NO ME OLVIDO ...MAMA


(*) ANAHI FERNANDEZ 

Del día de la madre, las patas en la fuente, la infancia y la dignidad: NO HAY NI HABRÁ OLVIDO

Mi mamá, hija de un luchador anarcosindicalista del puerto de Rosario fue bordadora en un taller en el que trabajaba horas interminables bajo una luz mortecina, en un galpón insalubre donde las costureras dejaban sus pulmones me contaba con su cara iluminada por los recuerdos lo que había significado recuperar la dignidad cuando desde la Secretaría de Trabajo y Previsión una inspección cambió su vida.

Y me contó más de una vez cómo aquel viejo anarquista, aferrado a costumbres tradicionales cerradas en cuanto a la mujer y visceralmente antiperonista le había “dado permiso” para asistir a un acto en las barrancas del río Paraná donde iba a hablar un teniente coronel. Y la fiesta de ir a ese acto en un camión con otros trabajadores, envueltos en una bandera argentina, con la alegría de saberse parados sobre sus pies, embriagados por la sensación de estrenar un espacio hasta entonces negado, aquél por el que su padre había luchado incansablemente, día tras día.

Recuerdo a mi vieja en mi infancia cuando al alba, con los ruleros –de metal- atados y tapados por un turbante, en batón y con unas chinelas rojas de plástico baldeaba un pasillo de mosaicos colocados como rombos con cuadraditos negros en las puntas y el patio de aquel departamento con puerta de metal que se cerraba con una llave simple y grande sólo cuando salíamos.

En ese patio había un juego de sillones y una mesita redonda de mimbre que se usaban en las tardecitas de verano para tomar el clásico vermút. Alegrando el lugar muchas macetas de barro que mi mamá pintaba con esmalte Alba de color rojo brillante con plantas: lazos de amor, alegría de la casa, rayitos de sol y algunas otras que no recuerdo tan bien. Entre ellas había una que era objeto de cuidados especiales, una plantita con flores pequeñas y arracimadas de un celeste violáceo a la que mi mamá le dedicaba más tiempo y afecto.
Tiempo después supe que esas florcitas eran nomeolvides y muchos años después entendí el por qué de esa dedicación silenciosa.
Mamá, 1946
Se llamaba Leonor pero para todos era "la Cota"

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