LA PRENSA


Hace poco tiempo relaté, por televisión, una noticia que me había llegado poco antes: El director de “La Prensa” había cohonestado la escasa circulación del “GRAN DIARIO” con una supuesta decadencia cultural del país. Habría dicho: “¡Cómo estará la Argentina cuando “La Prensa” vende 70.000 ejemplares y “Crónica” 700.000!”.

Señalé entonces algo que el director de “La Prensa” no puede de ninguna manera comprender y que explica el hecho, sin constituir una sobrevaloración de “Crónica”. Dije que los pueblos pueden equivocarse en lo que quieren pero no se equivocan nunca en lo que no quieren.
¿Por qué esa actitud?
En “Los profetas del Odio y la Yapa”, haciendo el análisis de la superestructura cultural y los instrumentos de que se vale para la colonización pedagógica he hablado con extensión del papel que allí cumple “La Prensa”.

En el “Manual de Zonceras Argentinas”, dos de estas se particularizan con el tema. Son la zoncera “El Cuarto Poder” y la  zoncera “Dice La Nación, Dice La Prensa”.
En la primera se señala en qué consiste ese cuarto poder, que no es de cuarta sino de primera; a su vez la segunda, es una zoncera en gran parte perimida. Evoca la época en que los grandes diarios hacían opinión administrándola como complemento de la higiene matinal y el desayuno, de tal forma que cada lector, como un disco, repetía durante el resto de la jornada lo que le habían grabado por la mañana respaldándolo con la autoridad de los dos “Grandes Diarios”.

La caída de la circulación, que motivó las expresiones comentadas más arriba del director de “La Prensa”, es la mejor prueba de que pasó el tiempo de la tiranía del cuarto poder y del acatamiento a lo loro de lo dicho en la columna magistral de los editoriales. Esto se sabe perfectamente en las redacciones y para obviar el que nadie les lleve el apunte a lo que editorialmente se dice, se ha dado en el recurso de dar la información de los hechos, no como ocurren sino como debieran ocurrir según la doctrina profesada por el periódico. Esto lo digo expresamente en el comentario de esa zoncera: “ahora nadie se entera aparentemente de cuáles son las doctrinas de los grandes diarios, por los editoriales, que no son inéditos, pero es como si lo fueran: son leídos. Pero el lector no las puede evitar a lo largo de la información, donde se dan las opiniones como noticia. Así, leyéndolas usted no se entera como ocurrieron los hechos pero se entera de cómo debieron ocurrir, según la doctrina de los editoriales. De tal manera, un telegrama de la Quiaca, de Hong Kong, París, Nueva York o Durban contiene más doctrina que datos ciertos, sobre todo cuando los datos ciertos se dan de patadas con las doctrinas, lo que revela que en “La Nación” y en “La Prensa” ya saben qué es lo que se lee. Esto ha llevado a que los redactores seleccionados sean lo que rellenan y adoban los telegramas, y que los que no sirven escriban los editoriales, por lo que no es raro que los escriba algún Mitre o algún Paz”.

He vivido bastantes años para ver la amplia curva del ascenso y luego la del descenso desde el cenit, del prestigio de los grandes periódicos hasta esta hora de decadencia definitiva.
Hijo de mi tiempo y de mi época los vi en mi infancia, cuando miraba hacia arriba como los veo ahora en mi vejez, mirando hacia abajo. Pero lo que importa no es como los vi y los veo yo, sino como los ve el pueblo, y compruebo que en éste se ha ido produciendo una toma de conciencia paralela a la maduración que se produjo en mí: a medida que el país fue elaborando una conciencia de sus propios intereses y una fe y esperanza en el destino nacional, y se destruían los mitos y las supersticiones coloniales que la obstaculizaba, esta conciencia alcanzaba también a la identificación de los instrumentos de la colonización pedagógica. Así hemos llegado al momento en que la misma circulación, escasa o abundante, ya ni siquiera es índice de la eficacia periodística porque la masa de lectores ha identificado la calidad empresaria del supuesto órgano magistral. Han pasado los tiempos en que los grandes diarios eran citados como autoridades. Más bien en lugar de manifestarse “dice “La Nación”, dice “La Prensa””, suele comentarse hoy: “hasta lo dicen “La Prensa” y “La Nación”, para mostrar una verdad tan evidente que los enemigos natos de la misma no pueden disimular.

Tal vez he contribuido algo a esta toma de conciencia del país, particularmente en este aspecto de la superestructura cultural del coloniaje. Me he preocupado permanentemente de divulgar los métodos utilizados para magnificar o disminuir los acontecimientos o los personajes, sin necesidad de recurrir a la burda mentira, entre otras formas divulgando ciertas técnicas periodísticas que hoy ya son de conocimiento general. Por ejemplo, lo que se hace con el titulaje, con el cuerpo de letra, con el recuadro, con la foto, etc., destacando unos hechos y disminuyendo otros, así como con la colocación de la noticia en páginas principales, o perdidas entre los avisos, y sobre todo por el manejo de las páginas impares y pares que permiten poner lo que se quiere difundir en la página que da el frente a la derecha, la non, y las que se quieren ocultar o disminuir en la página par, a la izquierda, en el revés de la hoja.

Supongo que esos antecedentes explican que se me haya buscado para esta nota preliminar, puesta aquí a manera del prólogo.
En un pequeño periódico, de esos de escasa vida y peor muerte, que nunca llegaron a ser cuarto poder ni tienen ADEPA ni SIP, que salen a campear por ellos pero son, sin embargo, las únicas y auténticas expresiones de libertad de prensa frente a la libertad de empresa, que no da cabida al pensamiento nacional, he publicado en noviembre de 1969, es decir hace un año, un artículo comentado al centenario de “La Prensa”. Lo reproduzco porque allí he sintetizado la transición de la libertad de prensa a la libertad de empresa desde el momento origen periodístico al próspero momento publicitario.

“Hace cien años apareció el primer número de “La Prensa”. Muy escasos habitantes del país se enteraron. Ahora que tenemos veinticinco millones de habitantes es muy difícil que haya quedado alguno sin enterarse de eso que ocurrió hace cien años, tanto es el tachin.tachin que hace “La Prensa” en este recíproco mandarse la pelota de la dirección al corresponsal, del corresponsal a la dirección, del rotariano al león. Y del león al rotariano, todo con discursos, fotografías y páginas enteras de información. Y como “La Nación” anda también en no sé que festejo y repite el mismo juego con corresponsales, rotarianos y leones, entre los dos – “Prensa” y “Nación”- han complicado el barullo peloteándose también de periódico a periódico, de corresponsal a corresponsal y desde luego de rotariano a rotariano y de león a león respectivo. Como es de práctica se suman ministros, gobernadores, directores de escuela, conjuntos recreativos, logias masónicas, frailes Cuchettis, Draganis, Monetas, Perazzos, D´Andreas (sobrinito) y demás comparsas”.

“Me parece la ocasión propicia para acordarse de lo que era “La Prensa”, o de cualquier otra hoja, hace cien años”.
“Para esa fecha un señor Paz o un señor Mitre, lo mismo que un señor Mongo, decidían sacar un diario y esto era posible con unos pocos pesos. La redacción la constituían gentes que militaban en la misma idea que el propietario y todos, informando o dando sus opiniones, daban la del periódico, porque había identidad entre ellos y la dirección, desde que se habían reunido como coparticipes de un ideario más que como asalariados dependientes de un jefe”.

“Cualquiera que no estaba de acuerdo con las ideas de ese ideario y quería  discutirlas, se juntaba con otros que pensaban como él y entre todos aportaban unos pesos, y ya estaba, otro diario. Ni siquiera hacía falta tener imprenta porque había impresores a los que sólo era cuestión de pagar y el sostenimiento del periódico dependía de su venta y suscripción pues era mantenido como prensa de opinión por los que opinaban como él”.

“Entonces decir libertad de prensa tenía sentido y se identificaba con la libertad de opinión. No cualquiera y caprichosamente, pero siempre que se significaba algo y hubiera una voluntad dispuesta a expresarse era posible ejercer la libertad de opinión a través de la libertad de prensa. En esa época se le atribuyó a esa libertad de opinión capacidad de gobierno, tanta que se llamó a la prensa en general cuarto poder”.

“Pero las cosas han cambiado desde hace cien años y hay entre “La Prensa” de entonces y la de ahora, la misma distancia que de la carreta al cohete teledirigido. Hoy solamente una gran empresa puede editar la prensa de manera que la libertad de prensa se ha hecho por razones económicas, casi imposible-aun cuando el tirano de turno quiera obligar a existencia de esa libertad-. No hay posible prensa sin empresa, y así, ésta no expresa la opinión periodística sino la opinión del negocio, que es a su vez la expresión de otros negocios, los de los avisadores, que reclaman una línea de ideas a través de las agencias de publicidad. La información ya no es tampoco periodística porque depende de las agencias que también son empresas. Estamos en plena libertad de empresa”.

“El poder económico-en gran parte extranjero en países como el nuestro-se ha hecho poder de gobierno y su agente más directo es precisamente ese cuarto poder que es la prensa, que es más fuerte cuando más deja de ser opinión, es decir, cuando más expresa a la empresa y menos a la prensa”.

“El periodista a su vez es un simple asalariado que lo único que tiene que hacer es obedecer opinando como le dicen que opine, o como no le dicen, porque pronto se olvida que es asalariado y acomoda su cabeza para pensar como la empresa, convirtiéndose en parte de esta misma, tal vez porque es el único que en el periódico tiene conciencia de su situación, es decir mala conciencia. Que es la que tienen todos esos alcahuetes posando de pensadores periodistas alrededor del señor Gainza. Este es el único que piensa, si pensar se puede llamar a esa función intelectual que cumple por razones hereditarias como una enfermedad. Porque la empresa y ciertas enfermedades tienen, entre otras cosas de común, esto: son hereditarias”.

“Soy uno de los veinticinco millones de personas obligadas a enterarse de este centenario. Así es como he vuelto a leer “La Prensa” para enterarme de que en “La Prensa”, todavía no están enterados de que libertad de prensa, en el caso de “La Prensa”, es exclusivamente la libertad de Gainza, para opinar ante veinticinco millones de argentinos que sólo pueden opinar periodísticamente si Gainza les da permiso. O el otro, del otro diario festejador”.

“Uno no sabe cuándo éstos hablan de libertad de prensa, si son o se hacen. Yo creo que se hacen, porque al fin y al cabo ellos tampoco opinan: son muñecos de Don Pucho, pues  sus empresas están atadas a la otra empresa: la que es económica y  sirve al amo imperial.”

El libro que viene ahora y detrás de cuya tapa usted, lector, ha tropezado conmigo es, como historia de “La Prensa”, un trabajo documental. Con esto se explica que aproveche el prólogo a un trabajo ajeno para una aspiración propia: deseo que el lector constate si los documentos acumulados en estas páginas dan razón a lo que dije hace un año y acabo de reproducir.

Cuando tuve delante los originales de este libro no lo podía creer, ¡para hacerlo hubo que leer la colección entera de “La Prensa”! ‘Cien años! Treinta y seis mil editoriales! Y lo demás…
Dosis excesiva para cualquier adulto, por robusto que sea. Pensé en los últimos lectores de “La Prensa”, esos caballeros que sobreviven gracias a la alternación de su lectura con el salicilato y la jalea real, y busqué al autor, antes de enterarme del contenido del libro, para admirarle como valioso ejemplar de supervivencia física e intelectual.

Pero la perplejidad se me disipó en seguida: era un trabajo de equipo, única forma posible. No sólo la edición era obra sindical, pues era sindical la elaboración; ya no hacía falta evocar los trabajos de Hércules como reclamaban tales hazañas unas décadas atrás, cuando eran individuales.

Se trata de un grupo de trabajadores que asumió la responsabilidad de realizar la empresa, de trabajadores de Luz y Fuerza que han realizado este libro a través de mucho tiempo y por la anulación del yo en obsequio de la obra conjunta. (Eso que hacen todos los días y que para nosotros se traduce en luz con el movimiento de una pequeña palanquita que por su pequeñez nos desorienta, porque no nos da la imagen de la obra conjunta, del esfuerzo anónimo y sumado, que nos proporciona el día en la oscuridad).
No sé si con estas palabras expreso la perplejidad del escritor –individuo si lo hay-ante la posibilidad de las letras como tarea colectiva.

Pero aquí me detengo porque descubro que ya existía esta tarea colectiva y dentro del mismo tema que trata este libro. En “La Prensa” precisamente. ¿Qué es “La Prensa” sino la obra de un conjunto anónimo en que los individuos están tan masificados y minimizados que su estilo, sus opiniones, sus sentimientos han sido molidos y molidos durante años y años para obtener una masa amorfa, idéntica a si misma en todos sus puntos, para ser “La Prensa” y nada mas que “La Prensa”, en el editorial y en la noticia fúnebre, en el comentario deportivo, en el internacional, en el político, y en la gacetilla policial?

Sí, la tarea colectiva existía.
Pero, ¡qué distinta! ¡qué opuesta aquella de los asalariados sometidos a la imposición del amo y la voluntaria de este libro, acicateada por el afán de una realización comunitaria y concebida como un aporte al esclarecimiento de los problemas argentinos! La simple comparación suscita inmediatamente dos imágenes: el esfuerzo colectivo de los galeotes bajo el látigo del cómitre y el esfuerzo comunitario de los artesanos en la anónima empresa de construir una catedral.

Tal vez pueda parecer un poco forzada esta comparación, pero, para comprobar que no lo es, bastará con enterarse en este libro. Leyéndolo se irá viendo como sólo la alegre voluntad de ser útil a la comunidad ha hecho factible esta tarea de grupo que empieza por la lectura de cien años de “La Prensa” y se remata con la comprobación de los fines perseguidos. También leyendo este trabajo se comprobará como una tarea colectiva puede lograrse en unidad de concepto que hubiera parecido imposible por la multiplicidad de aportantes al esfuerzo común. Porque ha sido sacrificada tarea la lectura y análisis de lo escrito en un centenario de existencia periodística y ha requerido unidad intelectual y perspicacia el no dejarse desorientar por los aspectos adjetivos con que puede disimularse la historia de “La Prensa” cuando circunstancialmente ha parecido variar su posición de fondo y hasta acercarse a los auténticos intereses del país. El grupo autor de este libro ha sabido eludir los vericuetos del laberinto como si hubiera tenido un hilo de Ariadna conductor que le permitiera distinguir lo anecdótico y ocasional de lo permanente, y seguir la trayectoria de fondo, que es un servicio centenerazo de la política antinacional y antipopular.

Al mismo tiempo este libro terminará por destruir uno de los mejores amañados mitos que inciden adversamente a la cultura argentina: es el de un ente abstracto llamado “La Prensa”, que gravitó sobre muchas generaciones de argentinos como un personaje concreto, dotado de la omnisciencia y libre de toda responsabilidad humana, pues existía por si mismo en la mente de los lectores, desvinculados en absoluto de la gente de carne y hueso que le escribía. El público –como los niños en el teatro de títeres- miraba el muñeco puesto en la escena ignorando por completo que brazos y que voluntad los movían.

En este sentido el laborioso empeño de este grupo de trabajadores de Luz y Fuerza logra plenamente su objetivo, porque al desnudarlos de las solemnes apariencias del ser mítico y autónomo han escrito la verdadera historia de “La Prensa” aunque más no fuera por el simple hecho de mostrar quienes eran sus redactores y sobre todo sus empresarios y que significaron en estos cien años de vida argentina.
¡Y no sólo han comprobado que es enano en la venta! También y para siempre han acabado con el cuento del vozarrón.
Solo se trata de la atiplada voz de minúsculos sujetos, abaritonada y estruendosa por la obra exclusiva del amplificador: LA EMPRESA.

ARTURO JAURETCHE
Noviembre de 1970

Extraído del Libro “Cien Años Contra el País”-Sindicato de Luz y Fuerza-Capital Federal

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