CARTA A LA CLASE MEDIA


*Por Guillermo Amor

Estamos viviendo un momento histórico y, como sucede siempre en algo tan dinámico como la política, es difícil tomar distancia para no agotarse en la coyuntura.

Quien se siente dentro del campo nacional y popular, cualquiera sea su matiz, no tiene hoy dudas que la discusión no pasa por las retenciones, la inseguridad, la presunta soberbia de una mujer, las formas de desenvolvimiento de un político… o lo que esté de turno para que, con conciencia o no, quienes no están en ese campo, ataquen virulentamente a un gobierno democráticamente elegido. Se sabe que lo que se discute es algo que el país viene discutiendo, genéricamente, casi desde los albores de la nación y que toma las actuales características desde 1978.

Objetiva, casi estadísticamente, podemos afirmar la existencia,  en la mitad del siglo pasado, de una Argentina más igualitaria, de altos niveles en educación, en salud y en justicia social (con la prueba objetiva de la alta participación de las clases asalariadas en la distribución del ingreso nacional). También objetivamente podemos reconocer la destrucción económica, institucional y axiológica del país que nos dejaron, el proceso primero, el menemismo luego y la crisis terminal del 2001.

Si no apelamos a lo emocional,  si por una vez nos convencemos que cada uno puede pensar y sentir lo que desee y que siempre tiene razón, aunque solamente pueda ser “su” razón, solo cabe, para convivir, para discutir proficuamente, acudir a la ley por sobre todas las cosas ─ la regla de juego común y aceptada ─ y a circunstancias objetivas que puedan aceptarse sin mayor discusión.

Basta mirar, a lo largo de toda la historia, quienes defendieron y/o protagonizaron las políticas llamadas “liberales” y quienes las “industrialistas”, “estatistas” o como quiera llamárselas. Basta reparar un momento en quienes son los que defienden una y otra idea en su versión actual. Y ello no para juzgarlos o anatemizarlos sino simplemente para que, aquellas clases mayoritarias que NO forman parte del poder económico concentrado, sepan recordar y relacionar políticas con personas y con experiencias, con hechos.

¿Qué piensa hoy la “clase media” de la pérdida de la Banda Oriental y de gran parte del territorio nacional por la política de Rivadavia? ¿Qué piensa hoy la “clase media” de la conquista del desierto y la distribución de las tierras posterior? A pesar de la tergiversación de la historia realizada sistemáticamente por “los que ganaron” hoy hay una mayoritaria conciencia de lo que significaron políticas para el bien de pocos, normalmente teñidas de corrupción. ¿Qué piensa hoy la “clase media” de la pérdida de YPF, de Aerolíneas, de los servicios públicos, de la “minimización del Estado” que iba a “agrandar el país”? ¿Qué opina hoy la “clase media” sobre los niveles de educación que nos dejaron las leyes del proceso y de Menem?  Hay cifras estadísticas que pueden ayudar, a quienes no alcanzaron a conocer lo que era antes, a juzgar sobre bases objetivas los resultados de esas políticas si no confían en el testimonio de los que vivieron ambos momentos.

La Argentina de hoy tiene una rica experiencia, cosechada muy dolorosamente en su mayor proporción, como para seguir confundiendo emociones con razonamientos, ideales con intereses personales, responsabilidades con culpas. Tenemos toda una historia de logros y derrotas, de construcciones y destrucciones, de respeto de la legalidad y de terribles ilegalidades hasta llegar al asesinato de los que pensaban diferente.

Ya tenemos hechos evidentes para comparar. Intereses evidentes que defender. Sufrimientos evidentes que nos muestran errores a no repetir. Es normal y humano que los privilegiados busquen mantener sus privilegios; es normal y humano que los desprotegidos piensen diferente a aquellos. No lo es y sí señal de inmadurez política que las mayorías, que  no nos encuadramos en las anteriores categorías, no sepamos distinguir lo que nos conviene realmente.

Aceptemos el disenso por evidente e imposible de eliminar. Respetemos la idea ajena para que la nuestra sea respetada. No demonicemos a quienes no hacen más que actuar llevados por lo que creen, por “sus” verdades. Asumamos nuestras verdades como absolutas, es nuestro derecho, pero sepamos que son relativas, como marca nuestra responsabilidad de humanos adultos. Ello posibilitará que el fin nunca justifique los medios. Que, para ser libres, comprendamos que debemos ser esclavos de la ley. Que no juzguemos intolerantes o autoritarios o soberbios o antidemocráticos a quienes, y ello en el peor de los casos, no hacen sino ejercer nuestras mismas conductas solo que con signo diferente.

La falsa división entre argentinos que, por condición e intereses, deberían conjugar las mismas propuestas y soluciones, es la verdadera causa de nuestra decadencia como nación. Lo demás son intereses. Fríos, materiales, descarnados y propios de nuestra condición: No somos sabios, no vivimos en ningún paraíso, solo en una economía capitalista periférica en el siglo XXI que, como único paliativo a sus miserias e injusticias, ofrece el mecanismo de una precaria e insuficiente democracia a preservar y fortalecer. La “opinión pública” en países avanzados también es manipuleada de mil maneras, pero difícilmente llegue a traicionar grotescamente los intereses del país como conjunto. La corrupción, la hipocresía, el abuso de poder por los poderosos, son omnipresentes, consustanciales al sistema y quizás a la naturaleza humana de estos tiempos. La inmadurez política es solo patrimonio de aquellos a quienes la historia ha dificultado la  oportunidad de madurar. Estamos incluidos aún en esta última categoría pero ya hemos sufrido suficientemente, ya hemos vivido y vivimos experiencias como para abandonar esa limitación.

No podemos esperar que, en un mundo de inhumana competencia, los poderosos dejen de acudir a cualquier método para defender sus intereses. No nos debe sobrecoger que los eternamente apaleados esgriman palos al presentárseles la oportunidad. Pero si nos pensamos como personas de bien, con sentido cívico y cultura comunitaria, aprendamos que, para serlo realmente, debemos respetar al otro y a nosotros mismos y dudar alguna vez sino estamos obrando impelidos  alguna vez sino estamos obrando mvidos osjer inteligenternos.ura egoporpor pautas culturales que aquellos poderosos han sabido imponernos.

Resumiendo, hagámonos algunas preguntas y tratemos de contestar sin pasiones circunstanciales:
  • ¿Benefició al país la guerra de exterminio contra el Paraguay, el triunfo de Buenos Aires sobre las provincias y su postración posterior, la pérdida de la Banda Oriental y la libre navegación de los ríos interiores?
  • ¿Qué resultó de la “conquista del desierto”… para que la tierra quedara en manos de pocos?
  • ¿Nos benefició que las ideas de Pellegrini no se impusieran y triunfaran las de los estancieros de la pampa húmeda?
  • ¿Fue un avance el derrocamiento de Irigoyen y el “fraude patriótico” posterior?
  • ¿Benefició al país y a la clase media la destrucción de la industria y la producción nacional tras el derrocamiento del peronismo?
  • ¿Avanzamos luego del derrocamiento de Frondizi y el posterior de Illia?
  • ¿Cuándo se diseñaron las “hipótesis de guerra” contra el Brasil y Chile que condicionaron el desarrollo militar del país
  • ¿Nos consolidaron como país y como sociedad las políticas del proceso y la economía de Martínez de Hoz?
  • El primer Menem con el endeudamiento y el segundo con las privatizaciones, la erradicación de la industria nacional y la extranjerización de la economía, ¿nos llevaron al “primer mundo?
  • ¿De la Rúa y Cavallo pusieron las bases para un país mejor?
  • ¿Qué gobiernos constituyeron la deuda externa y cuales la disminuyeron?
  • Los que tienen algunos años, ¿recuerdan a la inseguridad como un problema terminal? O esta apareció junto con la pobreza y la exclusión?
  • ¿Qué intereses y que personeros estuvieron siempre detrás de todos esos episodios de la historia nacional? ¿Quiénes los gestaron, apoyaron o aplaudieron?
Reflexionemos sobre lo trascendente e importante y sepamos elegir bando. Subjetivamente siempre “tendremos razón”. Cuando afuera se está derrumbando un mundo ideológico por el peso de su irracionalidad tratemos ahora de ser objetivos y elijamos en consecuencia.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy, muy bueno