DE LA DISCORDIA A LA GUERRA

“El ejercicio de la guerra no debe perseguirse con el fin de esclavizar a otros, sino en primer lugar para no ser esclavizados por otros y en segundo lugar para procurar la hegemonía por el bien de los gobernados”

                                                                                                 (Aristóteles, 1989:140)


 (*) JORGE RACHID            


Desde el fondo de los tiempos el poder ha intentado presentarse como erudito y sabio, repartiendo máximas y consignas sobre “el deber ser” –intentado ocultar “el ser”– complemento indispensable del supuesto “saber”. Para ello se remite a los griegos en un apuntalamiento frívolo de la supuesta herencia “occidental y cristiana” que tanto dolor y sometimiento le costó al mundo, al imponer por la fuerza el poder de su concepción cultural eminentemente materialista e individualista. Justo lo contrario a lo irradiado por el pensamiento de Platón y Aristóteles, es el que usan los dueños del poder, quienes no dudan en recurrir desde pliegues de su pensamiento antes que a una comprensión cabal de una descripción del mundo, de la vida y de los hombres que hicieron estos filósofos, que en definitiva permitió ir escalonando pensadores en la historia de los siglos posteriores,  capaces de encontrar respuestas desde su tiempo a las demandas de los pueblos.
Como no pretendo ni asumo poder desarrollar una discusión filosófica, transitaré el terreno más llano de la política, donde el conflicto define la ubicación del poder. Conflicto en general no asumido por el poder económico concentrado pese a provocarlo, siempre escondido detrás de los largos parámetros del “deber ser” políticamente correcto, siempre por supuesto para los demás. Sin embargo desde Platón y Aristóteles pasando por Maquiavelo, Spinoza, Hegel, Hobes y podemos seguir por Marx, Foucault, Sartre, olvidando sin dudas innumerables pensadores que plantearon la necesidad de definir los términos de la lucha por el poder en términos de confrontación y de guerra. En definitiva, eso es la política.
Platón en la República plantea que la comunidad y el alma del individuo son constituyentes de un sistema en tensión, tema que retoma en el Estado definiendo ambos o sea al Estado y al hombre con una concepción orgánica, sistémica, que necesita diferenciar sus métodos de lucha. El término guerra lo ubica en los bárbaros, es decir todos aquellos pueblos cuya cultura era diferente al de las “polis”, ciudades y territorios griegos que constituían el Estado. Con las polis griegas no había guerras, existía la discordia, porque se trataba de dirimir conflictos dentro del sistema de pertenencia cultural y de destino común. Los bárbaros venían a esclavizar; en la discordia se trataba de conflictos de intereses entre compatriotas. Con unos la guerra, con otros la batalla política y de las armas de ser necesario, pero en un contexto diferente al que se empleaba con el enemigo externo.
Perón, estupendo lector de los griegos, definió en alguna época de su mandato “al adversario puentes de plata, al enemigo ni justicia”. Sin dudas referido a los términos de discordia y guerra definidos por  Platón, convocaba a una correcta identificación de cada jugador en el mapa político, de manera tal de no equivocar la estrategia. Con el adversario se puede y se debe construir un destino, con el enemigo no. El enemigo, siempre representando los intereses externos, imperiales o de terceros, que nunca en la propia historia griega ni siquiera la oligarquía representaba, como ocurre en nuestros días, con verdaderos mayordomos de intereses ajenos. No hay más que detenerse en la comunicación tanto gráfica como electrónica de quienes tienen sus ideas fundadas en copias desgastadas de otros países, que pretenden imitar o servir.
De ahí que al definir desde los griegos la unidad sistémica del Estado, nos dicen y lo corroboramos nosotros hoy, que la fragmentación es una verdadera enfermedad que lleva a la diáspora social y a la discordia.
Fragmentación –como todos sabemos– producida por años de neoliberalismo cultural y económico que en nombre de la globalización arrasó los sueños de generaciones de argentinos.
Aristóteles avanza más en el concepto de la guerra preocupado por la gobernabilidad, plantea la necesidad de forjar una clase media que sirva de estabilización entre la pugna que se desarrolla entre ricos y pobres, ya que no puede encararse una guerra externa con un pueblo dividido en la discordia, descripta por Platón, su maestro.
Esta reafirmación de conceptos se sustenta en la necesaria pausa del pensamiento que debemos darnos en el marco electoral próximo, que posiciona candidatos y desplaza ideas, que dispara misiles de marketing antes que profundizar propuestas, que en función de ocupar espacios de poder se olvidan los procesos inmediatos anteriores que hoy nos permiten que los argentinos estemos en una situación de poder reafirmar la democracia y avanzar  para hacerla más participativa y popular. Es decir, democratizar el poder con participación activa del pueblo. Pueblo que intenta ser sacralizado en “multitud” por los cientistas sociales que aconsejan candidatos, de la misma forma que venden gaseosas o autos. Hay “clientes” que esperan un mensaje, no hombres y mujeres con pensamiento propio que están construyendo un nuevo paradigma social y  recuperar la solidaridad como eje de construcción política.
Es impensable e indigno, que en nombre del fortalecimiento de las instituciones algunos candidatos corran a las embajadas solicitando ayuda, otros que tomen la represión y el orden como elementos centrales de la constitución del Estado nacional sin mencionar que es para mantener los negocios y los privilegios de grupos concentrados de poder, que en nombre de la libertad y la democracia –como antes contra Rosas– había argentinos en los barcos ingleses y franceses contra Yrigoyen inaugurando los golpes de estado producidos por militares para las oligarquías del momento; contra Perón bombardeando Plaza de Mayo y fusilando camaradas con el visto bueno de EE.UU. e Inglaterra que brindaron públicamente por ello.
Proscripción tortura, muerte, desapariciones, persecuciones, exilios, genocidios sociales, cárceles produjeron quienes hoy definen “la crispación” como forma incorrecta de gobernar. Una verdadera hipocresía.
En especial una hipocresía para quienes desde hace tiempo –y acelerados por los tiempos electorales– son capaces de promover todos los conflictos necesarios para desgastar al gobierno nacional. No es una visión conspirativa de la historia; es un reconocimiento de la lucha política y donde se da la batalla, que niegan quienes la promueven, pero que será cotidiana a lo largo del año, recurriendo a todas las herramientas que han manejado hasta ahora, desde marcar la agenda con inseguridad, corrupción, aislamiento internacional, conflicto social, hambre, pobreza, indigencia, baja inversión, mano dura, confrontación de leyes como la de medios y del Banco Central, corridas bancarias, falta de mercado, cercenamiento de las libertades, intentos de represión, tráfico de drogas y todo aquello que corra los ejes de construcción política y realizaciones que el gobierno ha realizado para poner en marcha el país en los últimos 7 años.
Debemos asumir esa batalla porque se define el modelo social de los próximos años y hay intereses contrarios a la prosecución de la expansión del empleo, la recuperación de las leyes laborales, los derechos de los trabajadores, la integración latinoamericana, el ejercicio pleno de los derechos humanos con su cuota de memoria, verdad y justicia; la derogación de leyes de la dictadura, la búsqueda de nuestros hijos, sobrinos y nietos apropiados y todas aquellas realizaciones que sirvieron para recuperar soberanía política, ir construyendo independencia económica y soñar con una sociedad con justicia social.
Luchar políticamente con la verdad es crispación, sin dudas, porque se necesita enfrentar poderosos intereses que han prevalecido en el país por décadas,   planteando que se debe gobernar sin crispación porque no están dispuestos a enfrentar a nadie, ni de adentro ni de afuera y ya sabemos cómo termina.
Hoy está en marcha una nueva cultura política, diferente a todo lo que conocemos en la historia de los últimos 70 años. Diferente porque los protagonistas son producto de otro tiempo cultural, que se forjó y desarrolló con los parámetros del neoliberalismo, verdadero tumor que invadió nuestro país. Estos actores de hoy –las nuevas generaciones– han reconstruido los sueños por una sociedad más justa, más allá de contradicciones y errores,  vislumbrado y reencauzando el camino.
Apuntalar estos nuevos escenarios es el máximo aporte que podemos dar quienes desde siempre en la militancia y en el compromiso estuvimos presentes. La siembra sin esperar cosechas –desde la humildad y sin rencor–, desplegar la experiencia para acompañar esta construcción colectiva del pueblo, recuperando la memoria histórica y construyendo nuevamente su destino, es propio de una militancia peronista plena en la reconstrucción del movimiento nacional.

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