierda decimonónica reclaman. En el costado derechoso del espectro, cualquier lacayo puede constituirse de la noche a la mañana en paladín de la causa de derecha. Cualquiera, porque de lo que se trata es de ocupar un espacio en el fantástico mundo de los medios, en el incorruptible mundo de la imagen, un mundo de novela, del culebrón, un antro en el que el sodero puede convertirse en amante o en estadista, siempre y cuando, el vacío de contenido argumental, político, ético, contribuya a la reproducción de lo dado.

Como sea, una serie de análisis comenzaron a circular por los medios para dar cuenta de este fenómeno, el de la capacidad de colectar votos, propia de sujetos Pro como Macri y Del Sel. Se dice que ambos representan una negación de la política, un vaciamiento de contenido, liviandad, etc. Este epistemólogo devenido periodista de opinión (con el perdón de los grandes del ramo) cree que antes de continuar es necesario parar un poco la pelota y analizar en qué sentido puede decirse que lo que tenemos es una negación o anulación de la política o más bien, si es posible sostener tal argumento. En sí, porque me parece que la cosa no es tan así. Más bien, pienso que lo que hay es una forma diferente de comunicarse con el ciudadano, una nueva manera de hacer política, una política de la negación que es propia de la derecha tras la irrupción y el peso que en los mecanismos de construcción de afinidades políticas tienen los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información.

La política no es una categoría muerta en los manuales o diccionarios, una entidad fantástica volando en una nube de gas, ni una fantasmagoría ahistórica. Se llena de contenido, se determina, cruzada por diferentes significados y condicionamientos estructurales. La política es algo que se hace, algo que los hombres hacen. En algunos casos, para transformar, impugnar, revolucionar. En otros, para que todo quede como está. Mal que nos pese, esa supuesta no política de los paladines Pro, es una política que procura reproducir, en el plano de lo concreto, el programa del neoliberalismo, remozado, según los requerimientos de una economía europea y estadounidense que pide a gritos, volver a los esquemas de intercambio que asegurarían sangre vivificadora para la manutención de un capitalismo anclado en el consumo.

Veamos, a continuación, qué es lo que la política de la negación está precisamente negando y qué está afirmando.

Suele pensarse que categorías como construcción de contrahegemonía, lucha contracultural, utilización de los elementos simbólicos para la transformación de lo concreto, etc., son herramientas patentadas y empleadas por una izquierda gramsciana idealista, subjetivista, ilusionada, obnubilada, ingenua, en el mejor de los casos; funcional a la derecha, en el peor. Pues bien, más allá de que a ningún gramsciano serio se le escapa que todo eso de la lucha contrahegemónica en el nivel del sentido común apelando a lo simbólico no tiene sentido si no es para promover cambios estructurales y que la praxis, justamente, además de condicionantes materiales, pondera transformaciones en el plano de lo concreto; más allá de eso, digo, la mala noticia es que la derecha hace lo que, desde la estrategia gramsciana se propugna, y utiliza sus herramientas de mejor manera y más eficazmente que la izquierda. Y mientras desde algunos espacios proclives a repetir el rosario de consignas manifestadas hace ya más de un siglo se presenta la lucha que se está dando en el nivel de lo simbólico, haciendo de sus defensores en el plano intelectual hombres de paja, la derecha avanza empleando en buena medida esos medios para instalar sujetos vacíos funcionales a sus políticas. Porque con globos multicolores, la fiesta, el afterhour, la risotada idiota, el baile zombi con la música a todo lo que da, esa música que silencia los pensamientos, el Pro instala en la tarima del político un discurso que reproduce el más hondo sentir de la masa de individuos etéreos, unidimensionales, esos consumidores sedientos de imágenes vacías de contenido que son los hombres individualistas, cuyas subjetividades son alimentadas por un capitalismo que necesita manadas de hombres vacios. Claro, todo es más fácil porque la estructura del sistema juega a favor de la derecha. Ese ser al que la derecha seduce con promesas doradas es, en realidad, un ser no interpelado. El pastor de la derecha ya tiene su rebaño bien criado y domesticado. De allí, que no necesite interpelar, que no necesite construir un discurso denso y pletórico de contenido anclado en una lógica en la que el para qué, el cómo, el por qué y el para quiénes, son ejes fundamentales y nacen de la necesidad de transformar lo dado.

Así, la derecha niega al sujeto dos veces. Lo niega materialmente, impidiendo su libertad, coartando su capacidad transformadora de lo dado mediante un modo de producción que reproduce, en lo concreto, la miseria intelectual y física de quienes no tienen los medios. Haciéndolo, lo niega también simbólicamente, porque todo manifiesto, toda interpelación al desposeído en pos de la lucha cae en saco roto, dado que dicho sujeto es incapaz de captar, sintonizar y comprender el discurso de la transformación, al menos en primera instancia. Por eso, para un programa revolucionario, el derrotero es sinuoso, complejo, lento, denso, como nadar en dulce de leche. Porque tiene que luchar en dos frentes: material y simbólico. Debe interpelar, cambiar subjetividades, tiene que operar en el nivel de la solidaridad, de la concientización, debe educar en la libertad respetando a cada individuo, y debe romper el balance de poder con transformaciones estructurales. Así quedan expuestos dos modos distintos de hacer política, el de la negación propia de la derecha actual y el de la transformación propia de algunos sectores de la izquierda autóctona y del justicialismo.

Deben tenerse, pues, ciertos recaudos al evaluar la acción de la derecha como no política. A nivel simbólico, eso puede querer decir que sólo hay una política, la de la izquierda, subestimando al adversario. Desde Reagan (el actor de western) hasta la fatal Margaret Thatcher, la derecha muestra su capacidad de instalar sus ideas tornándolas hegemónicas de la mano de algunos intelectuales orgánicos como por ejemplo Milton Friedman o Von Hayek. Dicho sea de paso, estos hombrecitos venían tratando de imponer sus tesis neoliberales desde la década del 30, época del auge del keynesianismo. Un fantástico ejemplo de lucha en el plano de las ideas por transformar la economía concreta.

No es liviana, densa, vacía la política de la derecha. Es más bien espesa, contundente, vaciadora de mentes, un buen constructo que hace honor a “la clase más revolucionaria de la historia”, esa que todo el tiempo está actualizando el modo de reproducción de las relaciones sociales que les son funcionales a los poderosos. Una política densa que apela a un discurso liviano. Es en ese nivel, en el de lo discursivo, donde debe buscarse y comprobarse la liviandad y superficialidad, no en el monstruo que se esconde tras el velo de globos de colores. A tal discurso debe contraponerse el de la profundidad, el de lejanos alcances, el de las utopías, el que procura deconstruir para edificar, desmitificar para elaborar nuevas realidades; un relato provocativo, humilde, insistente, acompañado de las transformaciones que permitan torcerle el brazo a los poderosos.

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