El “Negro” Carlos
Comando Musical de la Resistencia Peronista
A la hora de resistir, mil y una maneras, infinidad de
caminos, surgían de la inventiva peronista. Es que el sentimiento no sabe de
cárceles ni de prohibiciones. No hay rejas capaces de encerrar el amor, ni
barrotes tan fuertes como para detener el grito mudo de un alma convencida.
En tiempos de angustia que vivía el pueblo peronista, el
destierro, los largos y dolorosos
silencios, las miradas bajas y la angustia que oprimía el pecho eran sentimientos
comunes entre los compañeros. El dolor de no poder ser, lo que
indefectiblemente, eran.
Como ya sabemos, el absurdo del odio gorila de los golpistas
del 55, que había condenado al exilio al General y prohibido –expresamente, a
través del decreto 4161/56- el uso y alusión a los símbolos y elementos
distintivos del peronismo, la sola mención de Perón y de Evita, era castigada
con la cárcel.
Los compañeros, golpeados, desorientados y desorganizados
intentaban una y mil formas de luchas. Todas ellas, reflejaban lo que eran en
esencia, parte de una revolución pacífica, que no deseaba el derramamiento de
sangre sobre el suelo argentino.
Fieles representantes de un Movimiento que apunta a la
unidad latinoamericana, a la soberanía, a la justicia social.
Atados al único dogma de los peronistas: la búsqueda del
Pueblo feliz y la Patria
grande, camino que debemos recorrer, enarbolando tres banderas: Soberanía
Política, Justicia Social e Independencia económica.
El “Negro” Carlos, músico y militante, sufría casi en
silencio, ese decreto imposible. Y digo casi, porque en algunas ocasiones, la
sangre podía más que el miedo.
Sumaba pesos al presupuesto familiar, cuyo ingreso principal
era el sueldo de un trabajo de oficina,
animando con su bandoneón bailongos, cumpleaños y peñas.
Tangos, milongas, gatos y chacareras empujaban al baile
cuando sus rodillas castigaban al baqueteado fuelle y sus manos de mago le
arrancaban sonidos imposibles.
Y en el pico de la fiesta, allá por el quinto o sexto vino,
le brotaba el sentimiento prohibido que le inflaba las venas y el grito de “-¡...Y
A MI QUÉ PUTAS ME IMPORTA EL DECRETO…! ¡...VIVA PERÓN, CARAJO...!” congelaba de
golpe la bailanta para dar paso a los acordes estentóreos de una Marcha
Peronista que convocaba a la rebelión.
Y eran muchos los que se prendían y cantaban la Marchita a voz en cuello
y acabado el canto, bandoneonista y cantores se encaminaban solitos a los
patrulleros o al camión celular, a pagar con unos días de calabozo el descaro y
la violación de la ley que prohibía ser peronista.
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