SEXO Y GÉNERO


Los mandatos de la sociedad


 *Por Susana Pussaq

 La sexualidad, o mejor dicho, la cuestión de género ha sido y aún es, un tema que se prefiere evitar.
¿Por qué en distintos ámbitos se hace difícil poner en palabras cuestiones relacionadas con la sexualidad? En los medios no se habla directamente de ella. Se lo hace, por un lado, buscando eufemismos, bromeando con expresiones con doble sentido o metáforas. En las charlas cotidianas de amigos, no se ve como de buen gusto plantear el tema. Parecería ser algo absolutamente privado donde todo ya está dicho y no hay nada que cuestionar o cambiar.
En todo caso, el asunto se trata en el ámbito familiar, cuando de padres a hijos se intenta educar sobre “qué es lo normal y lo anormal” según se trate de un varón o una mujer.

Revisando un poco en mi historia personal, recuerdo las lecturas “formadoras” de mi infancia. Era habitual entre las chicas la lectura de “Mujercitas” de luisa M. Alcott. Las cuatro hermanas, cada una con su diferente manera de encarar la vida. Recuerdo perfectamente a Jo, la más aventurera e inquieta, considerada varonil por su propia familia debido a sus actitudes liberales y audaces. Casi señalada como un contraejemplo para las niñas que leíamos la novela. Llevar adelante acciones pensadas socialmente para los hombres, constituía (¿constituye?) una trasgresión condenada de inmediato por su entorno.

Alguien podría pensar que se trata sólo de una novela que se escribió hace muchos años y que en la actualidad no se suscitan esas situaciones.
Sin embargo, hace unos días tuve oportunidad de ser testigo directo en la escuela donde soy maestra de primer grado de la presión que la sociedad aún ejerce sobre quienes son “rebeldes” a las estructuras preestablecidas.
Durante un rato de diversión un grupo de varones jugaba a la pelota en el patio. Las nenas, se entretenían en un cantero pintándose los labios y haciendo flores y corazones con brillitos en papeles.

Una de ellas vio que su compañera, a quien llamaré Florencia, jugaba con los varones e intentó llamarla para que se uniera al grupo de chicas. Inmediatamente otra lo impidió. “Dejala”, le dijo. “Es una machona”.
En otra oportunidad anterior, Florencia fue rechazada por sus compañeros durante una clase de trabajo en grupos. Nadie, varones o nenas, quería aceptarla como un miembro más. Ante mi insistencia por que lo hagan tratando así que ningún chico quedara solo y al preguntar por qué no querían que Florencia se integrara a ellos, uno de los varones contestó entre dientes: “Porque es un macho”.
Mayor fue mi asombro cuando al comentarle el hecho a otra docente de la escuela, me respondió. “Es que tiene todas las características…”

Más confundida que antes fijé mi vista en mi alumna tratando de hurgar en su aspecto para encontrar lo que a mi compañera le parecía tan evidente. Debo decir que en Florencia sólo encontré lógica pura en su manera de actuar y hablar (“quiero jugar a la pelota porque me gusta”, reclamaba a los varones que querían impedírselo). Es una niña extremadamente activa e inteligente. Razona, conversa, pregunta, explica. Y a pesar de todas esas cualidades que beneficiarían a cualquiera tenerla como compañera de banco, está irremediablemente sola.

Pero en el mundo de los adultos ocurren situaciones similares.
Deportes, discursos, expresiones y hasta pensamientos dividen al mundo en mujeres y varones. Cada uno con su bagaje de actitudes normales o anormales, según acepten o pretendan transgredir el pesado equipaje con que nos carga la sociedad al separarnos por géneros.
Al nacer se nos atribuye un género tomando como referencia exclusivamente el aspecto físico, el plano sexual enfocado en lo genital, esperando del cuerpo que “dicte la identidad ya que es, aparentemente inequívoco” (López Louro “Pedagogía de la identidad”).

A partir de allí se nos instruye permanentemente para diferenciar lo correcto de lo que no lo es.
Encuentro en un libro de mi infancia, “Diario de un niño” (de Constancio C Vigil) el siguiente fragmento:
“Me dijo ayer mi padre: _Si yo atara a un coche dos briosos caballos y no los manejara con las riendas, ¿adónde me llevarían? Si dejaras tus instintos en libertad, ¿adónde irías?”
El texto me hace pensar nuevamente la forma en que, entre otras, las lecturas nos han señalado, permanentemente, el camino deseable.

El ser humano, estudiado y observado como un animal de laboratorio, la biología presente para actuar como una tabla de salvación ante el inmenso mar de dudas e inseguridades.
Dirá Weeks: “Una de las peculiaridades de los humanos es que buscamos respuestas a algunas de nuestras preguntas más fundamentales, observando la vida de los animales”. Y vuelvo al texto de Vigil: los “instintos en libertad” como si hombres y mujeres fuéramos animales con “impulsos absorbentes y fuerzas irresistibles” (Weeks, J ).

Observando el libro descubro detalles que no dejan de asombrarme: todos los consejos e indicaciones por él dados se dirigen exclusivamente a los varones. “Diario de un niño”, es el título y no, “Diario de una niña”. Quizá por eso hable de instintos irrefrenables y de libertades que no se veían propias de las niñas.
Para poner “orden” ante la concepción de hombre como animal con instinto innato, llegarán a la vida de las personas la familia, la escuela, las instituciones religiosas y la sociedad en general.

“Las identidades masculina y femenina están sujetas a diversas influencias y con frecuencia están desgarradas por contradicciones. Por ejemplo. Ser “hombre” es no ser homosexual”. Llegarán después los mensajes a veces explícitos, otras no, de advertencia: “Una mujer nunca toma la iniciativa ante un hombre” (esas son actitudes propias de ellos), dirán los mandatos sociales. Y desde la radio un viejo tango replicará: “…él tan rana y tan compadre, besándole los cabellos como una mujer lloró…” (como si llorar o demostrar sentimientos estuviera permitido sólo a las mujeres).

Desde los medios nos bombardean formando el perfil del hombre y la mujer ideales. No hay otra elección. Quien esté fuera de alguna de las dos opciones también estará fuera de lo normal, como parece ser el caso de mi alumna Florencia.
“A un hombre nadie le va a echar en cara los rollos de la panza ni la deshidratación de la piel. A las mujeres en cambio la publicidad no las deja envejecer tranquilas, engordar sin complejos, tirar la chancleta,bah!” (Cabal, Graciela. 1992.”Mujercitas eran las de antes” Pág. 60).

Cada uno deberá cumplir con el rol que le asignó la sociedad o sufrirá las consecuencias.
Si bien es cierto que algo ha cambiado y que en parte los muros que encasillan lo que corresponde al hombre y a la mujer han caído parcialmente, aún los medios y la sociedad en general funcionan como grupos de control y de juzgamiento.
La idea de sexualidad no es simple. No se construye de una vez y para siempre. Guarda relación con lo biológico, pero no se atiene solamente a ello. “Es una idea tan difícil y evasiva que no puede acomodarse a compartimientos ordenados bajo las etiquetas de bien y mal” (Weeks, J)

Quisiera concluir con una breve reflexión sobre un fragmento de Weeks haciendo alusión a un pensamiento de Foucault: “Lo que nos falta no es una verdad trascendente, sino maneras de tratar con una multitud de verdades” (Weeks. 1998). Creo que la idea sintetiza el concepto de diversidad y género. Ante la incertidumbre, o mejor dicho, ante la variedad de verdades, respondemos asustándonos y buscamos una, para hacerla hegemónica, trascendente, dejando afuera, como enfermas o anormales, a las que no cumplen con los requisitos.
Sería deseable aceptar la existencia de multitud de verdades y aprender a convivir con ellas.

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