DEL EJERCICIO POLÍTICO Y LA CALIDAD INSTITUCIONAL


*Por Guillermo Amor

El que se mueve en política, la con mayúscula y la con minúscula, sabe de la desgracia-da necesidad de sentarse a conversar, aún intentar un diálogo fructuoso, con personas con quienes, en principio, uno no iría ni a la esquina. Una frase lo ejemplifica “de vez en cuando hay que tragarse algún sapo”.

El hombre de la calle puede ver en ello solo hipocresía o motivaciones subalternas; el que “hace política” sabe o debe saber que su verdad, que para él no puede dejar de ser absoluta, es absolutamente relativa. Debe saber que, si pretende ser respetado en su idea, debe esforzarse para respetar la ajena. Todo esto se potencia cuando uno es fun-cionario o ejerce un cargo electivo, porque entonces debe saber defender sus ideas en un marco institucional con reglas, con formas, que son útiles porque encauzan actitudes que, de ser solo emocionales y absolutas, significarían un gran deterioro de la “calidad institucional” que tantas veces se reclama.

En recientes declaraciones una de nuestras Concejales, representante de la Coalición Cívica ─ un partido que vive denunciando los “atentados a la calidad institucional” ─ se refirió, en términos de total intolerancia, a la “imposibilidad” de que aceptara compartir una mesa con representantes de otro partido político. Cabe llamar a la reflexión, tanto a la belicosa señora, como a todos nosotros, que es con nuestros hechos que reflejamos lo que realmente pensamos y sentimos. ¿Es calidad institucional que se niegue cualquier diálogo o intercambio de opiniones con una fuerza política, de la misma validez legal e institucional que la nuestra? ¿Es posible que se clame por mejor calidad institucional cuando, en un momento crítico, se apoya fervientemente un interés, solo sectorial, cuyos integrantes están atentando contra las instituciones legales republicanas y extorsionando a toda la sociedad, no solo a su legítimo gobierno constitucional? ¿Es posible que ahora se asuman absolutamente verdades relativas (y minoritarias)?.

Respetamos todas las ideas, aún con esfuerzo militante si esas ideas difieren ostensi-blemente de las nuestras, porque ello nos lleva a esperar que respeten las nuestras y, en conjunto le demos vida civilizada e institucionalmente adecuada a la política. Por ello, si bien no nos asombran los hechos de esta señora ─ su partido responde a una líder que mucho sabe de intolerancias, denuestos y soberbia definición de sus verdades ─ sí nos empuja a denunciar una conducta de muy poca calidad institucional y hasta, simplemente, de poca calidad, porque “el hombre de la calle”, que no es pagado por nadie para ejercitar el diálogo y la educación ciudadana, podría permitirse la intolerancia, no ten-dría razón pero si excusa. Para un político profesional tal conducta es inexcusable y aún más deleznable si, paralelamente, se esgrime una sempiterna “defensa” de la calidad institucional.

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