EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÉMOSLE HOY...(Tercera y última parte)




El conflicto con “el campo”, las imposiciones del “mercado” y el destino que se le quiere asignar a la Argentina en el “nuevo mundo” colonial


*Por Claudio Diaz

UN PAIS IMPORTADO

¿Hay explicación posible para que en el escenario donde se pavonea nuestra clase política hoy camine un adefesio que tiene el cerebro criminal de Mariano Grondona; el entretejido liberal de José Manuel de la Sota; la frente amplia de un declarado masón como Rubén Giustiniani; la nariz corva y traidora de Julio César Cleto Cobos; los ojos fríos y mezquinos de Domingo Cavallo; las orejas trilaterales de José Alfredo Martínez de Hoz; las patillas de cotillón de Carlos Menem; el bigote garca de Felipe Solá; la boca de avaricia y gula de Hugo Biolcatti; la barbita diabólica de Joaquín Morales Solá; la sonrisa de hiena de Ricardo López Murphy; los dientes de conejito inocente de Ernesto Tenembaum; los colmillos chupasangres de Mauricio Macri; la lengua viboresca y venenosa de Elisa Carrió; el chirrido de voz histérico de Magdalena Ruiz Guiñazú; el cuello tatuado al estilo tumbero de Francisco de Narváez; la caradurez religiosa del rabino Sergio Bergman; el semblante estúpido y pacato de Gerardo Morales; los gestos de puchero de chico travieso de Alfredo De Angeli; la impostura de guapo revolucionario de Eduardo Buzzi; las bufonerías efectistas pero sin gracia de Luis Juez; el manejo fúnebre y sepulcral de Carlos Reutemann; los travestismos místicos de los hermanos Rodríguez Saa; la impúdica cintura política para acomodarse de Patricia Bullrich y la pequeñez del reducidor de cabezas Eduardo Duhalde?

Sí, a toda esta gente le encantaría tener un país importado. Varios de ellos, “peronistas”, lo declararon públicamente en una solicitada aparecida en Clarín el 10 de diciembre pasado. Además de convocar a “la argentinidad” a poner fin al actual gobierno, los Solá, los Duhalde, los Narváez, los Saa, los De la Sota (en la solicitada sólo faltaba la rúbrica fantasmal de Menem), sostenían que  “Estamos en el medio de una transición entre lo viejo, que no termina de extinguirse, y lo nuevo, que no logra consolidarse”. O sea: lo viejo, según nos inculcaron todo este tiempo los sacerdotes de la religión liberal, es ese Estado que se niega a desaparecer e impide la libre y sana competencia del Mercado, tan sensato e integrador de pueblos como es. Lo viejo es esa concepción nacional de planificar y controlar, que también le impide a las buenas corporaciones transnacionales alcanzar su efectividad con la generosa mano que llega para desarrollar el planeta entero.  En cambio (seguimos copiando de la solicitada)… “lo nuevo es un escenario internacional signado por el ascenso del mundo emergente, encabezado por China, India, Brasil y Rusia”.

Brillante juego de espejos el que nos proponen. En el que refractan un rayo de luz engañoso que lo que en realidad busca es oscurecer la verdad. Porque lo que caracteriza a esas potencias es, precisamente, el grado de autonomía capitalista que han logrado a partir de la construcción de un Estado fuerte que no se agacha en aras de satisfacer al bloque mundialista que pretende regir el destino de la humanidad y poseer al hombre en toda su dimensión.  Bregar por un Estado vivo y no bobo es lo que ha intentado hacer (mal, bien o regular) el gobierno argentino en los últimos cinco años.

 Sin embargo, las patas de la mentira quedan en offside, solitas,  cuando los jugadores del PJ ”disidente”, de tan acelerados que están en sus movimientos, se muestran tal como son y salen a promocionar el módico paisito agrario-liberal, el preferido del Mercado, para el que vienen trabajando desde la época de Menem. Decía la solicitada publicada en Clarín… “Se presenta un extraordinario incremento de la demanda global de alimentos, lo que constituye una oportunidad histórica hasta ahora desperdiciada”.

Si el peronismo es sinónimo de industria y mercado interno, si el peronismo es razón de ser a partir de un movimiento obrero fuerte y activo, el “neo-peronismo” de esta clase dirigencial pejotista es, como mucho, desarrollista hacia afuera. Como nuestro liberalismo,  también está convencido de que la Argentina no da más que para satisfacer las necesidades de un tercio de su población, con ellos, lógicamente, en lo más alto de la pirámide. En el fondo sueñan con un país importado. De sólo imaginarlo a uno le da pánico. Pero es la ambición que los mueve. Aunque se hagan los criollos, les gusta lo de afuera…

Una vuelta al pasado, al siglo XIX, al pre-peronismo, como lo soñaron los fundadores del modelo liberal hacia 1880. No obstante ello, ahora nos darían un “plus”: a la Argentina esta vez se le permitiría desarrollar cierta industria vinculada al campo. Algún tipo de maquinaria, pero no más que eso. Del resto hay que olvidarse. Y sacarse de la cabeza esa idea peregrina que tuvo Perón para que fabricáramos nuestros propios ferrocarriles, aviones, automóviles. El Mercado, ya lo explicó Castro, tiene el mazo en la carta y decide a quién le da el ancho y los siete bravos. Nosotros, en el reparto, jugaríamos (como ya nos pasó), con algún Cavallo y una De la Sota. No nos sirve ni para mentir en el envido…
     
Un país importado, entonces. Una cuestión de extracción y no de creación. Sencilla ecuación: sacamos todo lo que tenemos adentro para dejarlo en manos de los afuera. Eso supone recibir muchos millones de dólares provenientes de los commodities. Entonces no necesitamos pensar, inventar, fabricar… De yapa podríamos alimentar al mundo entero, porque son muy humanistas estos nuevos progresistas del liberalismo. “Estamos en condiciones de darle de comer  a 300-400 millones de hermanos de todo el mundo”, nos dicen Castro, Duhalde, Solá, Narváez, Macri y Carrió… Ahora, que en la Argentina queden un montón de compatriotas sin posibilidad de tomar un plato de sopa, porque exportamos todo, no importa… ¡Qué le vamos a hacer, son las reglas del juego (perdón, del Mercado)!

La vida es más fácil así; lo compramos todo hecho. Y como ya no hay necesidad de hacer nada, porque lo traemos de afuera, podemos cerrar las fábricas (que encima contaminan y dan feo aspecto en las ciudades) y sembrar soja… ¿Saben qué paisaje hermoso, todo verde y prolijito? Sería un mundo fantástico: sobraría gente porque ya no tendría que ir a trabajar… No habría mucho tránsito en las calles: ¡para qué querríamos trenes, colectivos, subtes y taxis…! Y los pibes y jóvenes casi ni tendrían que estudiar: con unos pocos que aprendan a tirar semillas y regar los campos sería suficiente.

Un mundo feliz… Para la barriga llena de nuestra oligarquía. Para las manos largas del imperialismo y su gobierno mundial. Para las patas cortas de la mentira.

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