TIEMPOS RELAMPAGUEANTES Y RELATOS MONOCORDES



  (*) Por Ricardo Forster

Tiempos relampagueantes que nos toman desprevenidos y nos ofrecen el raro espectáculo de acontecimientos inesperados que vienen a perturbar la supuestamente normal y lineal marcha de la realidad. Extrañas vicisitudes que ponen al descubierto que, como lo sabe desde siempre el arte y la literatura y lo han intuido la filosofía y la ciencia, hay varios tiempos en el interior del tiempo, como si la interioridad y la exterioridad, el antes y el después, el ahora y el mañana, el instante y la eternidad, la actualidad del ayer y la anacronía del hoy se conjugaran para darle forma a un insólito calidoscopio en el que se entremezclan las más variadas experiencias de la temporalidad. El espectáculo de días imprevistos que nos devuelven a vivencias lejanas se yuxtapone con las diversas formas del olvido que suelen arremolinarse en el presente que se quiere eterno e inagotable. Pero también la evidencia de una ruptura en el interior de la sucesión lineal y homogénea de lo que supuestamente es el tiempo acumulativo de la política o de la historia entendida como progreso. Crispaciones y desmembramientos que vienen a deslegitimar la idea, dominante y aceptada, de una evolución que se despliega de acuerdo a una cierta racionalidad determinada por los triunfadores de ayer y de hoy. Tiempo, también, del acontecimiento disruptivo que hace añicos lo establecido reconfigurando la escena del presente y quebrando en mil pedazos las certezas y los dogmatismos de aquellos que se creen dueños de las claves para descifrar la marcha necesaria de la historia. Enigma y sorpresa se enlazan con la espera y lo deseado recreando una percepción de la realidad que la vuelve más profunda e intensa.

Siguiendo estas reflexiones algo metafísicas sobre el tiempo y sus variaciones podemos intentar analizar qué le ha ocurrido a la temporalidad argentina en estos últimos días atravesados por el vértigo y por la sorpresa. Porque, y esto es importante señalarlo, el tiempo, en especial el histórico-político, se organiza de acuerdo a los diversos relatos que pugnan por imponer sus propias interpretaciones haciéndolas pasar por las verdaderas y lanzando a las otras a las arenas del olvido. Un relato pareció dominar la escena de los últimos tiempos argentinos. Un relato machacador y unívoco que saliendo de las usinas mediáticas se desparramó por la mayor parte del cuerpo social impregnando conciencias y dándole forma al núcleo duro del sentido común, ese mismo que termina por configurar esa entelequia llamada “opinión pública” y que no suele ser otra cosa que aquello que los propios medios corporativos definen como lo que debe ser la “opinión pública”.

Un relato obsesivo, unilineal que asumiendo la forma de la cadena nacional logró, eso pareció al menos, colarse en la intimidad y en la interioridad de las conciencias hasta ofrecer la imagen de una clase media irreductiblemente lanzada a denostar a un gobierno visualizado como el enemigo al que había que intentar destruir. Para ese relato hegemónico que describía la realidad a través del paradigma de la catástrofe y de “la caja”, del autoritarismo y la corrupción, de la inseguridad y la criminalización de la pobreza, del apocalipsis inminente y de la inflación galopante, del aislamiento internacional y de la chavización, los Kirchner se erigieron en la bestia negra, en los comeniños que venían a llevarse puesto el ahorro de los buenos y honestos ciudadanos. Alquimia extravagante de peronistas setentistas, de impostores, expropiadores de filiación comunista, corruptos insaciables y populistas patológicos que incluso se quieren quedar con las reservas del Banco Central (algo parecido, eso nos decían nuestros padres y abuelos había hecho Perón en su tiempo con los lingotes de oro que desbordaban la caja fuerte y hasta se acumulaban en los pasillos de tan egregia entidad que debiera proteger el dinero de los argentinos, ese que suelen necesitar los grandes grupos económicos para garantizar la fuga de capitales y no para andar realizando políticas de reparación social).

El matrimonio presidencial, así es presentado una y otra vez buscando ligar esa imagen con el nepotismo monárquico, sería machaconamente descrito como una pareja de ambiciones ilimitadas, tejedora obsesiva de una telaraña de poder en la que atrapar a la pobre y desvalida nación argentina. Un relato que encontró caldo de cultivo en ciertas zonas oscuras y tenebrosas del prejuicio y del racismo tan afín a ciertos estratos medios que, repentinamente y mostrando que el tiempo es relampagueante y multiforme, recuperaron viejos reflejos olvidados allí donde manos bastardas escribieron en las paredes de una Buenos Aires antigua y difuminada en el recuerdo la ominosa frase, “viva el cáncer”, y que ahora, con otros giros expresivos, se recicla en otra como “muera la puta montonera”. Para el relato hegemónico, ese que martillea a toda hora desde pantallas, radios y diarios, la “crispación”, el “hegemonismo autoritario” y el “revanchismo resentido” son atributos de Néstor o de Cristina Kirchner, mientras que las amables frases que se pronuncian cotidianamente en countries y clubes, en empresas y oficinas, en shoppings y en blogs, frases de una brutalidad y de una furia homicida aberrantes, no merecen ningún comentario. Del mismo modo, que la sacerdotisa mayor del culto antikirchnerista, pitonisa de célebres anticipaciones cósmico-apocalípticas que nunca se cumplen pero que muchos esperan como si se estuviera anunciando la llegada del Salvador, suele arrojar sin ton ni son frases de una crispación inaudita sin que esos mismos medios digan absolutamente nada. Modos peculiares de construcción del relato, ejercicios de invención que operan como máquinas de producción de sentido.

2. La semana pasada fuimos testigos de esos giros imprevistos en la marcha del tiempo o, mejor dicho, pudimos comprobar que por abajo o por el costado del relato dominante existen otras temporalidades o se despliegan acontecimientos que hacen saltar los goznes de las cerraduras que intentan atrapar la multiplicidad y lo inesperado en nombre de una univocidad sofocante del relato que les conviene.

Entre el miércoles, día anunciado como el del proceso inquisitorial con posterior condena anticipada de Mercedes Marcó del Pont, pasando luego por el bochornoso espectáculo de una oposición desquiciada y alucinada por su propia incapacidad para ser algo más que una tienda de los milagros, arribando en la tarde-noche del jueves a un extraordinario acto multitudinario en Ferro (más de 50.000 concurrentes) en el que los movimientos sociales construyeron un puente para generar un tránsito de ida y vuelta entre el ya lejano 11 de marzo de 1973 y nuestros días calientes, mostrando que el tiempo es caprichoso y que el pasado puede derramarse sobre el presente y éste reinterpretarlo de acuerdo a sus necesidades, y la imprevista movilización que llevó el viernes al caer el día a miles de hombres y mujeres muy de clase media a Plaza de Mayo para salir en defensa del Gobierno, impulsados en principio por esa forma rara y nueva de comunicación a través de un facebook del programa 6,7,8, y mostrando, aunque fueran invisibilizados por los medios corporativos, que el relato de una clase media uniforme y cerradamente antikirchnerista es, eso también, un relato interesado que se repite obsesiva y meticulosamente. Entre el miércoles y el viernes algo se rompió en esa temporalidad anunciadora de la llegada de los días finales, en esa acumulación discursiva que describía el tiempo actual como el de la decadencia anunciada del Gobierno, una decadencia que podía ser apurada como en Honduras desde el Congreso de la Nación y desde ciertas zonas bien visibles del poder judicial.

Lejos de ocurrir lo que se anunciaba, mucho más lejos de completarse la avanzada destituyente que buscó borrar a Mercedes del Banco Central, estallada la supuesta unidad opositora, lanzados los periodistas “independientes” a denostar a quienes hasta el miércoles por la mañana elogiaban como los salvadores de la República, incrédulos ante la sucesión desopilante de errores y de incoherencias que mostraban una suerte de guerra de todos contra todos con acusaciones cruzadas de traiciones múltiples. Perplejos los socialistas santafesinos por la foto de su senador con el archienemigo Reutemann y rodeado de los impresentables Menem, Rodríguez Saá y Juan Carlos Romero y abochornados por el apoyo de Giustiniani para que una senadora puntana del Opus Dei desembarcara en la presidencia de la Comisión de Legislación; ocupados los radicales en deshojar nuevamente la margarita entre Cobos, el gran elector que empieza a deshilacharse, Alfonsín, copia fiel de un padre que lo catapultó a una fama inesperada, y Sanz, tercero en discordia y viejo cultor de oratorias comiteriles, apenas si tuvieron tiempo para encajar las vicisitudes de una apuesta opositora en estado de desmembración. Y en el medio un sector que se reclama de tradición nacional y popular y que hoy dice expresar a la franja de centroizquierda, que mientras la derecha restauracionista se abalanzaba sobre cuanta comisión existe y se aprestaba a rechazar el pliego de la única presidente del Banco Central ajena al neoliberalismo, se dedicaba también a judicializar la política y a complacerse por el obsequio que le hizo esa oposición de alguna presidencia de comisión para discutir e investigar aquello mismo que generaron sus actuales aliados. Extrañas vicisitudes de este tiempo-loco en el que lo esperable no acontece y donde lo inesperado genera un giro en los acontecimientos.

Una semana que nos ofreció la oportunidad de mirar de otro modo aquello que habita nuestro presente escapando al relato monocorde de quienes buscan reducir la complejidad de este tiempo argentino invisibilizando acontecimientos que pueden interrumpir su euforia triunfalista. Tal vez la posibilidad de reconocer que, por suerte, nada está escrito definitivamente en el libro impredecible de la historia


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